Ilegales: La Rebelión no será sonorizada (pero sí secundada)

Tercera fecha de la gira de presentación del décimo segundo elepé de estudio de Ilegales, «Rebelión». También sold-out, como las dos noche gijonesas previas. Jorge agradeció la fidelidad a la concurrencia, con un piropo extraído de su tema » el Diablo» («veo que sois el nucleo de la banda»).

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Pero antes de empezar desgranar los highlights y curiosidades de un bolo repleto de ambas cosa, permítame el lector dolerme de una circunstancia que me solivianta e indigna sobremanera: Nos la suda la música. Y no me refiero a esa entelequia a la que llamas «gran público consumidor»: esa plebe a la que miramos por encima del hombro desde la atalaya de nuestro esnobismo y exquisita cultura musical, convencidos de nuestra superioridad.

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No. Me refiero a TODO DIOS. Tú que me lees, incluido. No escuchamos música, la deglutimos sin masticar, la sufrimos escupida chirriante desde un móvil, o servida a paladas como pantagruélico menú de un festival para decenas de miles de personas. «Yo no», escucho al fondo. «A mí me gusta ver a las bandas en salas de mediano aforo, con buena acústica y un buen equipo de sonido». Como esta, ¿no? El Teatro Barceló. Me parece absolutamente increíble que la gente haya pagado…lo que haya pagado, que no lo sé, para asistir a este concierto, y se lo trague tan tranquila y sin el más mínimo amago de protesta. Luego todos gritando «ser manso es peligroso» y no sé cuántas bravuconadas más. Un sonido absolutamente inaceptable, disminuido y raquítico, por obra y gracia del ineludible limitador de sonido y que viene siendo la tónica habitual en las salas de tamaño similar a esta que nos ocupa. Un sonido plano, sin matices ni cuerpo, exangüe, y a un volumen insultántemente bajo lastró el recital de principio a fin. Bueno, no: en los tres primeros temas, además, no se escuchaba la guitarra.

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En fin, dicho esto, que no me parece en absoluto una cuestión baladí, y que demuestra lo que denunciaba al principio del texto (que la música nos la suda), y por lo que respecta al concierto en sí, decir que duró una hora y media, que se compuso de un repertorio absolutamente imbatible, en el que estuvieron representados los trece elepés de estudio del conjunto asturiano (excepto el séptimo, «El Corazón es un animal extraño»), y que, en líneas generales, fue un show excelente.

La inconfundible y majestuosa «Danza de los Caballeros» de Prokofiev («esto es Emerson Lake and Palmer», informaba un chorralaire a su colega a mi lado) acompañó la salida de Jorge y sus mariachis…y de Willy Vijande. Lo segrego, porque tanto el batería Belaustegui como el teclado Vergara, salieron ataviados con la misma camisa blanca y negra de rayas que el guitarrista. Mientras que el bajista clásico (que no fundador) de Ilegales, ya fuese por tocar los cojones o para hacer notar su superior abolengo, lo hizo a su puto aire: de negro integral y con las Rayban de madero.

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Tras recitar Jorge la frase del puente de Stick de Hockey (la más bonita, la que habla de matar a mamá), el grupo comenzó la función con un tema de su último trabajo como es lógico: No tanta, tonto. Que no es precisamente una de sus mejores canciones, pero que fue coreada por gran parte de la concurrencia. También es verdad que habla sobre drogas, y eso a la gente le hace mucha gracia, pero sucedió con todo lo que incluyó el set list. No hubo ningún tema recibido con indiferencia (mucho menos disgusto) y todos fueron celebrados con más o menos entusiasmo (desde el berrido aprobador al pogo más desaforado). Canciones ya míticas (Hola mamoncete, Soy un macarra, Agotados de esperar el fin), archivadas en el incosnciente colectivo en la carpeta de Cláscos de la Edad de Oro del Pop-Rock Español, se codearon en igualdad de condiciones con otras menos conocidas de esa misma época (Todo lo que digáis que somos, Chicos pálidos) o de cualquier otra (Los chicos desconfían, Si la muerte me mira de frente), incluidas las de su último trabajo (del que tocaron siete u ocho). Me gustaría saber qué grupo, español, americano o de la China, ha sido capaz de conseguir lo mismo.

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Hubo lugar para todo, rock anfetamínico (Ella saltó por la ventana, Todo lo que digáis que somos –que, por cierto, teniendo en cuenta que el primer single de su último trabajo es prácticamente una relectura de este tema, tuvieron dos cojones tocándola-, Bestia bestia, problema sexual, regreso al punk), medios tiempos asesinos (Blues secreto, el norte está lleno de frío, chicos pálidos, eres una puta, Tiempos nuevos, tiempos salvajes) y maravillas como Ángel Exterminador, Regreso al sexo químicamente puro (sustentada sobre uno de los riffs de guitarra más bellos y elegantes de la Historia del Rock), Me gusta como hueles…en fin, ya digo, cada uno echará de menos la suya en el set list para que este fuese perfecto (yo, Europa ha muerto), pero fue una muestra representativa del diverso y excelso talento compositivo del guitarrista asturiano, interpretada con la maestría habitual. Por destacar alguna curiosidad: Jorge mostró al cantar un extraño seseo que no le había escuchado nunca y del que ignoro su origen («eres un suissida»), además de necesitar cantar muchos temas en un tono más bajo, porque su inconfundible voz de pederasta diabólico hace años que no da tanto de sí. Y en un par de temas se le olvidó la letra o el momento de cantar le pilló lejos del micro (y esta sí me la conozco yo: «hoy en el ensayo, tampoco voy a cantar, y así no fuerzo la voz»). Ello le reportó no una lluvia de lapos y vasos, sino una ovación de apoyo de su público. Un público tan heterogéneo como en toda la carrera de Ilegales, tan repleto de bolingas molestos como siempre, y entregado desde el primer acorde. La gente tardó en bailar, porque el anoréxico sonido no invitaba en absoluto, pero a partir de la mitad del concierto, el foso del teatro era un amasijo de cuerpos sudorosos pegando botes. Para el abajo firmante, son sin ningún género de dudas, la mejor banda española, de cualquier estilo músical, de todos los tiempos. Y si bien hace mucho que no nos entregan un disco con verdadera enjundia, y que sus directos adolecen del salvajismo de otras épocas (carencia que ha sido suplida por muchísimos otros valores, y que a mi vetusta edad casi que agradezco), siguen siendo una banda absolutamente acojonante, capaz de ofrecer conciertos sublimes. A mí volverán a tenerme en más fechas de esta gira, aunque sólo sea para quitarme el asqueroso sabor de boca del sonido de la Barceló.

Texto por Daniel F. Marco. Fotos por Paula Rodríguez.

Reproductor de vídeo de nuestro canal para ver dos temas del concierto de Ilegales en Madrid. Dale al play.

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