Ilegales arrasan Madrid. Por segunda vez

Madrid, la ciudad donde con mayor rapidez se colgó el cartel de «no hay entradas», cuando éstas salieron a la venta a finales del año pasado, fue la población agraciada con una segunda visita Ilegal en su tour de presentación del Lp «Rebelión». Supuestamente, iba a ser el concierto de clausura de la gira, seis meses después de que esta diese comienzo en Gijón. Una clausura ficticia, en realidad, ya que, además de las fechas pendientes en Argentina y Chile, Ilegales han confirmado su presencia en varios de los inevitables festivales veraniegos que pululan por la península (concretamente, y de momento, en Gerona, Almería, Las Palmas, Sevilla, Gijón y León). Pero sí que probablemente, haya sido la última oportunidad, en una buena temporada (confiemos en que no para siempre) de disfrutar del directo de los Ilegales en un recinto cerrado y sin que formen parte de un cartel multitudinario.

En esta nueva visita a la Villa y Corte, no lograron el sold out, pero no creo que fuese por mucho margen. Desconozco cuántas entradas de las 2.500 que oficialmente puede ofertar la Riviera se quedaron sin vender, pero en cualquier caso, el aspecto del recinto era el de un «lleno sin agobios», muy de agradecer para disfrutar del espectáculo cómodamente.

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Para resumir lo que presenciamos la noche del veinticinco de mayo en la mencionada sala, podría remitirme a mi crónica del bolo ofrecido en el teatro Barceló el pasado uno de diciembre, porque hubo pocas diferencias. La más grata de todas: este moló más. El sonido de la Riviera, que nunca ha sido para tirar cohetes, fue infinitamente mejor que el que sufrimos en la nefanda Barceló, pero también en esta ocasión se echaron en falta decibelios a tutiplén. Y el repertorio fue prácticamente el mismo, aunque con varios cambios en el orden de interpretación. De nuevo, me quedé sin poder disfrutar de Europa ha muerto, (que yo sepa, no la han tocado en toda la gira), y fue una lástima que en esta ocasión se dejasen en el tintero Los chicos desconfían. Para compensar, nos regalaron esa inmarcesible perla de rock crispado y gamberro, proveniente de su primer 7″ (de 1982) y que nos informaba de una revuelta juvenil en Mongolia. El principio del show también fue diferente, aunque igualmente prologado por la sublimidad de El baile de los caballeros. Si en el grueso de bolos de la gira, tras recitar unas frases de Stick de hockey, el concierto se inauguraba -con una clase de la hostia-, al ritmo de Suena en los clubes un blues secreto, en la Riviera daba comienzo como una auténtica bofetada, cuando el grupo, sin mediar palabra, empalmó el último acorde de la pieza de Sergei Prokofiev con la grandiosa Tiempos nuevos, tiempos salvajes. El tema que abría su homónimo elepé debut. Su regio y recio riff fue una descarga de adrenalina que mantendría electrificada a la audiencia durante el resto de la velada. De nuevo, la mitad del set list, provino de los tres primeros discos (quince números, de un total de treinta y dos. ¿O treinta y tres? ¿Llegaron a tocar El bosque fragante y sombrío…? No estoy seguro), y de nuevo, sonaron canciones de prácticamente todos los títulos de su discografía. En concreto, de los once elepés que nos ha legado la banda entre 1983 y 2018, tan sólo dos fueron totalmente ignorados. En mi anterior crónica, apunté que únicamente «El corazón es un animal extraño» había sido excluido del repertorio, pero me equivoqué: en aquella ocasión, como en la que nos ocupa, tampoco «El apóstol de la lujuria» fue tenido en cuenta. Y el motivo probablemente obedezca a razones extramusicales, porque curiosamente, son los dos únicos elepés que el grupo publicó con la compañía Avispa.

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No faltó ningún hit emblemático (Soy un macarra, Problema sexual, Bestia bestia, Agotados de esperar el fin, la mencionada Tiempos nuevos, tiempos salvajes… si acaso Heil Hitler, que dados los tiempos de hipersensible corrección política que nos toca vivir, han aparcado a la espera de ocasiones más propicias. O acaso definitivamente), y, obedeciendo a la idiosincrasia ilegal, el concierto fue una muestra de eclecticismo musical magistralmente resuelto, en el que convivieron en armonía propuestas de lo más dispares: piezas aparentemente simples y/o de estructura roquera tradicional (Hombre solitario, Eres una puta) con maravillas de un refinamiento musical exquisito, (Regreso al sexo químicamente puro, o Yo soy quien espía los juegos de los niños); el punk-rock acelerado de Dextroanfetamina o Ella saltó por la ventana, con la atmósfera lúgubre destilada en Enamorados de Varsovia; la solemnidad descorazonadora que transmite Ángel exterminador (en la que la arriesgada sustitución del saxo por un órgano, se saldó con mayor fortuna que en conciertos anteriores) y los espasmos eskatalíticos de Hola mamoncete; la irritación garagera supurante en Chicos pálidos para la máquina frente a la languidez pétrea (valga la, aparente, contradicción) de Me gusta como hueles. El rock desaforado y borrachuzo de Caramelos podridos o El Demonio, la agresividad sin excusas de El norte está lleno de frío, la insolencia feroz y maleducada de Todo lo que digáis que somos o Hacer mucho ruido, complementaron perfectamente la tensa melancolía de La chica del club de golf, o la cadencia vacilona de esa traducción a postulados blueseros del The model de Kraftwerk, que es Voy al bar.

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De su última grabación, «Rebelión», cayeron cinco o seis: Si no luchas te matas, Mi amigo Omar, No tanta, tonto, Mundo carapijo y Suicida. Probablemente también nos regalasen El bosque fragante y sombrío, ya digo que no estoy del todo seguro. En el apartado «sorpresas inesperadas», rescataron En el pasado, una pieza menor bastante peculiar, incluida en la cara B de «Chicos pálidos para la máquina», que no recuerdo haberles oído nunca en vivo. No es una de sus composiciones más conocidas, pero escuchándola fuera del contexto del Lp al que pertenece, me di cuenta de que quizá hubiese infravalorado su sugerente modernización de premisas sonoras sixties hasta ese momento.

Por supuesto, como es habitual, cerraron con la ineludible Destruye.

Los músicos abandonan el escenario definitivamente, y se encienden las luces. La música que escupen los altavoces acompañando a la gente mientras abandona la sala o apura una última adquisición en el puesto de merchandising, es el tema que comparte título con el documental consagrado a la vida y obra de Jorge Martínez: Mi vida entre las hormigas. La mejor canción de Ilegales de los últimos 25 años. Y si me apuras, la mejor letra que ha escrito el genial guitarrista en su vida. Lo que me lleva una vez más a preguntarme por qué coño no la tocan en directo.

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A modo de conclusión:

Asistí por vez primera a un concierto de Ilegales hace casi tres décadas. He perdido la cuenta de en cuántas ocasiones he tenido la oportunidad de verlos desde entonces. Menos de las que me hubiese gustado y en torno a la veintena. En esta última gira, tan sólo he podido cumplir con tres fechas. De lo que sí estoy seguro es de que el concierto que ofrecieron en la madrileña sala La Riviera la noche del sábado veinticinco de mayo de dos mil diez y nueve, ha sido uno de los tres o cuatro mejores que he presenciado. Sin duda.

(nota: fuentes de la propia banda nos indican que sí se agotaron las entradas, aunque fue el mismo día, en taquilla)

Texto por Daniel F. Marco. Fotos por Paula Rodríguez.

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