La noche de ayer, 27 de noviembre de 2013, se vistió de nostalgia en la sala LOCO CLUB. La afroamericana Nikki Hill revisitó con su sucio rhythm and blues a los grandes clásicos del género, incluyendo, entre otros a Chuck Berry, Eddie Cochran, Otis Redding, Little Richard y su adorada LaVern Baker.
Con un aforo a reventar el matrimonio Hill se metió al público en el bolsillo intercalando sus propios temas (hasta la fecha ha publicado un EP con 4 canciones y, recientemente, un larga duración) con covers de standards de rockabilly y rock and soul de raices sureñas, siendo éste el primer bolo de una gira hispánica que nos llevará a la banda a 11 ciudades españolas en apenas diez días, lo que indica el fuerte tirón de la cantante en estas latitudes, la cual, pese a ser apenas una recién llegada al negocio ya está siendo tildada como la nueva sensación del rocanrol.
Nada nuevo en estos tiempos de sequía creativa. New Vandals, Chris O’Leary, Kitty, Daisy & Lewis y Eli «PaperBoy» Reed vienen haciendo lo mismo desde hace algunos años: es el eterno revival de siempre.
Solo que éste, ya muertas o inválidas las grandes figuras del género, goza de gran predicamento entre los fieles seguidores por su nueva puesta en escena y la fiera acometida con que la banda y su chica reinterpretan la eterna canción (léase aquí “Slippin’ and Slidin’”, “Train Kept A-Rollin”, o , de su propia cosecha, “I’ve Got a Man”).
Con un look cincuentero pero marcando camiseta de AC/DC (a la que homenajearon en el bis final con dos temas, entre ellos “Whole Lotta Rosie”) el concierto trascurrió por los aires festivos previstos con un pelín de feedback en la guitarra del marido de la chica, más acostumbrado a nivel eléctrico que Nikki, no en balde el tipo detenta una banda paralela de blues (Matt Hill & The Deep Fryed 2) que ganó el pasado 2011 en los USA el Blues Music Awards Winner con su primer LP .
La combinación entre la cantante y el blusero es imbatible a nivel musical y visual, proporcionando al respetable todo lo que quería y más. Quizás pecó en demasía el combo de un sonido rockero un poco sobrado para lo que la gente pensaba que iba a oír, lo que, junto con el lleno y la escasa sonoridad de la sala respecto al personal que se apilaba enfrente del escenario impidió un pleno al diez.
Aún así una experiencia altamente recomendable.
Fotos de Juan Carlos Pestano.