Texto de Federico Navarro y fotos de María José Jiménez.
Las siempre atinadas palabras del promotor Pere Pons, cuyos conocimientos sobre música valen un imperio, sirvieron para presentar al cantautor Javier Ruibal, que había reunido a sus seguidores en ese templo del buen gusto que es el Jamboree barcelonés la noche del primero de octubre. El gaditano apareció con una guitarra española en las manos. Allí estaba ese hombre pegado a su eterna sonrisa para desgranar varias piezas de su último álbum hasta la fecha, “Quédate conmigo” (2013), junto a una selección de sus clásicos.
Siempre he relacionado a Ruibal con el sello discográfico 18 Chulos, encargado de publicar los trabajos de El Gran Wyoming, Pablo Carbonell y el añorado Javier Krahe. Y me sorprendió encontrar a alguien tan amante de las atmósferas y letras tranquilas entre artistas de verbo tan afilado e hiriente, siempre dispuestos a denunciar las desigualdades con su ironía o, en el caso de Carbonell, mediante ese irrefrenable surrealismo. Pero eso no significa que el protagonista de estas líneas no nutra sus versos de una hermosura que pinta la cotidianeidad de amores y placeres sencillos y que no encontremos en ellos estrofas que podrían haber surgido del mejor Joaquín Sabina.
Porque cuando le escuchamos y nos mareamos de sensibilidad por el “vértigo de sus palabras” y le pedimos que nos diera unos “Besos en abril”, los aplausos se unieron en una única voz que rogaba aquello de “Tráeme canciones”. Poesía. Cercana, de esa que nos confiesa, en un arrebato de sinceridad, que lleva “tus ojos por bandera”.
El cantautor no tardaría en tener a más cómplices en el escenario. Atento a la batería estuvo su hijo Javi Ruibal, mientras que el piano de Agustín Batista nos aupó a “La gloria de Manhattan” y todos juntos se unieron para gritar que “A Roma no quiero ir”. Mención especial mereció Munir Hossn, que compaginó guitarra y bajo haciendo que este último instrumento sonara claro y notorio, como sólo se percibe en los recitales de pequeño formato, donde los sibaritas del arte permiten que su paladar pruebe de primera mano los más suculentos placeres sonoros. Y es que los ingredientes del compositor de Cádiz son tan sabrosos como variados: Jazz, algo de Bossa Nova, un poquito de Pop y otro tanto de canción de autor. Todo en las proporciones justas y precisas, como las reflexiones de Pons antes de que la magia de esta legendaria cueva nos envuelva a todos con su singular belleza.