No cabe duda que la época hippy se asocia a esta maravillosa ciudad, aunque me atrae tanto más su época, incluso más dorada, en la que las diligencias de Wells Fargo zumbaban a todo meter directas a sus oficinas con el oro que transportaban. O la de la Beat Generation, cuando vociferaban por las librerías y bares de North Beach aquello de “vive y deja vivir”. O la de Castro como epicentro mundial Gay, y en la que el Sida destrozó un montón de vidas. Inclusive la futurible de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), como bien me apuntaba el amigo Jesús Cívico.
Una ciudad convertida en un histórico plató de cine, en la que los turistas pululan por sus colinas buscando reconocer aquella imagen que han visto en la gran pantalla.
Pero la ciudad no es sólo la península donde inestablemente se asienta, es la bahía: Oakland, Berkeley…, así cada zona de la ciudad ha tenido sus periodos de glorias y conflictos, de incendios y terremotos. Ahora le toca a un barrio en auge, Mission. Epicentro de la comunidad latina desde tiempo que se llamaba a la ciudad Yerba Buena. Aquí están las tres salas de conciertos que tuvimos la oportunidad de ver.
Brick&Mortar Music Hall es una pequeña sala para acoger a una estrella como Ronnie Spector. La dama está mayor, se sienta entre canciones, sólo 45 minutos, pero cada uno de ellos vale para recordarla toda la vida. Realizó un inmenso homenaje a una discípula suya como era Amy Winehouse. Curiosamente en Los Angeles, días después, fuimos a otro concierto en la sala The Echoplex en la que la futura rutilante estrella latina Jessica Hernández prosigue el camino de las dos damas.
Antes de tomar el Camino Real hasta Los Angeles, en la sala The Chapel nos sobresaltamos con Dot Hacker, incluso el técnico de la mesa de sonido sudaba ante las reclamaciones desde el escenario del afamado Josh Klinghoffer, habitual guitarrista de los Red Hot.
El Camino Real (la 1) bordea la costa del Pacífico en un transitar automovilístico precioso. Sin prisas, deteniéndote en pueblos como Monterey, donde su más preciado producto es la sardina, y de la que sus pescadores no dejaron una. O Carmel con su Point Lobos, y Edward Weston cargado con su cámara. Big Sur. John Steinbeck.
Pronto se convierte en la 101 y ya estás inmerso en una atestada freeway que te lleva hasta Los Angeles, espejismo paradisíaco conformado por 88 localidades. ¿En tres días?. Ni uno de los supermanes que andan por el paseo de la fama lo lograría. Inmensa.
Salimos hacia las High Sierras, camino del Parque Nacional de las Secuoyas. Generales, coroneles y capitanes de gran tamaño son localizados entre senderos, donde alucinas tanto a lo alto como a lo ancho del tamaño de estos milenarios árboles.
Hicimos un par de Stops. Una de ellas en Fresno, donde la llanura es ocupada por harleys y sólo se oye el rugir de las motos.
La carretera va decreciendo en el número de carriles, empiezas a subir y a atravesar valles, hasta que cruzas un túnel y flash!, estás en el portal del Parque Nacional de Yosemite. La postal por excelencia. Una maravilla realizada por la naturaleza.
La casa natural de Ansel Adams.
Vamos rumbo a San Francisco, pero en el camino hacemos parada en Sonora y Jamestown. La fiebre del oro, donde personajes de todo tipo corrían en busca de una piedra que cambiara sus vidas. Y todavía se buscan, y se encuentran, aunque ni el oro ni el tiempo pasado han cambiado la fisonomía de estas pequeñas ciudades que se conservan como antaño.
De vuelta a San Franpsycho, pernoctamos en Lombard St., donde está la comisaría de policía de las ovejas eléctricas, donde están las famosas curvas, que vista la calle desde abajo se asemeja a un gusano de coches deslizándose por la colina.
North Beach, la Barbary Coast, donde bohemios venidos de otras ciudades y países campaban a sus anchas ofreciendo cultura por librerías como City Lights ó bares como el Vesuvio.
En los últimas días teníamos en el punto de mira unos cuantos conciertos, alguno cayó por sold-out, pero pudimos disfrutar de Bart Davenport en el Make-Out Room y de Ben Watt con Bernard Butler en The Chapel. Ambos tienen un tono de voz muy íntimo, propicio para un pop melancólico preciosista.
Bart es de San Francisco y tocó entre amigos mostrando su toque sixties a la guitarra. Conocido por la España indie-pop y sin mucha trascendencia en su propia casa.
Ben Watt llenó la capilla, en la que el público sentado disfrutaba de sus hamburguesas y hasta platos de pasta que ofrecía el restaurante perteneciente a la sala. Parlanchín, iba desgranando y comentando las canciones de su último disco, “Hendra”, donde las canciones son dedicadas a sus familiares fallecidos, alternando con bromas sus años de gloria como Dj., para conseguir que los exquisitos platos no se atragantaran en el gaznate del público, que puesto en pié lo despidió con honores.
Como no podría ser de otra manera, finalizamos este viaje con California Dreamin´ de The Mamas & The Papas.
Juan Carlos Pestano Litelestudio fotografía en facebook.
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