¿Qué hacen Geraint Watkins, Martin Winning y Pete Thomas con la banda Hillbilly Moon Explosion? Esa pregunta nos lleva hasta las puertas de la Boite anoche, miércoles, y no un fin de semana. Y la respuesta es muy sencilla: la diversión. La música es diversión y, a veces, juerga de primera. Se puede jugar a de lo lindo cuando mezclas un bolero con puro rock and roll y lo salpimentas con unos gorgoritos en plan operístico, gotas de rhythm and blues o rockabilly (aparentemente el plato principal, si bien luego fue un simple aderezo). Y además, algunos fogonazos de Boogie-Woogy o de swing, para que no haya nadie capaz de describir ese chorro energético.
Watkins estaba entre los músicos de Back on Top, en 1999. Fue la primera vez que me fijé en su nombre. Al hurgar en su biografía se descubría una experiencia para quitar el hipo. Había tocado con George Harrison, Bob Dylan, Eric Clapton, John Martyn, Bill Wyman, Paul McCartney, Carl Perkins… Luego pudimos verle acompañando a Van Morrison ese mismo año, en el Palacio de Congresos de Madrid. Por aquel entonces los de la secta le llamábamos “la momia”, creo recordar que con poco cariño. Estaba parapetado en su Hammond y acompañaba al tío Vinagre junto Richie Buckley, Matt Holland, Ralph Salmins, Johnny Scott y Nicky Scott. Su rostro pétreo, inescrutable, pálido, jamás se inmutaba. Los forofos del gruñón íbamos a lo que íbamos, por lo que a mí me pasó bastante desapercibido entonces y las muchas veces que después pudimos escucharle en esos años de vino y rosas. Nuestra ira en los tiempos de Linda Gail solía descargarse en Ned Edwards, a quien llamábamos Badulaque, pero esa es otra historia. Watkins no era más que otro nombre más entre la enorme lista de músicos que se han unido en algún momento al de Belfast.
La iluminación llegó mucho más tarde, en 2013, cuando el galés no tenía a su lado a Van the Man. Apareció entonces en la sala Sol y fue deslumbrante. Nadie podía eclipsar su genio. Le acompañaba aquella noche al saxo Martin Winning, quien también estuvo como compinche ayer, e hizo un concierto de los que no se olvidan. Su pasión musical, su conocimiento de todo tipo de corrientes musicales nos cautivó. Fue el mejor concierto de aquel año, bastante repleto por cierto de grandes citas con este arte que nos vuelve locos.
Anoche pudimos descubrir otro ángulo de Watkins. Su versatilidad extrema se ciñó anoche a los inasibles Hillbilly Moon, otra fábrica de combinados. Lo trataré de explicar con una imagen. Es como si un barman agarra una coctelera y agita en ella los componentes musicales más dispersos, y justo en ese momento le entra el baile de San Vito, rebautizado por la ciencia como Corea de Huntington. Ese trastorno se caracteriza por un movimiento espasmódico de las extremidades, una agitación diabólica y el brote de muecas extrañas. Así sonaba la marcha de esta banda suiza, con una enorme fuerza en su directo.
Ahora bien (siempre hay un ahora bien), el nivel subió hasta la cima cuando los ya curtidos (llevan 15 años de carretera) músicos ceden el testigo a ese galés de 64 años que se transmuta en un chaval en celo cuando se suma a la salvaje carrera de esos potrillos llamados Emanuela Hutter (una voz de esfinge persuasiva), Oliver Baroni (voz y bajo, maestro de ceremonias y verdadera alma de la noche), Duncan James (voz y guitarra) y Sylvain Petite (batería)
El segundo momento bestial es también de otros dos vejetes (cada vez me gustan más las arrugas). En cierto momento, el saxo de Winning echa fuego y se suma al de Pete Thomas para llevar la fiesta entre el público; bajan del escenario y se mezcla todo aún más, las músicas y los músicos, las alegrías y las euforias, la juerga y el cachondeo.
Pero la verdad última es la más evidente. Está en el nombre. El secreto del espectáculo Hillbilly Moon Explosion es exactamente que explotan, en vivo y en directo. Por muchos años!
Texto por Miguel López, autor de Viaje a Caledonia
Fotos de Jorge T. Gómez.