Había ganas de ver en directo la nueva propuesta de Mike Scott, casi tan denostada por algunos como por otros lo fue la época cristiana de Dylan, ésa que ahora suscita elogios tan unánimes como tardíos. Y es que, del mismo modo en que el judío se pasó al góspel, el celta se había pasado al hip hop.
Nada más lejos de la realidad en lo que a Scott se refiere. Como ya escribí hace algunos meses cuando el disco “Out of all this blue” llegó a mis manos: The Waterboys, por obra y gracia de su líder, no son nunca los mismos pero siempre son ellos. Mike Scott se ha ganado a estas alturas el derecho a hacer lo que quiera y a equivocarse haciéndolo, y en ese riesgo que toma incluso es posible que no sea él quien se equivoque sino los demás. Al parecer la culpable de todo este debate es una señora japonesa con la que el escocés comparte su vida en Nueva York, cosa que ha hecho que los comentarios irónicos sobre la nueva Yoko Ono hayan estado a la orden del día. Visto lo visto, no sé qué tienen las japonesas pero está claro que sus parejas ganan en autoestima y se creen que pueden hacer cualquier cosa, y la hacen. Benditas sean estas mujeres.
Porque a despecho de las muy respetables críticas contrarias a este nuevo rumbo, a The Waterboys les ha venido muy bien el baño refrescante en las aguas negroides del funky (llamarle hip hop quizá es excesivo), algo que si lo miras bien no es tan ajeno al núcleo de su música como tampoco lo ha sido nunca al corazón musical del celta más ilustre de todos, Van Morrison.
Y en el primer concierto en España de esta gira europea de 2017 todo lo anterior me ha quedado confirmado, pese a lo complicado que resulta sentir la música en un auditorio como el de Murcia, tan impecable y pulcro, con sus normas estrictas de policía. Scott se presentó con una formación de nueve miembros, compacta y enérgica, que mezclaba perfectamente los sonidos más negros con los aires que desde hace décadas vienen de cierta casa en Spiddal.
Empezó poniendo el listón a considerable altura con el tema que abre el nuevo disco, “Do we choose who we love?”, una descarga de soul rápida y certera, que aclaraba de entrada a qué venían, a presentar el nuevo disco, del que fueron cayendo casi una docena: “Santa Fe”, “If I was your boyfriend”, “If the answer is yeah”, “Love walks in” (preciosa), “Nashville, Tennessee” (un clásico recién nacido), la vigorosa “The Hammerhead bar”, la hipnótica y torrencial “Morning came too soon”, la intimista “The girl in the window chair”, “The elegant companion” y “Didn’t we walk on water”, en la que el tempo de la canción, con Scott a los teclados, se hacía deliciosamente urbano y trasnochador.
Arropado por dos viejos zorros, Brother Paul saltando sobre el teclado para crear acordes que te golpeaban como puños, y Steve Wickham dibujando las venas y arterias de cada tema con su violín, Scott mandaba desde el centro de la escena con un escudero muy efectivo y nada efectista, el guitarrista de Nashville Bart Walker, y dos coristas, Jess Kav y Zennie Summers, que daban la réplica y elevaban los versos a un cielo soul en el que The Waterboys habían decidido pasar la noche. Pero que nadie se engañe, los chicos del agua son la proyección exclusiva de un alma grande y desbordante que convenimos en llamar con el nombre de Mike Scott, un gigante de la música de nuestro tiempo, y una personalidad como la suya lo absorbe todo.
Con su sombrero de ala negro y su traje de color violeta, deslizando sus dedos por la guitarra eléctrica o la acústica (qué pausa más honda es capaz de generar cuando se la cuelga para abordar un par de canciones), o retirado tras el piano en un extremo de la escena, o simplemente de pie ante el micro desgranando versos que hablan del amor y de la vida, o danzando una jiga con el hermano Paul, o dando unos pasos de baile dictados por un vendaval de música, Scott es el rey de la noche. Hemos ido a verle a él por encima de todo, y no nos ha defraudado.
Hubo tiempo para repasar temas recientes todavía, como “Rosalind, you married the wrong guy”, y otros para los que no pasan los años, como el siempre incandescente “Medicine Bow”, “A girl named Johnny” o “All the things she gave”, para pescar en el Connemara (“When ye go away”), y tiempo también para corear “The whole of the moon” hasta quedar exhaustos, antes de cerrar con un potente y jubiloso “This is the sea” que nos vino a decir eso precisamente, que con las mutaciones, variaciones, giros y matices que se quiera, éste es el genuino Mike Scott, éstos son The Waterboys, y éste todavía sigue siendo el mar.
Fotos y vídeo por Juan J. Vicedo