Dropkick, a bote pronto

Hay una línea genuinamente escocesa que se remonta a varias décadas, en la que el gusto por las melodías y las guitarras da la medida del alma, una sensibilidad extrema y una fineza musical que contradice el tópico de rudeza de los norteños. Yo conecté con ella, recién salido de la adolescencia, a través de Lloyd Cole & The Commotions, pero tiene muchos nombres. Y Dropkick es uno, quizá el último de los grandes, aunque siguen surgiendo otros, baste citar a Roddy Hart & The Lonesome Fire y seguir corriendo la lista.

Dropkick, Alicante 2018 (13)

Los de Arbroath llevan ya más de una docena de discos en la maleta y sin embargo en los libros no se habla mucho de ellos. En Alicante, tierra de su última disquera – la local Pretty Olivia Records-, presentaron el delicioso “Longwave”, sólo dos años después del imprescindible “Balance The Light”. Lo hicieron en un bar del casco antiguo, en el que contándolos a ellos éramos un centenar, los que cabíamos.

Dropkick, Alicante 2018 (06)

Posiblemente sea éste el mejor modo de degustar su propuesta, melódica y vibrante, a caballo de armonías vocales y notas que se esparcen por el aire con una cadencia que te lleva a mecerte durante un par de horas en canciones que parecen vivir contigo mucho tiempo. No ocultan sus querencias, en un viaje de ida y vuelta a la americana, el indie y el pop, no en vano rindieron homenaje a Petty con “Walls” y se despidieron con un poderoso “Cruel to be kind”, de Lowe.

Pero esos homenajes no son nada sin el tesoro de sus propias composiciones, pequeñas piezas relucientes que van insertando en la noche, más reposadas las del último disco (“It’s still raining”, “Come around”, “All I Understand”, “Out of Tune”, “Even when you’re gone”, “Faraway Places”), apenas medio punto más aceleradas las del anterior (“I wish I knew”, “Slow Down”, “Save Myself”). La diferencia, en cualquier caso, entre todas ellas y por ejemplo “Rainbows” (de “Homeward”, de 2014) era sutil, y se medía en detalles como que Mike Foy usara las baquetas o las escobillas, o que Ian Grier, que cumplía los cuarenta esa noche, durmiera sus manos sobre el teclado o se levantara del asiento para sumar una guitarra acústica al conjunto.

Las armonías de Andrew Taylor y Alan Shields dominaban el lienzo, con sobrias pinceladas de la Jazzmaster del primero y el bajo Fender del segundo. Y la noche, que había empezado con Shields preparando la escena con un interesante set acústico en solitario a la guitarra, siete temas en los que demostró tener voz para adentrarse en un territorio alt-country en el que se desenvuelve con soltura, terminó en un éxtasis contenido cuando abordaron “Save Myself”, en el que la cálida voz de Taylor se transformó en ondas de luz que viajaban en el fragor de la música; un estallido de felicidad que explica, a bote pronto, el misterio: la felicidad es inaprensible, está con nosotros pero no puedes escribir sobre ella.

Fotos y vídeos por Juan J. Vicedo.

Escucha el nuevo disco de Dropkick «Longwave» (2018)

 

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