The Sheepdogs ¿Tú también eres de Saskatoon, Saskatchewan ?

Acabemos con anacrónicas y trasnochadas nostalgias: somos afortunados coetáneos de una banda en permanente estado de gracia, los canadienses Sheepdogs, con los que perfectamente, podíamos haber compartido nuestros viejos vinilos de adolescencia. Su historia podía haber sido la nuestra; la universalidad de la música hace que los miles de kilómetros que separan Saskatoon de Barcelona se diluyan completamente cuando rasgan el primer acorde. Miran al pasado con amor y respeto, pero con la firme decisión y la certeza de que para perdurar hay que parir un mensaje propio…

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Changing Colours”, su último disco, editado en febrero de este mismo año, es desde su lanzamiento, uno de los más firmes candidatos no solo a disco del año, sino que me atrevería a decir, de la década. Un álbum de corte clásico, sin ánimo de trascender pero sí de que suene en bucle en tu reproductor de música o en tu coche; un larga durada que no desentone al lado de los incunables de tu discografía. En la sala Apolo 2 de Barcelona, y con un sonido ejemplar, nos permitieron degustar todos lo matices de unos músicos tan talentosos, como trabajadores. Comenzaron con un imbatible trío que funcionó como perfecta declaración de intenciones: un “Who” del lejano EP “Five Easy Pieces” (a cuatro voces, con ecos de Creedence y sus paisanos Guess Who), un «I’ve Got A Hole Where My Heart Should Be» donde nos recordaban a los James Gang más Groove y un «Saturday Night», con un más que pegadizo estribillo.

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«Bad Lieutenant», un medio tiempo con Hammond, sirvió para serenar los ánimos y «Cool Down» se convirtió en uno de los mejores momentos de la noche al mutar de balada setentera a tormenta sónica, donde las guitarras dobladas sonaron como nunca. «Southern Dreaming» llevaron el Country Rock a su terreno, y «Downtown» se reafirmó en directo como su pieza más ochentera y juguetona. “The Bailieboro Turnaround» y “Up In Canada» nos recordaron que hubo un tiempo en que las bandas de maravillosos actores secundarios robaescenas, como Pure Prairie League, eran tan importantes para nosotros como las vacas sagradas del género.

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La instrumental “H.M.S. Buffalo» dio paso a «I’m Gonna Be Myself», donde se enfundaron el traje de Grand Funk, a un «Take a Trip» digno de los mejores Frey & Henley y a un «Let It Roll» con la pedal Steel que podían haber presentado en el mítico Burt Sugarman’s Midnight Special. «I Ain’t Cool», con Shamus Currie al trombón, fue la cita al Soul más clásico, mientras que en «Help Us All», se decantaron por la vertiente más combativa y gamberra del Soul de los 70’s. En «How Late, How Long» se nos aparecieron los Doobie Brothers y los Foghat más rítmicos y «Feeling Good» fue su única concesión al sonido británico.

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Imposible no bailar con las tres guitarras de “Nobody”, antes de cerrar con un «I Don’t Know» que podría haber sido prestado por el tío Neil. Cinco músicos de raza, encabezados por los hermanos Currie (Ewan comandando a la voz y mejorando a pasos agigantados a la guitarra, y Shamus como fúlgido multinstrumentista) y un Jimmy Bowskill a la guitarra que salió a matar desde el minuto uno. Solo un bis, pero de esos para recordar: un “Ramblin man”, con un Bowskill desatado en un tour de force final, sirvió de perfecta coda para un recital de esos que hacen escuela. Un océano de distancia entre Saskatoon y Barcelona, pero empequeñecido a la mínima expresión por nuestro mutuo amor por la música .

Texto por Albert Barrios y fotos por Mélissa Rueda y Albert Barrios.

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