Texto por Federico Navarro y fotos de Ramón Hortoneda.
Un celoso Frank Sinatra vino expresamente a España en 1950 para vigilar a una Ava Gardner de turismo taurino y sexual por la cama del diestro Mario Cabré, hombre afortunado que convirtió el romance en amor puro sólo en su imaginación. Ese capítulo brilló entre tantos otros dentro de la vida de un cantante que el pasado 12 de diciembre de 2015 hubiera cumplido un siglo. Para celebrar algo así se necesitaba un buen whisky servido, con dos cubitos, en una cueva de jazz tan maravillosa como el Jamboree y una banda como el Jordi Rabascall Quintet, que se ha volcado en darle al viejo Frank, ahora una estrella más en el firmamento, un pastel adornado con varias de sus mejores canciones.
No fueron éstas -en los dos deliciosos pases de los que constó la velada-, precisamente las más conocidas, ya que no se recorrieron las avenidas de “New York, New York” ni se reivindicó aquel clásico llamado “My Way”. Porque era, al fin y al cabo, una noche para verdaderos conneisseurs, auténticos sibaritas que sabían que aquel hombre cantaba sin rubor a la tristeza en “Empty Tables” (“Mesas vacías”). Con esa hermosa pieza, Jordi Rabascall, elegante y bañado en humor, unía su voz a la del piano de Rodrigo González Pahlen dando inicio a una hora y media de ensueño. Porque de sus cuerdas vocales, sólo surgieron notas perfectamente moduladas, limpias y hermosas. Pañuelos pidiendo las dos orejas y rabo, que se consiguieron tras una impecable faena. Maestro.
“Lucky Be a Baby” (“Por fortuna ser un cariño”) sirvió para que los cinco músicos se juntaran en el escenario para acometer esa suerte de piezas sacadas del sombrero de aquel truhán que recordaba que “Lady Is a Tramp” (“Esa mujer es una tramposa”) cuando él mismo distaba de ser un santo. Prefería, durante esos años en Las Vegas, esos escarceos fugaces de “Strangers In The Night” (“Extraños en la noche”) que estos muchachos recrearon con un ritmo más bailable dejando que la batería de Oriol González jugara a su merced arrastrando a los demás tras ella. Y hubo tiempo para acercarse a las canciones que unieron al entrañable Ol’ Blue Eyes con Antonio Carlos Jobim en “The Song Of The Sabia”, otra de esas rarezas que sólo conocen unos pocos y que este quinteto nos hizo paladear haciendo brillar el sinuoso contrabajo de Manel Fortià. Y la sorpresa irrumpió en “Where or When” (“Donde o cuando”), cuando Claudio Marrero cambió su saxo –con el que estuvo superior en todo momento-, para sentarse al piano y Rodrigo se hizo con la harmónica; cosas así no se contemplan todas las noches pues es un prodigio del que pocos artistas son capaces.
En el tramo final de la velada, cayó un recuerdo para las sonrisas, esos instantes felices, con “I Get Out a Kick Of You” (“Consigo alejarme de ti”), el eterno standard de Cole Porter, donde esta cuadrilla se lució como Cabré en una de esas tarde de verónicas, vítores y besos de aquella Ava indomable incluso para un cantante que supo ser leyenda y actor en “De aquí a la eternidad” (1953). O como Jordi y su quinteto en una noche que recordaremos, al menos, durante otros cien años. Porque salieron, como los mejores toreros, por la puerta grande.