Cierras los ojos. Escuchas a Art Garfunkel entonar “A Heart In New York”, su oda a la Gran Manzana y, de repente, los Jardines de Pedralbes, son Central Park. Acuden a la nariz los olores del enorme parque neoyorquino y, más lejos incluso, los de los perritos calientes de los puestecillos de la Quinta Avenida. Como si todo ese sentimiento que arrastra esa asombrosa ciudad se materializara en Barcelona durante la noche del 14 de julio de 2017 rompiéndose una ausencia de dos décadas que alejó a este cantante de nuestros escenarios. Es cierto que la voz del también actor tardó unos minutos en coger cuerpo. Y que el recital pecó de brevedad y de un intermedio absolutamente innecesario, pero los clásicos de Simon & Garfunkel siguen manteniendo intacto el poder de hacer olvidar estos y otros tantos pecados.
En todos sus parlamentos –y hubo unos cuantos-, Art Garfunkel recordó con cariño su andadura con Paul Simon. Aquel camino que iniciaron dos adolescentes enamorados de Chuck Berry y los Everly Brothers y que en sus inicios se llamaron Tom & Jerry. Pero que a finales de los sesenta se habían convertido en verdaderas estrellas de Rock. Bañándose en su pasado, como si estuviera en un café-teatro de Queens, reconoció que “The Sounds Of Silence” era “la canción que cambió toda mi vida”. También la de un joven Dustin Hoffman que sucumbió a los encantos de la seductora Ann Bancroft perdiendo en el “El graduado” (1967) una inocencia que aquí recibió el sobrio acompañamiento del teclista Dave Mackay y el virtuosismo de Tab Laven a las seis cuerdas.
Art Garfunkel sentado en un taburete, mucho más maduro y sin aquella melena rizada que lo hermanaba con Eduard Punset y John McEnroe, sus cuerdas vocales danzaron en un frágil equilibrio sólo sostenido por la belleza de aquella “Scarborough Fair” o el poderío de “The Boxer”. Atravesó un minimalista “Bridge Over Trouble Water” y se detuvo algún instante en alguno de sus éxitos, como “Bright Eyes” sin olvidar rendir pleitesía al maestro Gershwin con el standard “Someone To Watch Over Me”.
Reconozco que este recital pudo haber sido mucho mejor de lo que fue, pero en una ocasión, durante una entrevista telefónica, este artista cantó para mí solo. Yo estaba en la redacción de una revista, también en la capital catalana, mientras le escuchaba totalmente embelesado. En ese instante sólo veía, tras los cristales de la ventana, las calles de Manhattan.
Texto por Federico Navarro y fotos por Desi Estévez.