Los años, aunque se sea genio y figura hasta la sepultura, pasan factura, un cargo que va creciendo paulatinamente al paso del tiempo y que no apreciamos. No hay duda que, salvo algún nacido infante vejestorio, que los hay, nadie reconoce su reflejo en el espejo aquel o aquella joven que fuimos, ese que sigue guiando una mente que, afortunadamente en muchos casos, se niega a abandonar aquella espontaneidad provocada por el constante descubrimiento de un mundo incomprensible. Cierto es, que, cuando la recuperación de una larga noche necesita más de un par de horas para volver a enfrascarse en otro día que acabara en una larga noche, es cuando la mente intenta redirigir la situación e insufla un reconocimiento del tiempo que, zoquetes, sólo admitimos con sorpresa frente a ese maldito espejo, Que no devuelve precisamente una cara de conejo y, sí, probablemente, connotaciones no aceptadas de aquella infancia que tanto marca el devenir de todos y cada uno de nosotros. Ya hayas crecido entre el olor de la taladrina, del pan recién hecho, rodeado de soldaditos de plomo representando la sangre militar que corre por tus venas o hayas sido un pudiente rebelde.
Ese representativo sublevado de cualquier movimiento social reservado, cómo no, a las ovejas negras de esos prósperos escalafones que, no sólo, están ahí para la autodiferenciada merina oscura, sino que, además, abren el redil para su vuelta. Un aprisco al que retornó hace ya tiempo el líder de “Ilegales”, la banda de aquellas tierras donde un picador labora en una mina y que, el pasado catorce de diciembre en la Sala Apolo de la siempre Layetana ciudad, presentó su último trabajo que, además, da nombre a su extensa gira, “Rebelion Tour”.
Y, así, quizá recurriendo a momentos de la infancia, Jorge Martínez, voz y guitarra; Willy Vijande, bajo; Jaime Belaústegui, batería; y Mike Vergara, teclados y guitarra; iniciaron el largo repertorio de treinta y tres temas, con una versión muy particular, a modo de Intro, con “Danza de los Caballeros” de Prokofiev, más al estilo de “Emerson Lake and Palmer”. Rememorando aquellas orquestas que recorrían los pueblos quizá, aun cuando “Ilegales” comenzó a rebelarse contra un mundo, y llenaban de esa magia de la música y ese aspecto entre el traje de domingo de la plebe y los llamativos y algo incómodos modelitos de gala de la burguesía.
Temas nuevos, temas de siempre iban sonando en un local, la Sala Apolo, completamente llena con su siempre impecable calidad de sonido y luces, cantados por ese público seguidor de aquellos “Ilegales” que vomitaban sus letras en busca de la procacidad de una antaño sociedad pacata que permitía, no como ahora, temas como “Eres una puta”. Unos tiempos donde las bocas olían como un escape de gas y Jorge, por ejemplo, podía pasear libremente con stick de hockey en la mano, o se podía ser un macarra y una hortera y correr a toda ostia por la carretera. Hoy, no son tiempos nuevos, los tatuajes invisibles no existen, aunque la gente continúe yendo al Bar, el norte se haya perdido y el rock asemeje un misterio, a veces cantado por un carapijo, porque la rebelión se ha perdido y aquella Bestia, es amigo de Omar y ya no destruye.
Las luces acabaron de crear el ambiente perfecto para un lugar con tanta solera como la Sala Apolo, asemejando un “Molin Rouge” donde la orquesta hace mover a un público que, a escondidas, no echó de menos el humo que no procedía del escenario, rememorando con cada letra, con cada nota, momentos que vivieron en su juventud con aquellos magníficos que se encontraban sobre el escenario, unos “Ilegales” que, con todas las de ley, volvieron a reventar la Sala Apolo de la siempre Layetana ciudad.
Texto por yon raga kender y fotos por Christian Espinel.
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