Libración y marea. Luna en Rambleta

Observadores de la Luna

Por Jesús García Cívico

Mi fragmento preferido de la literatura universal tiene que ver con la Luna. Se encuentra al final del Ulises de James Joyce. Leopoldo Bloom ha regresado a casa. Le acompaña Stephen Dedalus. El joven parece salido de un after pero no se quedará a dormir. Ambos orinan en el jardín trasero. Se despiden. Stephen se confunde en la oscuridad. Bloom se mete en la cama. En medio, por ese placer que sólo saben procurarse los genios, el escritor de Dublín lanza y responde en uno de los momentos de belleza contenida más conmovedores de la historia de la novela, una avalancha de preguntas sobre cualquier cosa que se mueve: la propia trayectoria de la orina pero también… la Luna. Entre la sobriedad contenida, el paralelismo de la mujer con la Luna y la belleza que rodea el momento, el placer del lector se desborda. Creo que el concierto de Luna –ya no el satélite sino la banda de Nueva York– el pasado miércoles en el Espai Rambleta de Valencia, su alunizaje en Valencia por así decir, tiene que ver precisamente con el tipo de emoción sobria sin picos ni estridencia que conocen bien los observadores de la Luna y más exactamente tiene que ver con esa peculiar relación que se traen entre ellos el placer y la contención.

Suave alunizaje en La Rambleta

Efectivamente, unos días después del concierto, uno se ha acordado del fragmento de la Luna en el Ulises y no de Postales Negras (Libros de Ruido, 2011) las memorias de Dare Wareham. Uno se ha acordado concretamente del fragmento de James Joyce que tiene que ver con la Luna (acabaremos esta crónica con él), de la contención y del placer que paradójicamente se desborda: es precisamente el juego que se produce alrededor de la administración de las emociones, el juego de su contención, el ir «echando el freno» por así decir, lo que permite el placer. Ese placer que como ocurre con el sexo y el amor, nos procura el tipo de cosas que sin quererlo se desbordan. Caracteriza a Luna, en la estela de los mejores astros de Nueva York (Lou Reed y la Velvet Underground) la afirmación propia frente a los vientos de su época pero también, precisamente, la contención (cierta fría, eléctrica languidez también) en la ejecución de la música que lleva a la emoción. ¿Cómo comenzó el concierto?

Los que se preocupan por el cuerpo de las personas que viajan a la Luna distinguen dos tipos de alunizajes: duro y suave. Se considera que un alunizaje ha sido duro cuando la nave contacta con la superficie lunar a más de 10 m/s, y del tipo suave cuando es inferior. Todas las astronaves tripuladas que han establecido una base lunar han efectuado alunizajes suaves, así fue también el del grupo de Dean Wareham al compás de «Slide», EP del 93 en el mismo tono sadcore que Lunapark, el disco de debut del 92. Alunizaje suave con gesto elegante de alguien de entre el público que había sospechado –con razón– que era importante aprovechar el modesto espacio de un trozo de cartón para escribir: Welcome back Luna. Alunizaje suave entre un público predominantemente melómano, elegante y maduro que había ido allí… ¿por qué?

concierto de luna en la rambleta

Mareas

Es sabido el efecto que la Luna provoca en el mar: su influencia gravitatoria en las mareas, el aumento del yodo y la duración del día en la costa levantina, la llegada de gente a La Cambra de La Rambleta. En una época, la nuestra, sobrecargada de positividad (obsesión por la salud y el coaching, higiene exagerada, testarudez infantil por el éxito-sin-trayectoria, discurso bullshit sobre la superación y toda esa pléyade de vulgaridades), en un tiempo infestado de narcisismo, de estridencias de vanidad –una vanidad tan vacua como gratuita rastreable en el uso más extendido de las redes sociales (ese egotismo irresponsablemente feliz propio de facebook) y su versión televisiva-pornográfica (los raptos de histeria planificada de los talent show)– la contención, como el Dodo, como la cara de los ministros, como la honradez es… rara.

El neoliberalismo, la radio fórmula y el relativismo cultural son páramos incluso para la poesía pues obligan al poeta mínimamente concernido a ejercer de moralista cuando no a arrancarse en homilía. Frente a todas esas estridencias epocales, los proyectos-Wareham siempre han exhibido la contención: la satélite sujeción de Galaxie 500, al sentimiento sin sentimentalismo de Dean & Britta, la atmósfera-Luna sin apenas gravedad… ? ¿Pedía el cuerpo y en especial las rodillas que con la cadencia de «Double Feature», «California all the way» o «23 Minutes in Brussels» ahora lánguida ahora rítmicamente se flexionaban en el mejor espacio de Valencia justamente ese tipo de contención. ¿Es por ello que el público –lunáticos delicados– predominantemente maduro, melómano y elegante acudió al Espai Rambleta alargando la duración del día y por tanto sus ojeras como niño que se baña en el mar cuando sube la marea?

À la recherche du temps perdu

Es posible. Respecto a la vigencia del molde que se sacó de la manga en los 70 (frente a toda la psicodelia hippie de la época) el músico con más vocación de poeta del pasado siglo dan testimonio las infinitas órbitas que los discos del grupo de The Factory, pero también los de amigos como Television o The Feelies, han descrito en nuestros tocadiscos.

Respecto a la expresión de origen griego que tiene que ver con el dolor por la imposibilidad de los regresos (o paradójicamente con la alegría en La nostalgie heureuse, último libro de Nothomb: Natsukashii, momento en que el recuerdo hermoso regresa a la memoria y la llena de dulzura), podemos convenir en que al público que acudió a Rambleta no le era del todo ajena la idea de nostalgia.
Nostalgia, sentimiento que guarda relación con el regreso. Regreso, reclamo localmente muy rentable pero que no explica por sí sólo la llamativa poca afluencia de jóvenes –y de músicos jóvenes– al circuito local: algo tendrá que ver el juventicidio de unos políticos empeñados en que los hijos hagan compañía en casa a los padres… de sus padres (sus padres aún saben lo que es salir con su propia pasta).

Nostalgia y atracción por el regreso. Regreso tras una década, de Luna como grupo. Público con edad de haber escuchado en directo a la banda en Roxy, pero sobre todo público con aspecto de haber escuchado muchos discos de Lou Reed y quizás hasta los siete discos de Luna (a los que se añade un directo y un recopilatorio) pero también público con cara de haberse emocionado en Valencia con los primeros avistamientos de los ovnis de Jonathan Richman, Pixies, o Dream Syndcate, por citar, sólo tres de ese tipo de astros norteamericanos que vimos aquí entre finales de los 80 y principios de los 90 y cuya escucha, como la evocadora manzana de Proust, aún nos tele-transporta al improbable tiempo aquel cuando tuvimos veinte años: tal fue el impacto que dejaron, rocas que impactan en la Tierra, en el cráter de nuestra juventud.

concierto de luna en la rambleta

Una vez es jamás o Hay una luz que nunca se va

A mí que siempre he tenido conciencia de la finitud de la existencia y de nuestra levedad (Einmal ist keinmal –una vez es nunca- recordaba Milan Kundera en uno de los mejores principios de la historia de la novela: la digresión sobre el eterno retorno de lo idéntico en La insoportable levedad del ser ), a mí, decía, que nunca me ha abandonado el calibre de nuestra ínfima duración y he sentido en la mejilla la corriente que deja un día cuando se va por la ventana, tampoco me ha sido ajena la intención de atrapar el tiempo. ¿A qué fuimos a Rambleta la otra noche? Me aventuro a decir que todos fuimos a atrapar un trozo de pasado. Sabemos por Heráclito que no resulta posible bañarse dos veces en el mismo río. Todo fluye. La formación que vino, después de algunas libraciones de la banda desde el 92 fue la compuesta por Dean Wareham, Britta Phillips, Sean Eden y Justin Harwood. Creo que lo más sincero en este punto es decir que pudimos sentir y muchos de nosotros revivir la primera escucha eléctrica de Luna pero también, como el astronauta que se quita el caso que le protege de un aire hostil –el de nuestro tiempo– pudimos quitarnos la escafandra al entrar en el transbordador La Cambra ¿Qué escuchamos?

Astroblemas

Un astroblema es la depresión que deja el impacto de un meteorito en la superficie de un cuerpo planetario de superficie sólida. Los meteoritos que caen sobre los astros tienes dimensiones muy diferentes (desde ínfimos granos de polvo hasta asteroides de decenas de kilómetros) pero su energía cinética es tan grande que su disipación brusca en el suelo provoca su fragmentación violenta, como si explotara. Algo así sentimos en nuestra cabeza cuando regresamos al pasado al sonar algunos de los temas de sus tres primeros y mejores álbumes Lunapark (Elektra, 1992), Bewitched (Elektra, 1994) o Penthouse (Elektra, 1995) pero también algún ejemplo de la continuación propia del siglo XXI sobre todo de Rendezvous (Jetset, 2004).

A mí el sonido de Luna y antes el de Galexie 500 siempre me pareció una deliciosa interferencia entre las conmovedoras letanías de la Velvet y el pop melodioso de Go-Betweens o, por no irnos a las antípodas, ecos de Yo la tengo con los neoyorkinos y algo dreampop como Luna, Mercury Rev. Astroblemas sonoros los hubo, pues, de distintos tonos: emociones contenidas y luminosas («Anesthasia» o «Sideshow by the Seashore») fibrosas («Speedbumps»), psicodélicas («Indian Summer») y reservadas para el postre: la estupenda «23 minutes in Brussels» y «Slash your tires». El doble bis también iluminó dos versiones, la cadenciosa traducción de «Sweet child of mine» y la poco justificable «Bonnie and Clyde» de Serge Gainsbourg. En este punto, el de las versiones aún resulta interesante revisar Tell me you do you miss me, el sobrio documental sobre la banda que incluye, por ejemplo, un muy sentido Everybody´s talking de Harry Nilson.

concierto de luna en la rambleta

More stars than there are in heaven: final

El origen latino del término apunta la etimología luminosa de la luna. El sonido de Luna resulta extraordinariamente vigente, de un lado frente a la estridencia, lo hemos dicho ya, de mucha oferta musical pero también de nuestra época. Este tiempo caracterizado por la auto-explotación (confusión en el mismo sujeto de los papeles de explotador y explotado) que Byung-Chul Han, el profesor de Filosofía y Estudios culturales de la Universidad de las Artes de Berlín, ha llamado sociedad del cansancio y la transparencia. Sí, la honestidad y la sobriedad, la emotividad minimal de la banda de Wareham resultan, con todo lo coyuntural que puede haber sido su reunión, todo un frente de resistencia. De otro, el sonido Luna sigue vigente por su calidad y por su… profesionalidad. Durante el concierto sentí en varios momentos (como me ocurre con músicos de latitudes similares –hace poco la chica de Nueva Jersey, Sharon van Etten–) el frustrado afán de no ser de Nueva York.

Por lo demás, «Chinatown» de Luna, junto al «Chinatown» de Destroyer y el «Chinatown» de Wild Nothing es el barrio chino que sigo frecuentando. El brillo de la Luna fue casi perfecto, habrá quien señale algún eclipse (la voz del propio Darewam) pero a mí que el Espai Rambleta me parece un espacio luminoso por inteligente creo que no es muy inteligente perderse por ese agujero negro.

Como el satélite que nos ilumina por la noche la banda tiene un lado misterioso. De hecho, poca gente sabe que a pesar de ser en apariencia el objeto más brillante en el cielo después del Sol, la propia superficie de la Luna es en realidad muy oscura, con una reflexión similar a la del carbón. Pero prometimos que terminaríamos con Joyce, ahí va: «¿Qué afinidades particulares le parecía que existían entre la luna y la mujer? Su antigüedad al preceder y sobrevivir las generaciones telúricas; su predominio nocturno; su satélite dependencia; su luminosa reflexión; su constancia bajo todas las fases, levantándose y acostándose en las horas indicadas, creciendo y menguando; la obligada invariablidad de su aspecto; su respuesta indeterminada a las interrogaciones inafirmativas; su influjo sobre las aguas afluentes y refluentes; su poder para enamorar, para mortificar, para conferir belleza, para volver loco, para incitar y ayudar a la delincuencia; la tranquila impenetrabilidad de su rostro; lo terrible de su tétrica aislada dominante implacable esplendente proximidad; sus presagios de tempestad y de calma; la estimulación de su luz, sus movimientos y su presencia; la admonición de sus cráteres, sus mares petrificados, su silencio; su esplendor cuando visible; su atracción cuando invisible.»

concierto de luna en la rambleta

¿Qué afinidades particulares detectó el público del Espai Rambleta entre el cielo que dormía sobre su cabeza y la música de Luna? La iluminación de la sala, su irregularidad cromática, el presagio de su añoranza, su empeño en iluminar la vis cómica neoyorkina de Sean Eden –¿era su compañera la chica que bailaba a nuestro lado?– , la conciencia de que nada dura para siempre, o igual que en la hermosa canción de Yo la tengo, más estrellas que en el cielo. ¿Qué vimos al salir de la sala? Como dice la letra de «Lovedust»: I’m bad with faces/ And worse with names/ (…) / Blinded by Lovedust/ This is what I saw/ A million, a billion, a trillion stars/ A million a billion stars/ A million, a billion, a trillion stars/ A million, a billion stars.»

Pues eso.

Texto de Jesús García Cívio

Fotos de Juan Carlos Pestano, litelestudio fotografía.

Flowers abriendo para Luna en Valencia la Rambleta

 

 

 

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