La séptima edición del Kristonfest no ha sido una cualquiera, mucho trabajo, esfuerzo, sudor y nervios a flor de piel para inaugurar lo que esperamos sea el comienzo de un nuevo periplo por Madrid tras abandonar la vieja sala Santana 27 en Bilbao por La Riviera, a orillas del Manzanares en el corazón de la capital, un traslado que sin duda les ha favorecido.
Gran ambiente en los alrededores presagiaban optimismo, aunque no se colgara el cartel de sold out, hasta el último momento el ritmo de venta de tickets era bueno, completando quizás medio aforo, algo más que meritorio debido a los cambios acaecidos en esta ocasión.
Wolf People puntuales comienzan su show sobre 6:30 después de la apertura de puertas, hasta el momento una tímida entrada para ver al cuarteto que daba el pistoletazo de salida con algo de luces y sombras, la acústica no terminaba de convencer y problemas en la guitarra de Jack Sharp que tuvo que intervenir cambiando algún que otro cable, pasó factura a una actuación que pudo brillar más, aún con todo, hicieron gala de su buen gusto y paciencia para reconducir la situación y defender los temas ayudados por la impecable sonorización en la batería de Tom Watt, recuerdos de un zeppelin sobrevolaban sus cabezas transportándonos a la década de los setenta emulando esos ecos y efectos característicos de la época, psych blues ricos en semitonos luciendo twin guitars para finalizar la primera hora de conciertos.
Los macarras del lugar, Bongzilla, son los segundos en saltar a escena, la oscuridad se cierne sobre ellos con apenas unos leds verdes que dejaban entrever su silueta mientras recaía sobre nuestras cabezas todo el poder de su fuzz saturado, definiría esta actuación casi como una jam de 60 minutos donde las notas repetitivas eran la tónica general dentro de su particular forma de interpretar el género, no es de extrañar que quizás olvidasen su set list o las pocas letras que incluyen sus canciones, pues su cantante y guitarra Mike Makela, ni corto ni perezoso, nos mostró a los asistentes su peculiar manera de consumir un cigarrillo de marihuana, colocándoselo en uno de sus orificios nasales mientras se tapaba el otro para aspirar, y es que evidentemente no se pueden tener la manos ocupadas tocando un instrumento y pretender fumar al mismo tiempo, salvo que seas Phil Rudd.
Legaba uno de los platos fuertes de la noche, los británicos Crippled Black Phoenix con lapso especial de dos horas de en la programación, se postulan como la formación que más tiempo estaría sobre las tablas, mucha expectación por ver a éste octeto compuesto por tres guitarristas, batería, bajo, dos teclados e instrumentos de viento en ciertas fases del set, una interpretación coral en el ecuador de un festival que empezaba a mostrar lo mejor de sí con un sonido sobre ruedas y espacio más habitado.
Imposible no identificar algo de fluido rosa en sus composiciones, canciones intimistas y desgarradoras pero enseñando los dientes cuando es necesario, creando una atmósfera sensorial atrapando la psiquis del personal generando una potente complicidad entre sala y músicos, el momento más álgido se produce con la interpretación de «Scared & Alone» y «Turn To Stone», ambas de su último LP «Bronze» editado en 2016, dos baladas para el fin de los tiempos en las que voltearon sus pies de micros invitándonos a hacer de coristas en las últimas notas ante una tremenda ovación, mientras uno de sus guitarras hacía cross-surfing y los demás capturaban nuestro momento de euforia con sus teléfonos móviles, sencillamente, la mejor actuación de la noche.
La cadencia natural de la oferta musical de este festival vería su culminación con el siguiente artista, Wovenhand, una propuesta no apta para todos los oídos pues lo dantesco y el oscuro folclore que emana de su ser no dejaría indiferente a nadie, armado con su ukelele eléctrico y acompañado por guitarra, bajo y batería con un aporte mas bien discreto, David Eugene Edwards descargó su repertorio en forma de speech religioso al que sucumbimos en trance a través de un generoso efecto vocal, sin llegar a ser exasperante pero tal vez en el límite.
Las lúgubres ondas reflexivas dejadas por este gurú fueron desvaneciéndose para dar paso al capitán John García, nuevo encargado en pilotar una nave que necesitaba un golpe de efecto para despertar a la masa de su letargo y así lo hizo, nos llevó en volandas desde Colorado hasta California, desde Kyuss hasta Slo Burn, pasando por temas de su recién estrenado disco acústico «The Coyote Who Spoke In Tongues» siempre con el estilo que le caracteriza a la hora de deslizarse por el escenario nos brindó un buen puñado de clásicos escudado por una banda a la altura, competente y con tablas, no faltaron a la cita «Gardenia» o «Whitewater» para el regocijo de una multitud feliz de ver a un tipo normal con el mejor trabajo del mundo.
Pasaban las 2:30 de la madrugada cuando Greenleaf, los chicos molones, saltaron a escena, uno tíos que derrochan pasión y ganas pasándoselo en grande sobre la tarima, lástima la menor afluencia de público en última instancia, cosa que para nada desmoralizó a Tommi Holappa y sus secuaces, acústica perfecta y equilibrada tras una mini prueba de sonido para poner a punto sus instrumentos y romper tímpanos a base de hard rock y stoner como ingredientes principales de un contundente directo, gruesos riffs, sonido crudo y eléctricos finales al igual que en su nuevo trabajo «Rise Above The Mirror», presentado en la gira por nuestro país.
Esto es todo lo que dio de sí Kristonfest 2017, vientos de cambio favorables para un festival en plena ebullición del que ya esperamos impacientes la pronta y sana rumorología para divertirnos y hacer cábalas conformando nuestros propios carteles, hasta entonces, alcemos nuestras copas y brindemos por esta edición, Cheers¡
Texto y fotos por Adal García.
