Cuarenta años más tarde… El último vals se baila en Moratalaz

Noviembre es el mes de El Último Vals. En Estados Unidos, se celebra desde hace un sesquicentenario el Día de Acción de Gracias (Thanksgiving Day). Se trata de la gran celebración familiar por excelencia, algo parecido a la Nochebuena española, una reunión que culmina con un pavo asado compartido por los seres queridos. Siempre tiene lugar el cuarto jueves de noviembre, aunque en países como Canadá se adelanta algunos días.

Desde hace cuatro décadas la celebración se la han apropiado en cierta forma las gentes del rock. En 1978, dos años después del concierto de despedida de The Band, se estrenó en los cines de todo el mundo El Último Vals (The Last Waltz), un momento trascendental para las nuevas músicas de la juventud. Esta película dirigida por Martin Scorsese sumaba el pasado y el futuro del rock. La despedida de The Band (Rick Danko, Levon Helm, Garth Hudson, Richard Manuel y Robbie Robertson) se filmó en 35 milímetros y congregó a extraordinarios músicos, como Muddy Waters, Bob Dylan, Joni Mitchell, Ronnie Hawkins, Doctor John, Paul Butterfield, Neil Young, Van Morrison o Eric Clapton, todos ellos grandes iconos de la cultura popular. Estas leyendas ofrecieron uno de los mejores conciertos de todos los tiempos durante la noche de Acción de Gracias de 1976. Cenaron unas 5.000 personas, tocaron grandes genios durante horas y pusieron punto final a su carrera. Quedan el disco y la película, documentos que sirven como testimonio de la cultura popular americana contemporánea y del fin de una época que pudo cambiar el mundo.

Concierto al completo de The Band aquella noche del 25 de noviembre de 1976 en la ciudad de San Francisco en California.

La despedida de The Band tras 16 años de carretera puede ser considerada su obra maestra. Habían tocado mucho tiempo con Dylan y The New York Times consideraba que eran “probablemente el grupo de rock más respetado de América”. El beatle George Harrison también los elevó como “la mejor banda en la historia del universo”. Organizaron un concierto extraordinario para decir adiós a los escenarios y en cada canción rinden un hondo homenaje a la herencia musical recibida por su generación. Esa armonía en el instante de desintegración es un fenómeno extraño que plasma en imágenes Martin Scorsese, una estrella ascendente que se cruza con ese torbellino sonoro dispuesto a fundirse en negro. El resultado es probablemente la película más musical de cuantas existen.

Esa armonía en el instante de desintegración es un fenómeno extraño al que se asoma Martin Scorsese, una estrella ascendente entonces que se cruza con ese torbellino sonoro dispuesto a fundirse en negro. El realizador comprende que un tiempo histórico se difumina y se le presenta la oportunidad de captar sus últimos destellos. La incorporación de Scorsese al proyecto actúa como un revulsivo de grandes consecuencias. Hasta entonces, la falta de cuidado en el tratamiento visual es la tónica dominante en las películas dedicadas al rock. Al igual que la música popular pelea años por su reconocimiento artístico, las nuevas camadas del celuloide van rezagadas al utilizar las canciones de su tiempo como material de primera calidad para articular su obra. Los realizadores se limitaban a recoger con las mayores dosis de realismo posible el acontecimiento y punto. Sin embargo, el realizador italoamericano inyecta una perspectiva artística y habla en el filme de la lucha por la supervivencia, de las dificultades de la vida artística, de la incertidumbre por el futuro, de la vida…

Scorsese y Robertson, los motores de The Last Waltz, no se conforman con sintetizar las siete horas largas del concierto. Su ambición les fuerza a narrar los dieciséis años de carretera e incluso vislumbrar lo que puede ser el futuro para esos músicos en la encrucijada. No quieren reproducir el evento, sino convertirlo en una lectura personal, en la autobiografía de su generación. El género da un salto cualitativo al sumarse uno de los mejores cineastas norteamericanos con uno de los grandes grupos del panorama musical. La intensa implicación de Scorsese inyecta una carga dramática de primer orden, de forma que el valor artístico supera la mera categoría de documental. América es la palabra más repetida entre los escasos acercamientos teóricos al grupo The Band, un territorio que parece ante todo un estado de ánimo, una búsqueda dramática, oscura y luminosa, exitosa y derrotada, un país de luchas y esperanzas, de salvación y culpa, una promesa truncada, pero siempre viva. El grupo plasma esa visión mediante la mezcla en sus canciones del country o el folk del Medio Oeste con el rock and roll de Memphis, el blues de Chicago y el soul de New Orleans. La asimilación de tantos ingredientes genera un sonido personalísimo, de forma que ensanchan las fronteras del rock y abren horizontes de una riqueza expresiva sin precedentes.

En el rodaje se mascan la tragedia y la melancolía, el amor y la carretera, el pasado y el dolor, la incertidumbre del futuro y la añoranza de los inicios… y pasa para siempre. La trascendencia del acontecimiento ha crecido sin parar estas primeras cuatro décadas. El vals se celebra en todas partes. Son muchos los conciertos de homenaje en todo el mundo que recuerdan el nacimiento de la nueva familia rockera. A veces se celebra en pleno verano, como cuando el bloguero Joserra Rodrigo (Exilemagazine) organizó en Frías (Burgos), en julio de 2016, un Festival extraordinario que congregó a cientos de personas durante varios días.

Este año el vals se bailará en Moratalaz, organizado por la Moratalaz Blues Factory, una asociación sin ánimo de lucro que ha convertido el distrito madrileño en un foco bluesero de enorme intensidad bajo el impulso de Ramón del Solo. Este sábado, 17 de noviembre, se bailará el Último Vals allí, en el Centro Cultural de El Torito, recordando un momento de máximo esplendor musical en la historia del universo.

Texto por Miguel López.

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