Una sensación de vacío enorme, como la que supone la pérdida de un familiar cercano. Esa era la sensación que nos invadía al enterarnos de la muerte de Chris. La cosa se puso aún peor cuando supimos que fue por suicidio. Cornell se ahorcaba en el cuarto de baño de su hotel en Detroit, tras un concierto con su banda Soundgarden, la fatídica noche del 17 al 18 de Mayo. Recientemente nos enteramos, además, de que estaba bajo tratamiento por profundas crisis depresivas, y las últimas informaciones filtraban el hecho de que los brazos del artista presentaban señales de pinchazos cuando fue hallado en su hotel. ¿Por qué? ¡Por favor! La sensación de orfandad es insufrible. Primero fueron Andy Wood y Kurt Cobain, luego Layne Stanley, más recientemente Scott Weiland y ahora Cornell. ¿Qué le pasa al Grunge? Que le pasa a estos profetas del siglo 20 que nos desgarran de placer con sus composiciones e interpretaciones. El dolor de corazón es agudo. Chris nos dejó trabajos, que en más de una ocasión, han servido para sacarnos de nuestras miserias personales, para redimirnos, para reconciliarnos con el día a día. Y ahora estamos más solos, un poco más perdidos, y sobre todo, desolados por la tragedia que marca su muerte, como lo hizo anteriormente con sus compañeros de generación.
Con motivo del lamentable hecho que nos sacudía la pasada semana y nos dejaba congelados en un dolor inexplicable, rescatamos, en homenaje al gran Chris Cornell, la crónica de su tremendo concierto el pasado año en el Liceu de la ciudad condal a cargo de quien escribe estas líneas, junto con un set de fotos inéditas que esperaban en los archivos de nuestra revista:
La ciudad condal vestía con sus mejores galas el Gran Teatro del Liceu y la ocasión no era para menos. Hacía ya unos cuantos días que Chris Cornell había agotado las entradas y sus seguidores llegaron a adquirir incluso butacas de baja visibilidad a fin de no perderse el evento. Es la segunda vez que visita Barcelona en solitario y ya ha llovido mucho desde su anterior aparición por estas tierras (fue en el Casino L’Aliança, concretamente). En aquella ocasión sólo 900 afortunados vieron al de Seattle. Hoy, 17 años después, casi tres mil almas pudimos disfrutar del espectáculo.
Pasan pocos minutos de las ocho de la tarde cuando las luces se apagan y, ante la cerrada ovación del respetable, el músico hace su aparición por la derecha del escenario. Chris ya está en la década de los cincuenta, pero resplandece con una juventud y estado de forma más propio de sus veinte años. Realmente parece que haya hecho un pacto con el diablo. Saluda efusívamente a las primeras filas, algunos incluso se le acercan para estrecharle la mano. Cornell sigue mandando saludos hacia las alturas de las seis plantas del teatro hasta que se da la vuelta para buscar su primer “arma” de cuerdas.
Es un concierto acústico: hay dos taburetes, una pequeña mesa con bebida y una caja de armónicas sobre ella, dos bastidores con diferentes guitarras, un tocadiscos, un piano, un chelo y una mandolina. Estos tres últimos instrumentos son para el único acompañante que tendrá esta noche. Se trata del arreglista Bryan Gibson, un auténtico prodigio.
Es una noche triste, acabamos de enterarnos antes de entrar al teatro de la muerte del Príncipe de Minneapolis. Cornell se pone serio y muestra su pesar, incluso cuenta una anécdota sobre un concierto de Prince en Seattle al que acudió muchos años atrás con su amigo Andy Wood, que no pudo evitar vomitar unas cuantas veces antes de entrar al show por los nervios. Sabemos que esta noche muchos vamos a echar de menos al cantante de Mother Love Bone, que nos dejó tan desamparados a temprana edad, pero la vida sigue y el show también.
Chris dedica todo el concierto a Prince y sus primeros acordes son para una versión de un tema escrito por el pequeño gran hombre de Minnesota. Se trata de “Nothing Compares 2 U”, popularizada por Sinéad O’Connor en los 90, y que hoy es todo un himno para honrar a su autor. Tenemos la piel de gallina y Chris está interpretando con el alma.
Se suceden las canciones, muchas de ellas son de su último trabajo, Higher Truth, alternadas con cortes de sus anteriores álbumes en solitario o con sus bandas (Audioslave y Soundgarden). De esta última hay que mencionar la garra con la que suenan, a pesar de ser versiones acústicas, “Blow Up The Outside World”, “Black Hole Sun” y “Rusty Cage”, con todo el público aplaudiendo enfurecido y recordando la versionaza que de este tema se marcaba Johnny Cash en las American Recordings que nos regaló el hombre de negro en su etapa final bajo la batuta de Rick Rubin en la producción.
Todos los temas suenan a gloria, mitad por la actitud de Chris, mitad por la increíble acústica del Liceo. En “Can’t Change Me” nos comenta que fue la última canción que escribió para su disco y la que más popular se hizo, lo mismo que le pasó con el “Hunger Strike” de Temple Of The Dog. Entre las versiones que interpreta, contamos un magnifico “The Times They Are A-Changin’”, con armónica incluida y Cornell recorriendo el escenario arriba y abajo guitarra en mano. Nos regala “One” de U2, al que le cambia la letra, optando por la del “One” de Metallica. “Billie Jean”, del gran Michael, y un increíble “A Day In The Life” de los Beatles, del que destacamos los arreglos y el chelo de Bryan Gibson, cierran el apartado de versiones y todos nos quedamos con las ganas de escuchar el “Thank You” de Led Zeppelin que Cornell suele tocar.
Especialmente emotivos quedan “Hunger Strike”, en el que se echa de menos la segunda voz de Eddie Vedder, y el “Say Hello to Heaven” que pone a Wood y a Prince en nuestras cabezas inmediatamente. La audiencia esperaba también “Call Me A Dog”, pero sólo toca esos temas del disco de Temple Of The Dog, aquella loncha que marcó un antes y un después en la época grunge, la superbanda formada por componentes de Soundgarden y Pearl Jam, ahí es nada.
Chris Cornell tiene ya mucha trayectoria y suma también temas usados en bandas sonoras como el tremendo “Sunshower” de la cinta Great Expectations o “You Know My Name” de Casino Royale. El apartado cinéfilo lo cierra “Seasons”, corte de la mítica banda sonora de la película Singles, de Cameron Crowe. En este punto a muchos se nos están saltando las lágrimas, y es que aquella peli significa mucho para los que adoramos la música de Seattle y el rock de los 90.
Cornell es una especie de ilusionista en el escenario, no destaca por su virtuosismo a la guitarra, pero los registros de su voz son harina de otro costal. Llena el teatro con dos instrumentos, y eso que no hay percusión. Se permite la floritura de grabar un loop en la primera parte de uno de los temas para cantar y puntear sobre sí mismo en la segunda parte de la canción. Todo lo hace con soltura, precisión y ritmo adecuado. Tiene muchas tablas y se nota.
Al finalizar el concierto, Chris se queda saludando y firmando autógrafos a los que han logrado acercarse al escenario desde las primeras filas. Son más de dos horas y media sobre las tablas y tenemos una sensación de saciedad tremenda, acabamos de beber de la fuente de la vida musical y salimos del teatro con ese suspiro de satisfacción que nos deja haber visto a una leyenda musical. Un referente del rock moderno y un compositor en estado de gracia al que parece quedarle mucha trayectoria. Tres hurras por Chris Cornell. ¡Salud!
Te vamos a echar mucho de menos, Chris. Descansa en paz, amigo!
Texto y fotos: Javier Naranjo. Vídeo: Javier Naranjo, Fernando Zetina y Arrecife2