Alejandro Escovedo echó el cierre al festival Blues & Ritmes de Badalona de este año con una actuación memorable en la que hizo repaso a los diferentes registros estilísticos que forman parte de su repertorio. Muy buena entrada en el Teatro Principal de Badalona para ver a una de las mayores figuras de americana en los últimos veinte años, en los que ha desarrollado una discografía muy variada, trabajando con algunos de los mejores músicos (Bruce Springsteen, Chuck Prophet, Ian Hunter, Ryan Adams ) y productores (John Cale, Tony Visconti, Peter Buck,…) del género. Una oportunidad única para poder ver a uno de los secundarios del rock más respetados por sus colegas de profesión, en uno de los mejores momentos de una carrera que se extiende durante cinco décadas (ya queda lejos el día que abrió con su banda The Nuns el último concierto de los Sex Pistols, en San Francisco). Tras unos años complicados después de ser diagnosticado por stress postraumático tras sufrir el azote del huracán Odile en plena luna de miel, Mr. Escovedo ha vuelto a la actualidad grabando uno de sus mejores discos, Burn Something Beautiful, el cual presentó en esta gira española..
Comenzó la noche con un tema instrumental interpretado por Don Antonio, banda italiana que han acompañado a Alejandro en esta gira española. Una canción con aires de jazz que sirvió para calentar el ambiente y que, ciertamente, nos despistó un poco. Pero en cuanto apareció Alejandro y cogió su guitarra la cosa cambió inmediatamente. Can´t make you run fue un comienzo perfecto para una primera parte del recital ciertamente rockera, en la que se intercalan temas de su último trabajo (Horizontal, Beauty of your Smile) con clásicos como Sensitive boys o Castanets, canción que abandonó durante años tras descubrirla en una playlist elaborada por el presidente Bush Jr. y que constituyó su única visita a The man under the influence, su disco más celebrado. Si hay que poner algún pero a la velada es el corto repertorio presentado. Las canciones se alargaron aprovechando la prestancia instrumental de sus acompañantes, con mención especial a Antonio Gramentieri, un verdadero virtuoso de la guitarra; lo que hizo que sólo pudiéramos disfrutar de una docena de canciones (y no todas propias), cuando el repertorio del señor Escobedo tiene suficientes temas para generar un recital mucho más amplio.
Después de la tormenta, Alejandro bajó las revoluciones y empezó a presentar las canciones con monólogos en los que mezclaba castellano e inglés. Así, presentó la primera canción tocada con guitarra acústica, Sister Lost Soul, una canción que escribió junto con Chuck Prophet para homenajear a Jeffrey Lee Pierce y que aprovecha para recordar a los numerosos amigos perdidos por el camino, con especial recuerdo para Lou Reed y David Bowie, músicos que escuchaba de pequeño y que le ayudaron a forjar su naturaleza como músico. Bottom of the world le sirve para contarnos lo difícil que le ha resultado mudarse de Austin, ciudad musical por antonomasia, a Dallas, mucho más aburrida e impersonal. Para finalizar el set acústico acometen Down On The Bowery, tema estrella que interpretaba junto a Ian Hunter en Street songs of love, y que dedica a su hijo, al cual de pequeño no le gustaba esa “música para viejos” que tocaba su padre. Aprovechó también el bueno de Alejandro para hablar de su padre y de todos los músicos que hay en su familia. Por cierto, sin ser un virtuoso de la guitarra, es increíble escuchar el sonido que consigue sacar el señor Escovedo con una simple guitarra Yamaha.
Después de esta canción, volvimos a terrenos eléctricos con Sally Was A Cop, presentada como la historia de una inmigrante mexicana que, ahora mismo, lo tendría crudo. Alejandro aprovechó este tema para lanzar su alegato anti Trump (debe ser complicado para alguien como él convivir con semejante presidente) y animó al público a hacer los coros, que al final se convirtieron en un populista “Fuck, Donald Trump” Aún así, fue uno de los mejores momentos de la noche. Encaramos la recta final con Luna de miel, otro de los temas más rockeros del último disco, que sonó mucho mejor en directo, su hábitat natural. El concierto llegaba a su fin con Always A Friend, canción que versionaría muchas veces Bruce Springsteen, un buen amigo de Alejandro. Momento que aprovechó para hacer una exaltación de la amistad que no sonó nada artificial. Al fin y al cabo, fueron sus compañeros de profesión los que le salvaron cuando la hepatitis C estuvo a punto de llevárselo al otro barrio hace ya casi quince años.
En el único bis, el señor Gramentieri apareció en solitario con su guitarra e introdujo poco a poco al resto de la banda en A Thousand Kisses Deep, la única canción que interpretó Alejandro sin apoyarse en su guitarra y que fue aprovechado para el lucimiento instrumental de la banda, aunque constituyó el momento más flojo del concierto. La verdad es que la falta de matices en la voz de Alejandro resta potencia emocional a este tema de Leonard Cohen. Ay, amigo, con lo que hubiéramos disfrutado si hubieras recuperado Rhapsody, por ejemplo… Ya, para acabar, momento de éxtasis guitarrero con la interpretación de Like A Hurricane, himno imperecedero que suena a gloria. Si durante todo el concierto había pensado que la banda sonaba muy Crazy Horse, esto no hace más que confirmarlo. Un colofón perfecto a una velada inolvidable, que no dejó insatisfecho a nadie. Uno de los conciertos que pondremos en la lista de destacados al final de año y que no hubiera sido posible sin el buen hacer de Don Antonio, mucho más que una banda de acompañamiento.
Texto Javier Casamor y fotos por Desi Estévez.
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