José Ignacio Lapido, no es una estrella del rock al uso. Para él sólo existen sus canciones, creadas artesanalmente con un estilo inconfundible, como así pudimos comprobar en su reciente visita a Canarias este pasado fin de semana. El viernes 25 de octubre en la isla de El Hierro, Centro Cultural Asabanos en Valverde y en Santa Cruz de Tenerife el 26 de octubre en el Espacio Cultural Caja Canarias, dentro de su gira «El Alma Dormida».
Empecemos por lo ocurrido el pasado viernes en el Centro Cultural Asabanos, en Valverde, El Hierro. En el que el fotógrafo Juan Carlos Pestano nos contó que, con más de 30 años de trayectoria musical, y dos años después del lanzamiento de su octavo trabajo “El alma dormida” en su propio sello discográfico, Pentatonia Records, el músico granadino (1962), acompañado del teclista Raúl Bernal, presentó ante el familiar público herreño, una treintena de privilegiados, un repertorio emocional de canciones tratadas con pasión y letras intensas, de las que tocan la fibra sensible del oyente.
Afectivo y cercano, repasó su discografía durante hora y media, incluso nos deleitó con un par de bises, terminando con su canción “Cuando el ángel decida volver”.
Aquel fin de semana, actuaba por primera vez en solitario en las Islas Canarias, y para mayor gloria en la Isla de El Hierro. En los 90´s actuó con los 091 en Las Palmas de Gran Canaria, y un fin de antes de venirse a las islas lanzaba al mercado el nuevo disco de 091, llamado «La otra vida».
Ya el sábado 26, Lapido se trasladó a Santa Cruz de Tenerife para tocar en el Espacio Cultural Cajacanarias en la que Rubén Hernández, cantante, compositor y guitarrista de la banda local The Cassavetes nos contó que aquella noche asistió en la mejor de la compañías al concierto de José Ignacio Lapido en la sala de CajaCanarias ante alrededor de una centena de incondicionales.
Casi dos horas de repertorio en el que Lapido deja bien claro que es uno de los mejores escritores de canciones en español que ha dado este país.
En sus más de 30 años en esto, ha conseguido construir un universo propio lleno de líricas plagadas de imágenes que van de lo romántico a lo melancólico. Siempre reflexivas, y casi siempre en primera persona.
Con gran valentía se ha desnudado siempre Lapido en sus coplas, y no nombraré aquí a la banda por la que lo conocimos y con la que acaba de publicar un nuevo disco hace una semana, porque ayer fue una cita en la que nos mostró el enorme repertorio de su carrera en solitario., que se puede degustar en ocho discos en solitario que ha publicado hasta el momento.
Así que aunque me hubiera gustado oírle cantar, por ejemplo, «La noche en que la luna salió tarde», su concierto me pareció realmente magnífico. De un nivel en cuanto a contenido que muy pocos pueden permitirse hacer con siquiera dignidad, mientras que él va sobrado y seguro.
Y es que su atillo atesora una rotunda munición. Canciones como árboles bien arraigados, frondosos y que se abren al sol, y a esa luz tímida que ilumina las escenas que describe.
No quiero, por mis palabras, parecer un fan abducido haciendo genuflexiones porque no lo soy. No he sido nunca ese tipo de fan ni de él ni de nadie.
De Lapido siquiera he comprado nunca un disco, pero iría a verlo tocar hoy mismo de nuevo…y mañana también. Y tengo por seguro que, como un ratoncito seguiría sus pasos si Lapido fuera el flautista de Hamelín.
Me rindo ante su modestia y sencillez, y me dejo vencer por su magistral manera de, mediante metáforas lúcidas y de buen trazo, construir historias abiertas en las que todo el que las escucha puede entrar. Es un auténtico Maestro en eso. Este tipo “lo tiene” y ya nos resulta hasta normal que el gran público de este país ni se entere, despistado entre malabares, prestidigitadores y cantarines.
Lapido se presentó ayer con la única instrumentación de su acústica Gibson SJ200, enchufada y sin ningún efecto, y un magnífico y sobresaliente escudero: Raúl Bernal, quien viene a ser el pianista de la mesura, del tempo, y del virtuosismo contenido (y desatado cuando la ocasión lo requiere) al piano.
Afortunados fuimos de que hubiera un Hammond «de verdad», para que nos obsequiara con un aplastante derroche de talento con él…
¿He dicho derroche?
¡¡Miento!!
NADA de nada sobra ante las manos de Raúl Bernal, y que él sea quien acompaña a Lapido desde hace algo más de una década nos da una idea de la fina puntería de este certero francotirador.
Hoy que la noche nos trajo el cambio al horario de invierno, y el reloj nos da una hora más, pienso dedicarla a repasar maravillosas canciones. A dejarme llevar por ese rayo de luz que en todas las canciones de Lapido aparece por una rendija.
Estimado Jose Ignacio Lapido: Sí que se te ve. Por mucho que te sientas en el ángulo muerto, unos cuantos te vemos y te queremos volver a ver.
Vuelve pronto. Necesitamos canciones como las tuyas.
Cuando decidas volver aquí me encontrarás, con las tuercas oxidadas pero abiertas las heridas. “El amor como dogma de fe en la ciudad vacía”
Textos por Juan Carlos Pestano y Rubén Hernández. Fotos por Juan Carlos Pestano.