El espectáculo del pasado jueves en Madrid resultó más intenso por un escenario como el Santiago Bernabeu, los conciertos allí no abundan por una razón sencilla: son pocos los artistas que pueden llenarlo. En dos décadas sólo lo habían hecho U2, las localizaciones tienen que acompañar para que algo roce la épica, no se puede rodar Centauros del desierto en un polígono de Alcobendas, cuando te asomas al graderío y miras hacia arriba, tienes que tragar saliva, sabes que algo enorme va a pasar.
Con Bruce Springsteen no se puede explicar convincentemente su éxito, pero dicen que lo importante en una canción no es ni la música ni la letra, sino algo que no sabemos lo que es, él es uno de los mejores. Es ante todo un idealista, y la crítica social está omnipresente en toda su obra, pero el sueño americano del que habla se encuentra aquí desubicado, muy lejos de su contexto social, sin embargo también habla de sentimientos, de la vida, de la dignidad, y sería en este punto donde se encuentra la comunión que consigue con el público.
Pero vayamos al espectáculo, éste comenzó pasadas las diez de la noche, Javier Bardem se acercó al micro y gritó “¡tengo una pregunta del Boss, del Jefe, si hay alguien ahí fuera!, ¡hay alguien ahí fueraaaaa!, Is anybody out there, Bruce Springsteen and the E Street Band!!!! Bruce apareció y setenta y cinco mil personas aullaron, como no podía ser de otra forma.
One! Two! Three!… y el concierto explotó con «Night», una paradoja si mirabas al cielo, que todavía no era completamente negro. Nadie se sintió estafado.
Aparece Bruce y se planta al borde del escenario con las manos a la espalda y una tranquila sonrisa autosuficiente en su cara: sabe que ya nos tiene. Recorre el escenario de un lado a otro, como pasando lista, y todos deseamos tener alguna vez en la vida un jefe tan guay como éste. Explota la canción y el estadio entero despega.
El sonido era tibio y algo catedralicio, aunque mejoró de forma notable durante las tres primeras canciones. La segunda fue «Radio Nowhere», es curioso el ninguneo de Bruce hacia su último disco, siendo el mejor que ha grabado en ¿décadas?
Pero ¡quién puede quejarse cuando su lugar en el repertorio lo ocupan clásicos como «Spirit in the night!», en la que Bruce, bastante fino de voz, se dio el baño de masas acostumbrado, o «Lonesome day» de su impresionante álbum “The Rising”.
El brillante trabajo de iluminación tampoco tiene nada de casual: si las canciones de “The Boss” siempre han sido descaradamente cinematográficas, el técnico de luces de este show es casi el de los de John Ford, muchas veces Springsteen parecía un maldito Sheriff de Río Grande.
Es bastante curioso que en un gran concierto como éste se basara tan poco en los pilares de la discografía de Springsteen: «Born to run, Darkness on the edge of town y The river» sumaron tan sólo ocho canciones del repertorio, si «Magic» tampoco ocupa el grueso del show, ¿de dónde demonios salen las canciones? Pues de todos los rincones.
«Tunnel of love» volvió a abrirse camino con su tema homónimo y la petición de un fan «Brilliant disguise» (en una interpretación sin fisuras).
«Born in the USA» se vio representado con su faceta más lúdica, «Dancing in the dark, No surrender, Bobby Jean» y un «Cover me» que peleó a muerte contra su sonido discotequero original con un aquelarre de guitarras.
Hubo alguna rareza como «Trapped» y la ya casi fija «Because the night», el solo de Nils Lofgren, que a mi juicio puntúa el doble no sólo por su talento con las seis cuerdas, sino por ser capaz de ejercerlo mientras gira sobre sí mismo como una peonza, que en Canarias llamamos trompo. La entrega total del público es aterradora. Azuzarlos es como agitar un avispero, y para el final de los bises no quedará ninguna persona en el estadio que no esté botando.
El falsete final de Bruce en «The river» hizo que todo un estadio español guardara silencio durante casi un minuto, una proeza para entrar en el libro Guiness. Y es que, digámoslo ya, Bruce ese día no era de este mundo. Hizo lo que quiso con el público, y cuando recibía el feedback de la energía que había generado, se crecía todavía más.
Después de bailar con una espectadora durante «Dancing in the dark», la cargó en sus brazos y se inclinó para depositarla con cuidado entre las primeras filas. A mis treinta y ocho años cumplidos esa misma noche legendaria, jamás intentaría una proeza física semejante después de tres horas de concierto.
Tan entregado estuvo anoche que, en la carrera que se pega deslizándose sobre sus rodillas por el escenario, estuvo a punto de comerse al operador de cámara (que no se movió por miedo a perder su trabajo, supongo): lo que suele terminar en un plano medio en las pantallas se convirtió ayer en un auténtico primerísimo plano de western de nuevo del genio Ford. Los espectadores se morían.
La banda también estuvo sembrada, Clarence Clemons, Nils Lofgren, Van Zandt, Bitten, Talent, Giordano, Weinberg, el hombre de Conan O,Brien en la NBC, y su mujer, Patti Scialfa , que volvía a esta gira y que por cierto, su último álbum “Play it at it lays” es exquisito y electrizante; cómo se notan sus años de backing vocals con Keith Richards and “Talk is Cheap”.
«Mary’s Place» fue el éxtasis, ni el mismísimo Sam Cooke lo hubiese hecho mejor, canción inspirada en «Meet Me at Mary’s Place».
El encore final, de unos cuarenta y cinco minutos de duración, hace que la caldera hierva y sacuda todo el Bernabeu, y es que durante todo el show se iba enlazando una canción con la otra, rabia, pasión, descarga de rock, c’mones!!!, one, two, three, four!! Vamos Madrid!!!
Hacen que la gente estuviese excitada como si de un orgasmo se tratara. «Seven nights to rock, Born to run, Bobby Jean, Dancing in the dark y American land» pusieron a prueba los cimientos del Bernabeu.
«Twist and shout», fue su ultima canción y la gente quería más, sospecho que a la banda tampoco le hubiera importado, pues se lo estaban pasando pipa, supo despedirse a tiempo para dejar un recuerdo imborrable; y no es que se le pueda acusar de dar gato por liebre, después de dos horas y cincuenta y cinco minutos de inagotable energía. En su castellano bien trabajado repitió insistentemente “¡Os queremos, Madrid!”, y todos le creímos… ¿Qué hace tan bueno a Bruce Springsteen?
Cuesta explicarlo, sus palabras cuentan una historia y conmueven como la buena literatura; su música dibuja el paisaje de fondo de esa historia y te transporta a lugares que ni siquiera sabías que existían; su voz se convierte en el actor de la obra y hace que las letras parezcan creíbles, reales, confesionales; y su arrojo al interpretarlas sobre el escenario magnetiza las miradas de los espectadores, borrando al instante todo lo que le rodea, proyectando un foco invisible sobre él.
Hay mucha gente que cree que conoce la obra de Bruce Springsteen, y en realidad no es así. Se ponen en evidencia a sí mismos despreciándolo por “demasiado americano”, cuando en realidad su música es universal. No hay ninguna ambigüedad en la letra de Born in the USA, no es una carta de amor incondicional a la América profunda como pueda serlo «Sweet home Alabama». Sólo hay que saber escuchar.
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