Hay que decir, nobleza obliga aunque quien escribe sea plebeyo, que la gente que organiza el Low merece la nota más alta, sobre todo después de lo que nos cuentan los periódicos de otros festivales de mucho renombre y postureo. Aquí no hay colas, los accesos son fáciles, las barras de bebida están atendidas con rapidez, amabilidad y esmero, los puestos de comida son lo suficientemente variados, los servicios generales no tienen tacha, y –pues a eso venimos la mayoría- la oferta musical es variada, a gusto y disgusto de todos ya que contentar por igual es imposible.
La muchachada hípster tiene a sus héroes año tras año, siempre en la misma franja horaria; los más veteranos, esas músicas con las que crecieron; los que quieren bailar, no paran; y los raritos tenemos también nuestro espacio. Pongan a título de ejemplo Iván Ferreiro, Auserón, Chemical Brothers y Woods en cada una de esas categorías y eso es el Low, y por eso no le falta público.
El viernes eran cabeza de cartel los franceses Phoenix, ya maduritos, y su propuesta híbrida de rock y electropop anunciaba la dirección que había tomado este Low 2018, que empezó anunciándose como el Big Low y al final se ha quedado simplemente en el Décimo, que no es poco. La banda derrochó energía y empatía, dos cosas que unidas van bien, para compensar la pérdida de sutileza a la que conduce un escenario como el principal del Low.
Thomas Mars acabó dándose un baño de masas. Antes que ellos habían sucedido muchas cosas, aunque algunas de ellas parecía que no acababan de suceder, como la presencia errante de Iván Ferreiro perdido en la bruma de su puesta en escena, que es casi como la bruma de sus canciones. Coincidió su actuación con la aparición en el cielo de la luna de sangre y el eclipse, justo mirando en dirección contraria al escenario.
A Christina Rosenvinge, que había estado en el mismo recinto antes que él, no la eclipsa nada, aunque convoque a menos gente, quizá por lo temprano de la hora. Alguien tendrá la culpa. Estuvo espléndida, combinando sensibilidad y garra, haciendo feliz a la gente, que es lo suyo.
Por el escenario de los freaks, ese pequeñito y facilón en el que se suceden nuevos valores, eternas promesas y bandas autóctonas, vimos a Odd Cherry Pie y a La Plata, dos bandas de Valencia con sesgos muy distintos.
Los primeros se movieron en las aguas del folk-rock, con un locuaz Nando Vidagañ al frente y la sorprendente Marta Domingo, voz y violín, como figuras centrales.
Los segundos representaron la vertiente acelerada, descaradamente punk y divertida, dos minutos y otros dos minutos y otros dos, y así hasta agotar el tiempo. Aire fresco en ese escenario siempre, que te libera del irrespirable y espeso ambiente en que consiste la franja horaria en que ya no hay sol y todavía no es de noche y se adueña del Low el hípster-pop (eso que sus fieles se obstinan en llamar indie).
Ya saben, La Bien Querida (“la muerte es mirar y no verte”), León Benavente (“el pasado es un asco y el futuro una premonición”), La Habitación Roja (“hoy es un día perfecto, lo ha dicho en la tele el hombre del tiempo”). Fin del viernes, para los que no nos quedamos a bailar con Vitalic.
El sábado llegamos tarde y nos perdimos a Vintage Trouble. Lástima, porque quien los vio no salió defraudado. Después llegaron Los planetas: por este orden, Venus, Júpiter, Saturno y Marte acompañaron a sus homónimos granaínos, escondidos éstos en la media luz del anochecer y en el monocorde sonido que contenta en su desgracia a todos los hípsters de este mundo. Jota canturreaba mientras fumaba, porque en realidad las letras no importan a quienes se las saben de memoria.
La noche nos trajo a Fogbound, y fue grato comprobar cómo siguen creciendo en sonido, en experiencia y en soltura. Los gallegos hicieron que se quedara pequeño el escenario –el de los freaks, no en vano lo suyo es el freakbeat-, demostraron versatilidad haciendo descender a la arena sus temas sembrados de psicodelia. Fueron, como en este caso era de esperar, una de las joyas del Low 2018. Coincidieron con Biffy Clyro, y como había que elegir, elegimos Fogbound.
Pero el plato fuerte de la noche, se mire como se mire, iban a ser The Chemical Brothers. Los de Manchester eran cabezas de cartel absolutos y eso tenía que tener una explicación. La tuvo y no soy capaz de describir lo que vi, un espectáculo gigantesco de animación en la que seres de luz se movían en el fondo nocturno al ritmo frenético que imponían las programaciones sintetizadas. Los primeros seis minutos fueron inenarrables. No puedo decir más, porque he de confesar que el excelso maquineo de los hermanos químicos me da un dolor de cabeza que el paracetamol de un gramo no alivia. Así que me fui, pero creo que lo que vi tardará mucho en borrarse de mi memoria.
El domingo empezó con Woods, con un sol de derretir el cerebro sobre nosotros, el mismo sol que cegaba a los norteamericanos. A pesar de todo dieron un recital espectacular, saliéndose continuamente de los caminos habituales de la americana para adentrarse en los siempre peligrosos márgenes del free jazz.
Un viaje sonoro en el que el bajo de Aaron Neveu era un hilo conductor dúctil y majestuoso sobre el que flotaba la voz cortante de Jeremy Earl. Guitarras, teclados, saxo, una percusión que no necesitaba atronar para ser efectiva. Bienvenidos a la tierra del sol, señores.
Era normal que lo siguiente fuera escuchar “Escuela de Calor”, con un Santiago Auserón al que le había dado por recuperar a Radio Futura sin Radio Futura. El reemplazo eran los mallorquines Sexy Sadie y el resultado sus incombustibles canciones a ritmo de rock, quizá en un intento de disimular que ya tiene 64 años (sí, los tiene, aunque no lo parezca) y acercarse a la generación siguiente. No hacía falta eso, hay una diferencia entre las historias que Auserón desgrana y las que perpetra León Benavente, y cada una tiene su público.
En cualquier caso, fue bonito verle y disfrutar. ¿Nostalgia? Tal vez, pero el buen hacer siempre cotiza. Y en eso se hizo de noche, con Izal, que derrocharon actitud y entregaron sus himnos a la multitud, bien presentados y con espíritu gozoso.
Tras ellos, Niños Mutantes, ante un rugiente ejército de adeptos, dieron por terminado el capítulo hípster-pop de este festival. La noche de verdad la cerraron Editors, cabezas de cartel del último día, correctos y pulcros, profesionalmente intachables e inexplicablemente fríos en uno de los días más calurosos del verano.
Fotos y vídeos por Rosa Campos y Juan J. Vicedo.