El tanque abrió sus puertas por tercera vez para acoger el edén infernal propuesto por KEROXEN 13. Así dio comienzo la noche, toda una promesa de extáticos reventones de oídos. Arranca con el espacio K temporánea , una rareza dentro de la rareza ,que dejaría estupefacto al mismísimo Wagner.
ASIER RAMOS, componente del trío Hespérides, nos desbraveció con su clarinete mágico.
Formado en música camerística y con logros destacados en el panorama nacional, puso la nota más clásica a la velada. Nos emocionó los tímpanos de forma delicada con Studio da concerto; pieza que lo mismo tiene de evocadora que de complejidad técnica. Los acólitos keroxenianos disfrutamos, concentrados, de las notas de color que salían del clarinete. Algunos cerraron los ojos para dejarse llevar por los sentidos en pura abstracción; otros se balanceaban con sutileza, pero todos estábamos receptivos emocionalmente. Con éxito, nos dejamos amansar por Asier como las bestias por Orfeo y su lira.
Gonzalo, del Equipo Para, se encargó de“literalizar”los intermedios con sus lecturas. Su interpretación, siempre poética, nos cautivó como era de esperar. Iniciativa original como ella sola que, sin embargo, no solemos disfrutar más que a primera hora cuando el éxtasis aún está latente y no hemos empezado con los gin tonics.
Continuó la noche con I AM DIVE y sus cantos de“sirenos”absorbentes. Con atmósferas post rock de sonidos oníricos, el folk más tierno y la electrónica más elegante, el público se rindió ante su hechizo musical. Su acento andaluz al micrófono terminó de seducirnos al confesar que el concierto que dieron en El generador, hace un par de años, había sido uno de los mejores de su gira. Los keroxenianos les dedicamos nuestra más sentida ovación entre la que se pudo escuchar algún“olé”. Pusieron el broche con su conocido Summer camp y ya nos embelesaron del todo. El lenguaje corporal de los que allí estábamos demostraba la explosión de felicidad a la que el dúo sevillano nos había conducido. La voz salió del escenario y nos quedamos con la guitarra y sus pedales en un torbellino de sonidos que se evanescieron progresivamente, absorbidos por el agujero negro del silencio. Con su profunda actuación nos entraron ganas de enamorarnos.
A la espera del shoegaze cósmico saletiliano de la siguiente actuación, fumábamos ansiosos y nos apelotonábamos en la barra para saciar nuestra sed de desenfreno y delirio dipsomaníaco. La miniatura del restaurante La Concepción se asentaba en los estómagos más distinguidos; el resto esperábamos la suculenta pata de todos los días.
Por fin llegó el momento del dúo isleño SALÉTILE que ya nos había amenazado con la incorporación de David Perreko a la batería para hacer del conjunto de sonidos extraterrestres que les caracterizan una mezcla aún más cautivantemente insólita, cargada de resonancias que no pasarían desapercibidas. La amenaza se cumplió. Arrancaron con ciertos problemas de ecualización hasta que pidieron“por favor más base y menos guitarra”. A partir de ahí el sonido se expandió en órbitas concéntricas y loops distorsionados que encajaban con los visuales de nieve televisiva que habían escogido para la ocasión. Superadas las dificultades, el público, agradecido de que empezara el reventón de oídos que iba buscando esa noche, comenzó a levantarse, ávido de éxtasis, en ese viaje sonoro por el espacio exterior con paradas en estaciones estelares vibratorias que sólo ellos son capaces de crear. Fueron los primeros en abrir grietas en el tanque.
Con el kraut experimental de FARNIENTE, metáfora de la sonoridad de un futuro con tintes retro salida de la tecnología más selecta, de las grietas del tanque comenzó a emerger el humo lisérgico y embriagador que nos fascinaría. Ya no había vuelta atrás. Tal vez por eso el espacio se transformó rápidamente al ritmo hipnótico de las intensas texturas acústicas del dúo peninsular. Con sus peculiares bases electrónicas, el tanque se convirtió en el rincón más telúrico del mismo Hades. Fue toda una experiencia motivada no sólo por sus propuestas innovadoras sino por el arrebato extático de sus componentes. La batería pegando sin compasión, las mezclas buen rolleras y tan bienvenidas, y los matices más desenfrenados de su estilo, por cierto muy personal, nos sumergieron en un trance de danza maldita que hizo temblar hasta los huesitos dulces. La clave de tan aclamada actuación es que Farniente lo da todo, lo vive sin grandes pretensiones, y nos contagia su entusiasmo. Muy merecidos los cantos a tres voces que les dedicamos al final“otra, otra, otra”. Y otra que tocaron, arropados por la posesión casi demoniaca en la que ya nos encontrábamos. Los más atrevidos de la noche; una interesante sorpresa para los oídos.
La noche llegaba casi a su fin con los tan esperados EMPTYSET que terminaron de enardecer la calidad del cartel. El dúo de Bristol, híbrido investigador de la línea que separa la música del noise, terminó de enloquecernos con su mística demiúrgica y sus estructuras arquitectónicas de sonido que se puede palpar porque son increíblemente físicas y rudas. Los keroxenianos casi podíamos lamer las vibraciones de un sonido tan expansivo como el de Emptyset, estando a poco más de un metro de su mesa de mezclas. Incluso los más tímidos se dejaron llevar con una actitud sorprendentemente receptiva. Nos entregamos a ellos y devoramos su propuesta multisensorial, a base de electrónica que amplifica texturas sonoras deconstruidas y conceptos visuales, dónde se percibía, además de una esencia auténtica y refinada, muchas tablas. Los más obscenos nos quedamos con ganas de que nos sangraran los oídos; la propuesta del dúo y el espacio del tanque así lo exigían, pero echamos de menos ésa catarsis acústica. Faltó el volumen extremo que es capaz de removernos cada rincón de las entrañas y con el que tanto se disfruta del sonido emptysetiano en unos buenos sennheiser. Aún con todo, la sincronicidad del dúo y lo sensual de sus mezclas, a cuatro manos, despertaron los instintos más primitivos. Lo dimos todo con ellos que además quedaron encantados con la ginebra macaronésica. Una experiencia impactante.
La velada terminó con el tanque vaciándose progresivamente. Los últimos danzarines finiquitábamos las copas pisando un mar de restos plásticos que daba cierta vergüenza, y del que no estaría mal hacer autocrítica, mientras extrañábamos un tema de cierre con el que aullar a la luna, como fieras. La organización como siempre se lució con su entrega y nos extasió con una propuesta exquisita, propia del Keroxén, festival revolucionariamente tóxico dónde los haya y reducto musical de la contracultura actual. Nos deja con hambre dionisíaca para el próximo viernes en el que esperamos que las puertas del infierno se abran otra vez.
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