Geethali Norah Jones Shankar actuó en el Palacio Municipal de Congresos de Madrid con las entradas vendidas hacía semanas. Con puntualidad británica a las 21:29 con el escenario oscurecido, entra la cantante con el tiempo justo para posar sus dedos sobre el teclado. La luz se abre en abanicos de colores y justo a las 21:30 un foco se proyecta sobre la cantante y el concierto da comienzo. En una primera parte interpreta al piano canciones tanto de su repertorio clásico entrelazado con otras de su nuevo disco más cercano al jazz y una vuelta a sus raíces, «Day Breaks».
Norah Jones tiene una voz que inunda la sala, con reflejos de satén, acariciando las letras. Su evolución desde los inicios con su gran éxito en el 2002 «Come away with me» ha sido tranquila, lo que le ha permite experimentar otros caminos. Esta transición se produce en la segunda parte del concierto. Cambia el piano por la guitarra eléctrica, roja como la pasión que encierran algunas de sus canciones.
El ritmo cambia. Con «Long way home», un guiño a la música de Tom Waits, desata las pasiones de los asientos aledaños. Cada canción tiene su tonalidad visual. Todo se funde: la voz, los instrumentos, la luz y el color, el aire y la piel. Ahora la banda abandona el escenario, es el momento de ver a una Norah Jones más intimista al piano.
La música fluye de canción en canción. El fin del concierto se acerca. Despedida y bises… ¡pero sorpresa! Aparecen de nuevo con diferentes instrumentos (tambor, contrabajo, piano, dobro y acústica) y cantan a capella como si fueran una banda de pueblo de la América profunda. Cuando salimos de la sala tenemos todos la mirada ligera.
Seguimos con la música en los cuerpos y comentamos: ¡Qué buen sabor de boca nos ha dejado! Y una pregunta… ¿cómo evolucionará su voz? ¿Será más grave? ¿Más profunda?
Texto y fotos por Ana Hortelano.
