Bantastic Fand, desenchufao (Unplugged)

Hacer de la necesidad virtud fue el planteamiento de Bantastic Fand en la sevillana Sala Malandar el domingo 29 de octubre, cuando los termómetros bajaron el mercurio diez grados así de golpe en toda España. La ausencia conocida de antemano del bajista en esa velada llevó a la banda a renunciar a la base rítmica de bajo y batería, prescindir de las guitarras eléctricas y ofrecer un concierto desenchufado, una nueva forma de enfrentar su música que, no siendo ajena a su esencia sino todo lo contrario, no es la habitual en ellos.

Así que Paco del Cerro alternó el cajón, el banjo y la guitarra acústica, y Fernando Rubio aparcó la tensión eléctrica de sus seis cuerdas. Todo un veterano como Nacho Para, consciente de la verdad desnuda que encerraba el momento, necesitó un tiempo desacostumbrado para lucir su confortable sonrisa de complicidad con la banda y con el público, refugiado como estaba en el vértice escénico que usualmente ocupa la batería y en el humo azul de la escenografía de la sala. Un unplugged (“tú sabes”, que dicen aquí) es un reto: es carne a la parrilla, imagen sin Photoshop, es tu diario escrito a mano.

Bantastic Fand, Sevilla 2018 (01)

Bantastic Fand escribió en la noche sevillana sus canciones sin borrón y el Guadalquivir fue testimonio notarial de una realidad incontestable: que nada puede fallar cuando sacas de tu bolsillo buenas canciones (y de ésas tiene la banda cartagenera las que quieras) y cuando además las sirven músicos que atesoran oficio y disfrutan con lo que hacen. Bantastic Fand nos regalaron temas que esperas escucharles (como “My Morning”, “When She Came to the City”, “Free”, “Calling”…), que son como esas camisas que están en tu armario y te gusta ponerte y nunca te cansas de ellas.

Dieron también cuerpo a piezas de “Cheap Chinese Guitar”, el reciente álbum de Fernando Rubio, espacios intimistas como la que le da título, “Meteor Showers” o “Sad Sad Day”, que sonaron a la medida de una noche en la que no queríamos bailar sino dejarnos llevar por la música con unas cervezas sobre la mesa o en la barra, en una sala bañada en un silencio respetuoso (que con los teloneros “The Promised Band” llegó a ser sagrado), clareada por un estado de exultante armonía.

Hubo puntuales homenajes a nuestra común devoción por Dylan (“Gotta Serve Somebody”, en la voz de Rubio, o la debutante “Oh Sister”, al alimón Nacho Para y Paloma del Cerro) y otra primicia como despedida, el “Behind That Locked Door” de Harrison, sobrecogedor en su belleza, un anclaje en la razón de ser de una banda que, mecida en las melodías que brotaban de los teclados de Carlos Campoy, exploró el lado más orgánico de su música el último domingo de octubre, y al hacerlo nos conectó todavía más si cabe con ese sentimiento inexpresable al que llamamos con una sola palabra: vida.

Fotos y vídeos por Juan J. Vicedo.

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