John Hiatt & The Combo y Anje Duhalde en el Kafe Antzokia de Bilbao

Algunos de los mejores discos de rock de la historia requieren años de trabajo obsesivo hasta que el músico perfeccionista de turno considera que la obra creada está a la altura de las expectativas generadas por sus fans. Sucedió cuando Tom Scholz presentó al mundo el tercer disco de Boston «Third Stage», y, para qué lo vamos a negar, consiguió apabullarnos con una epopeya sónica que era una absoluta experiencia vital. En el interior de la carpeta doble de ese LP aparece un texto que a mí siempre me ha parecido muy divertido, donde Tom explica a los interesados por las técnicas de grabación «cómo hacer un disco en sólo seis años».

Por supuesto, también puede darse el caso contrario. Cuando en las condiciones más adversas, cuando ya nadie espera nada de ti, en un último salto mortal sin red vas y te sacas de la manga un disco por el que se te recordará toda la vida. Para nuestro protagonista (Indianápolis,1952), todo cambió en un corto periodo de tiempo de menos de dos semanas en 1987. John Hiatt había llegado a un punto de no retorno en su carrera… siete discos a sus espaldas en tres compañías distintas –Epic, MCA, Geffen-, la mayoría con buenas críticas en la prensa especializada, pero todos fallidos comercialmente, y problemas con el alcohol y las drogas que estaban echando a perder todas sus oportunidades en la industria musical, hasta considerar seriamente si merecía la pena seguir en el negocio a pesar de ser una máquina infalible de facturar canciones para otros en tiempo récord.

John Hiatt en Bilbao 2015

A principios de aquel año, recién expulsado del último sello, John ofrecía recitales acústicos en solitario en el McCabe´s Guitar Shop de Santa Monica, California. John Chelew, el dueño del local, al escuchar los nuevos temas que Hiatt presentaba en sus actuaciones, le anima a grabar un nuevo disco convencido de que son los mejores que ha escrito hasta ese momento, y la compañía inglesa Demon Records afloja 30.000 dólares para convertir en vinilo las sesiones registradas los días 17, 18, 19 y 20 de Febrero. Chelew acabaría produciendo el disco, y John consigue como banda de acompañamiento a tres tipos con un currículo para caerse de culo varias veces: Ry Cooder, Nick Lowe y Jim Keltner.

En esos cuatro días de grabación sin apenas presupuesto registraron nueve temas. No las nueve mejores canciones de un repertorio más extenso, sino literalmente las nueve únicas canciones que Hiatt tenía listas en ese momento, y casi tuvo que suplicar a sus compañeros que aguantasen un poco más el último día antes de largarse para registrar la última que había escrito a toda prisa, porque tenían que meter diez en el disco según el acuerdo establecido. Tres días de mezclas después, «Bring The Family» era una realidad y, bueno, no hay nada más que decir. El disco es tan gigantesco que habla por sí solo. Un clásico del rock´n´roll. El que no haya escuchado esta maravilla que ponga remedio a eso de inmediato. Admito que no soy un gran fan de Cooder en solitario, pero lo que hace con su guitarra en esta grabación es increíble. Y para la historia quedaba «Have A Little Faith In Me»… ¿Cuántos músicos pueden escribir una canción como esa?… sinceramente pienso que muy pocos. Ni sé las veces que la he escuchado desde entonces, pero siempre suena igual de emocionante que la primera vez.

John Hiatt en el Kafe Antzokia Bilbao

No obstante, mi primer contacto con la música de Johnny fue en 1988, cuando compré su álbum «Slow Turning». No conocía nada de su obra anterior, pero las críticas de la época decían que era un digno sucesor para «BTF», que ya se calificaba como obra maestra en los medios. Como fiel seguidor del rock americano no me lo pensé y me lo llevé a ciegas a casa. A veces pasa, algo en tu cabeza te dice que eso te va a gustar, que está hecho a tu medida… y claro, tú te lanzas y resulta que recibes mucho más de lo que esperas.

El disco era increíble, y resultaba que el tal Hiatt no sólo era un cantante y guitarrista superlativo, sino que era evidente que el tipo tenía mucho talento porque firmaba todos los temas del LP, y además los había creado en unas condiciones cuando menos anormales, sentado en una oficina de la compañía discográfica cumpliendo un horario laboral normal como cualquier otro empleado. La idea era repetir con la misma banda, pero le dejaron tirado a escasas semanas de empezar y tuvo que reclutar músicos nuevos, entre ellos David Ranson al bajo y Kenneth Blevins en la batería, que casi treinta años después, actuaron con él en el show de la otra noche en Bilbao. Con este álbum Hiatt se revela de manera definitiva como uno de los cantautores americanos pura sangre, al mismo nivel que Seger, Petty, Mellencamp, Newman o Young, con una capacidad innata para crear historias emocionantes que mezclan de manera natural musculatura sónica con sentimiento, envueltas en estribillos arrebatadores que te agarran por el cuello y ya no te sueltan jamás. Lógicamente algunos de sus álbumes bajan un poco el nivel, pero este hombre no ha escrito nunca una mala canción, pero sí muchas sobresalientes.

El cantautor folk rock euskaldun Anje Duhalde (Arrangoitze,1950) fue el encargado de abrir la velada. En la década de los 70 fundó el grupo Errobi, y en los 80 emprendió su carrera en solitario. Desconozco absolutamente su discografía, pero durante la media hora de su actuación su sonido me remitió a ecos de Paul Simon o Crosby, Still and Nash. Como homenaje al artista principal nos ofreció una versión en euskera de «Back Of My Mind», uno de los temas del disco «Stolen Moments» (1990).

Tercera vez que degustamos a Hiatt en vivo en el País Vasco, tras sus conciertos en el Kursaal de Donosti y la Sala BBK de Bilbao, en 2010 y 2012 respectivamente. Grandes los dos, pero con el bajonazo que supone ver a uno de tus ídolos sentado en una butaca sin poder menear ni las pestañas. Hoy en el escenario inmejorable del Antzoki nos desquitaremos, y ante casi un lleno de público con ganas de rugir, asistiremos a uno de los mejores conciertos de rock americano que se han visto en esta sala, y el mejor de los tres conciertos que le he visto hasta ahora sin discusión. Abrieron con «Your Dad Did», uno de los cuatro temas que sonarán de «BTF» entre los 17 de un setlist matador con el que nos dejaron boquiabiertos en las casi dos horas de show. Brandon Young en las harmonías vocales y percusión ocasional y el finísimo Doug Lancio en la guitarra, que se convertirá en protagonista absoluto del show en muchos momentos de la velada.

Siguen con la serena «Marlene» de su último disco «Terms Of My Surrender» (2014), e inmediatamente nos ponen a volar con la clásica «Perfectly Good Guitar», del disco homónimo de 1993, el más duro que nunca ha grabado y donde más se acercó al sonido desbocado de los Crazy Horse. Hiatt tiene 62 años, pero su estado físico y vocal es excelente, aunque el calor imperante en el local hará mella en él en la parte final del concierto. Otra más del mismo disco, «Buffalo River Home», antes de pasar por el blues desnudo de la nueva «Face Of God». The Combo llevan casi cinco años tocando con él y la compenetración en escena es milimétrica.

Empiezan a llegar los pesos pesados: euforia general en «Drive South» -una de mis debilidades-, cambio de acústica por telecaster y una instrumental con las dos hachas que se acaba convirtiendo en «Real Fine Love» -muy bien Young en los coros aquí-, y la enorme «Paper Thin»… Lancio coge la mandolina y llegan dos canciones con este instrumento como elemento principal: «Crossing Muddy Waters» y «Cry Love», donde la gente se lanza a dar palmas animando la fiesta. «Long Time Comin´» bajará un poco la intensidad de nuevo, pero el rush final de la parte principal del show nos pondrá en órbita enseguida a todos. Sé que no puedo hablar de manera objetiva porque soy un seguidor incondicional de este hombre, pero creo que todo el público está de acuerdo en que el nivel es impresionante.

Subidón adrenalínico hasta el final: «Tennessee Plates» -una de mis favoritas de «Slow Turning»-, la inevitable «Thing Called Love» -popularizada por Bonnie Raitt y con un solo salvaje-, una emocionante «Feels Like Rain» -convirtiendo la canción en un susurro hasta extinguirla por completo-, y final inmejorable con «Memphis In The Meantime» con John haciendo corear a toda la sala el estribillo. Satisfacción de todo el público reconociendo la grandeza de lo que acabamos de ver. Un concierto de rock atemporal directo al top ten del año con uno de los songwriters más grandes del país de las barras y las estrellas. Espectacular.

Dos bises para cerrar: la imprescindible «Have A Little Faith In Me», con las guitarras sustituyendo el ritmo que le da el piano en la grabación original. Queda excelente y el crescendo se mantiene. Os digo que podría escuchar esta canción todos los días de mi vida sin cansarme de ella… piel de gallina amigos. Ha sido demoledor, pero esto se termina. Despedida perfecta con «Riding with the king» (1983), nuevo agradecimiento y homenaje a B.B. King y Eric Clapton por popularizar el tema, y lucimiento final para el señor Doug Lancio con un solo estratosférico alargado hasta el infinito, y para Hiatt en la parte vocal final. Ovación de gala para terminar. Qué grande eres John. Viva el rock joder.

Texto de J. M. Martínez. Fotos de Koldo Orue.

John Hiatt en el Kafe Antzokia de Bilbao

 

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