También el pasado jueves 16 de mayo estuvimos con Malcolm Holcombe en el Café Berlín de Madrid. Fue otra de esas noches para enmarcar.
Últimamente hemos visto muchas publicaciones en las que dicen que si se te pone la piel de gallina al escuchar música, tienes un don. Aparentemente soy una de esas pocas privilegiadas. Creo que todo eso es una chorrada. No tiene nada que ver con nuestros cerebros o nuestra composición genética.
Se trata de la capacidad que tienen unos pocos artistas para emocionarnos y transportarnos a un lugar donde sentimos cosas que solo existen en lo más profundo de nuestras almas.
Malcolm, de aspecto salvaje, ardoroso, dulce, con esa cara arrugada, gracioso como el infierno, no paró de contarnos anécdotas, de su mujer rusa, adoptada, que hubiese dado que lo que fuera para que si mujer estuviese en España, de familias numerosas, también trajo sus fuertes opiniones políticas y su incisivo comentario social, a través de canciones, de familias que cruzan fronteras, de que somos humanos, de puticlubs, etc.
Malcolm siempre en movimiento, inclinándose, balanceándose, su pierna rebotando hacia arriba y hacia abajo, su rostro representando sorpresa, miedo, ira, tristeza melancólica y nostalgia. Las introducciones de sus canciones y las explicaciones ocasionales posteriores a las canciones eran a veces cortas y crípticas, otras veces largas y expansivas; a veces profundamente personal, otras veces ingenioso observador de las costumbres sociales y los supuestos culturales; a veces hilarante, apoyado a través de los golpes con las palmas en la parte superior de la guitarra, mientras escupía sus melodías con gruñidos y aullidos salpicados por susurros roncos.
Aquella noche un solo hombre con su guitarra me ha puesto los pelos de punta durante una hora y media y fue capaz durante ese tiempo (corto para mí) de llegar a cada una de las almas que llenaron el Café Berlín en Madrid. El nombre de ese hombre es Malcolm Holcombe y lo que compartió con nosotros esa noche seguirá vivo en nuestras memorias durante muchísimo tiempo.
Fue una demostración tan conmovedora e inesperada de simple amabilidad humana que me costó mucho mantener los ojos secos mientras se alejó del escenario tras aquella noche mágica.
Texto por Jessie J. Vídeos por Rafa Medrano y foto por Jorge T. Gómez.