The Spinning Wheel es el nuevo disco de Daniel Insa, un músico de larga trayectoria que trenza estilos sonoros bajo un tono intimista y acogedor. Este quinto álbum, con diez composiciones propias y textos en inglés, es un fino trabajo de artesano grabado en el garaje de la casa familiar.
Insa comenzó a publicar su música hace ahora cuatro años, con una periodicidad y constancia llamativas. Su lanzamiento se llamó Delivery, cosecha de 2013, y esas doce canciones sorprendieron por su calidad creativa. Exhibía ahí su estilo, un sonido difícil de etiquetar que mostraba afinidades con el género indie pop, de aristas suaves, y la new wave. No tardó en aparecer el segundo disco, Drawings At Your Back, sólo siete meses después, con una depuración intensa que le acercó a referencias inevitables como Dylan o Young. Al año siguiente llegó Rusty Jewel, otro conjunto de canciones que dejaba clara la conversión de ese manantial de música en un torrente de aguas sonoras cálidas y melancólicas.
Las grabaciones caseras se mantienen en Starving In The Goldmine (2016) y hoy alcanzan la máxima madurez, justo cuando ha cumplido cuarenta años, con The Spinning Wheel. Ambos confirman el talento que subyace en su espectacular comienzo.
La música de The Spinning Wheel resulta austera y de alta precisión. La fuerza vocal dibuja los cauces sonoros de las diez canciones. Escasean los punteos, menudean las guitarras y las percusiones siempre aparecen al servicio de las armonías. Brillan asimismo los coros, en busca de sensibilidades sonoras cercanas a The Beatles.
El disco se puede conseguir en https://danielinsa.bandcamp.com/
Escucha «The Spinning Wheel» (2017), el nuevo disco de Daniel Insa.
¿Desde cuándo compones?
Comencé a componer en 1999, con 21 años. Lo único que buscaba era experimentar en qué consistía ese proceso que tanto me intrigaba desde los 11 o 12 años, cuando empecé a escuchar música de forma continuada. Tras unos primeros meses difíciles y con pobres resultados me propuse desde el 1 de enero de 2000 componer o al menos perfilar una idea o canción al día durante todo el año; si después de un año no conseguía ningún resultado interesante, me prometí que lo dejaría. A final de año sumaba ya un buen puñado de ideas interesantes, pero sobre todo un hábito que no he abandonado desde entonces y consiste en usar casi cualquier excusa para componer canciones, a veces solo por puro entretenimiento y otras con planes algo más ambiciosos.
¿De dónde procede esa afición a la música?
La verdad es que la música ha estado siempre ahí conmigo de alguna manera. Mi padre era músico profesional en un grupo de rock de los primeros 70, llamado Reacción, y mi madre trabajaba para el sello Columbia como secretaria. En casa siempre ha habido un amplio acceso a la música y ha sido un tema de conversación constante. Mi padre me cuenta que durante el embarazo de mi madre él solía tocar canciones de Harvest de Neil Young o el Dejà Vu de CSN&Y. Yo realmente comencé a interesarme con unos ocho o nueve años en la música de los Beatles y todo lo demás vino después.
Es tu quinto disco, lo que representa una considerable trayectoria. ¿Qué diferencia a este trabajo de los anteriores?
En “The Spinning Wheel” trato de analizar cómo es mi vida a día de hoy, es una mirada hacia el interior como no había explorado hasta ahora. El disco habla sobre lo que siento justo al traspasar la barrera de los 40, una especie de diario personal e íntimo en el que plasmar mis inquietudes. Lo escribí rápido y creo que es una fotografía de este preciso momento. Mi anterior disco, Starving In The Goldmine, estuvo condicionado por el proyecto Disco / Libro “Camarada Wilson”. Fue un álbum en el que debía dar vida musical a un personaje ficticio, un músico británico desconocido llamado Paul Wilson, quien en el transcurso de la novela y tras vivir toda una vida ligado a la música consigue grabar una maqueta en los míticos estudios Hansa de Berlín, simultáneamente a la grabación del álbum Heroes de David Bowie. Con la maqueta que graba no pasa nada a nivel comercial, pero a Paul le proporciona la gran satisfacción de su vida. Tras terminar mi parte en este proyecto me apetecía volver a escribir en primera persona y hacer un disco con grandes melodías. Realmente veo cada uno de mis discos como un capítulo de la historia completa que quiero contar. Puedes leer los capítulos de forma independiente o puedes ir viendo la evolución disco a disco, cualquier opción es válida.
No aparecen otros músicos en los créditos. ¿Participan otros instrumentistas o es todo tuyo?
El disco ha sido grabado íntegramente en mi estudio casero con alguna colaboración puntual en las voces a cargo de mi padre, Enrique Insa. El resto de instrumentos que se escuchan los he grabado yo, en muchos casos sustituyendo una versatilidad técnica de la que no dispongo por todo el ingenio del que puedo hacer uso. La idea musical que hay detrás de este proyecto es que sea un producto muy personal, sincero y en el que las carencias técnicas se cubran con mucha pasión y con creatividad, creo que la fortaleza de estos discos debe radicar en su singularidad. La interactuación con otros músicos es algo maravilloso en la música y durante mis años de formación siempre ha sido un pilar; también a la hora de actuar en directo es parte fundamental. El estudio permite esta otra opción de ir grabando uno mismo todas las pistas y es algo muy interesante también.
¿Por qué casi todo tu trabajo es en inglés? ¿No hay espacio para nuestro idioma?
Desde que empecé a componer he pasado por diversas etapas. Comencé escribiendo en inglés ya que la gran mayoría de la música que escuchaba era en inglés. La aproximación musical debía ser lo más cercana posible a mis referentes. Más adelante, durante dos o tres años, escribí en español para dar un nuevo aire a mis composiciones. El periodo fue fructífero y cumplió su objetivo. En castellano las canciones suenan diferentes y la letra pasa a un primer plano, no sé muy bien por qué, pero desde 2013 vengo grabando en inglés de nuevo, simplemente salió así. Entre 2002 y 2006 viví en Manchester, Reino Unido, con el objetivo de empaparme en su cultura y mejorar mi nivel de inglés. A día de hoy me siento cómodo expresándome así, pero no descarto volver a escribir en español si veo que no soy capaz de transmitir lo que necesito en otro idioma. A día de hoy también tiene otra ventaja, en el mundo de las redes sociales es fácil que tu música se escuche en cualquier parte del mundo. El inglés es el mejor vehículo para llegar a países como Estados Unidos o Inglaterra.
Creo que Spinning Wheel es un disco alejado de las grandes corrientes. Grabado en casa, promocionado en redes sociales… Sin embargo, acumulas un público fiel que sigue tu obra ¿es una opción deliberada o no hay más remedio?
El fin es que la música se escuche y llegue a un oyente inquieto. El medio es éste, pero podría ser otro; en cualquier caso me entusiasma la idea de profundizar y sacar adelante un proyecto así. Me apasiona investigar y descubrir las ventajas de realizar algo tan diferente, diferente en cuanto al sonido y diferente por la forma de darse a conocer. Me gusta la idea de alejarme lo más posible de la parte de negocio que tiene este mundo y ahondar en la parte puramente filosófica y musical. Sinceramente, en estos últimos años he tenido muchas ofertas para llevar el proyecto a un terreno más standard y no me ha costado mucho dejarlas de lado. Por supuesto que tiene muchas dificultades añadidas, pero ese pequeño público que se queda contigo lo hace de forma muy fiel y como artista te permite cuidarles con más detalle.
¿Qué representan Dylan o Young en tu formación musical?
Tanto Dylan como Neil Young representan todo para mí. Son mi refugio, mis guías, mis referentes. En mi opinión son los músicos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Seguir a Neil Young es una forma de vivir la vida y cada poco tiempo necesito volver a su música, que es de una calidez y humanidad brutal. Dylan es otra cosa, trasmite una inteligencia tremenda, trasmite rebeldía e invita a hacer las cosas a tu manera. Su obra tiene una profundidad que hace que necesites volver a valorarla cada poco tiempo. Dylan significa una cosa distinta cuando tienes veinte años que cuando tienes treinta. Estoy seguro de que seguirá acompañándome siempre y aportando nuevas cosas, algo mágico y especial. A los dos les tengo un cariño extremo.
Indie, pop, country… ¿En cuál de las etiquetas te sientes más cómodo?
Pop Rock, supongo que por su amplitud. Mis referencias son múltiples y diversas. Creo que en la comunicación musical hay que tener en cuenta que el oyente es el 50 por ciento del proceso. Cada uno es libre de poner la etiqueta que crea conveniente. Yo no voy a poner ninguna pega ante lo que el disco le sugiera al oyente, ni mucho menos.
¿Alguna ambición confesable? ¿Nuevos proyectos?
Estas dos preguntas las voy a contestar conjuntamente. Mi ambición confesable es hacer un gran álbum, uno en el que pueda desarrollar al cien por cien el potencial de mis composiciones. Para ello estoy embarcado en la grabación de un disco que comenzó en 2015 y que espero terminar este próximo 2018. El disco lo estoy grabando en el estudio de Carlos Ashworth en Madrid, con el propio Carlos en tareas de producción y con las colaboraciones de Javier Polo y Jesús Gancedo como instrumentistas. Aún podría añadirse alguna sorpresa más. Está aún por ver bajo qué nombre se publica y cuál es la forma que adopta definitivamente.
Entrevista realizada por Miguel López.
Fotos por Ana Hortelano.