Texto por Federico Navarro y fotos por Dimoniet Vermell.
Hace unas semanas Joaquín Ladrón, amigo y dibujante de cómics, me comentaba que un colega suyo se negó una vez a poner “The River” (1980) en el giradiscos al argumentar que ese doble LP de Bruce Springsteen sólo se escuchaba en ocasiones verdaderamente especiales. Y, casualidades de la vida, el Boss y su renovada E Street Band visitaron el Camp Nou de Barcelona para revivir esa obra con motivo del lanzamiento de “The Ties That Blind (The River Collection)” (2015) que recoge, además de las canciones que todos conocemos, varios descartes que bien podrían haber formado parte de la selección original.
Ante un público rendido de antemano, caído en uno de esos sueños que en la capital catalana son un ritual, Springsteen se lanzó a un baño de masas, aplausos y Rock’N’Roll del que sólo sabe facturar él. Lo dicho, un espectáculo de estadio para todos los públicos. Y las aguas de aquel río nacido hace treinta y cinco años corrieron con brío a lo largo de la velada mostrando no sólo la belleza del tema que le da título, sino también esas canciones que muchos soñábamos con escuchar alguna vez en directo. Porque “Drive All Night” y “Point Black” eran tesoros que se esperaban como agua de mayo; la sensibilidad de la primera y ese dramatismo que tiñe a la segunda pusieron las pieles de gallina e incluso causaron las caídas de más de una lágrima. Es en esos instantes tan hermosos cuando contemplamos al artista más sensible, al que huye del recurso fácil de esos temas más festivos como las infalibles “Badlands” y “Hungry Heart”, cercanas a esa verbena de barrio donde la gente sencillamente quiere pasárselo bien.
En relación con los shows celebrados en Estados Unidos, esta inauguración del tramo europeo del tour, contó con más presencia de otro de sus grandes álbumes, “Born In The USA” (1984), que contempló como ese mismo tema, “I’m Goin’ Down”, “Glory Days”, “Dancing In The Dark”, mi querida “Bobby Jean” y esa declaración de principios titulada “No Surrender” ponían a los presentes al borde del delirio. Y es que este hombre nunca ha tirado la toalla, ni siquiera cuando dos de sus amigos le dejaron para siempre en la soledad de esa carretera que recorre sus canciones. Allí estaba al saxo un inconmensurable Jake Clemons ocupando el lugar de su tío Clarence tras su muerte en el 2011, demostrando que el carácter es cosa de familia y que se lleva en la sangre. Pasión, pasión y más pasión. Ayer, hoy y siempre.
Quedaban en la memoria los cientos de recitales que contaron con el teclado del también desaparecido Danny Federici, ambos recordados mediante fotografías en las tres grandes pantallas que rodeaban el escenario mientras sonaba “Tenth Avenue Freeze-Out”. Pasados tantos años, el poderío de su formación continua ahí, intacto, con un Steve Van Zandt totalmente entregado a las seis cuerdas y un Nils Lofgren que giró sobre sí mismo varias veces durante un solo de guitarra enloquecido al ritmo de “Because The Night”. Y a la batería, Max Weinberg, que lleva a las baquetas un sinfín de vidas marcando ese ritmo que cabalgó por los años más gloriosos de la carrera de este eterno héroe de la clase obrera. Únicamente se salieron de ese guión circunscrito a los años setenta y ochenta “Lonosome Day” y “The Rising” y, la verdad sea dicha, no desentonaron junto a tanto clásico. Lo mismo que el hermoso tributo a Prince con “Purple Rain” o la maestría de Roy Bittan con el piano y los teclados.
Hubo una única mirada a un disco que personalmente considero muy especial, ya que de “Nebraska” (1982) sólo se rescató “Atlantic City”. Pero la magia se reservaba para buena parte de aquella obra que el compinche de Ladrón escucha únicamente en noches muy señaladas, como la del 14 de mayo de 2016 en Barcelona, cuando le cantamos a “Sherry Darling” lo mucho que la queremos y, al final, nos fuimos por esa eterna “Thunder Road”.
