Take Root Festival 2019: nueva celebración de la música americana

Estuvimos en la edición 2019 del Take Root Festival de Groningen, uno de nuestros festivales favoritos, gracias a su exquisita visión a la hora de elegir a los artistas, siempre dentro del espectro del Americana. Un año marcado por la cancelación del concierto de la cabeza de cartel máxima, Brandi Carlile. La tercera consecutiva de gira/shows europeos de la cantautora de Washington, muy mal por ella. Formalidad inversamente proporcional a su talento. Afortunadamente, la organización actuó rápido y consiguió un reemplazo de lujo: los siempre efectivos Drive by Truckers. 

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El festival sigue creciendo, y si en 2018 añadió un escenario en el sótano, este año lo hizo en el ático, con lo cual ya son seis los espacios del modélico recinto De Oosterpoort los que están ocupados por la música. Un aspecto que tiene sus inconvenientes, ya que el pequeño tamaño de alguno de ellos, junto a las estrictas condiciones de aforo máximo de la organización, hacen complicado acceder a alguno de los shows. En este caso, ver a Tyler Ramsey y a Orville Peck fue prácticamente una quimera y desistimos al ver la enorme cola que había. Afortunadamente, ambos giran pronto por nuestras tierras, así que fue un mal menor.

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Comenzamos el festival viendo a Caroline Spence, una de nuestras songwriters favoritas, presentándose por primera vez con banda en Europa. Una actuación donde mostró todo lo escuchado en sus dos imprescindibles últimos discos: que tiene unas composiciones muy por encima de la media. Además, tiene una voz muy personal que modula con elegancia y seguridad. Grandes momentos vocales fueron las recientes Who are you? o Wait on The Wine.  Muy simpática, nos contó varias historias relacionadas con sus canciones: como Emmylou acabó contando en el disco, la génesis de Hotel Amarillo, en un motel de la Texas profunda donde sólo servían comida china,…

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Presentando su reciente “Mint Condition”, uno de los candidatos a disco del año en el género, no olvidó alguna de las perlas de “Spades and Roses”, disco con el que la conocimos. La banda, como suele ser habitual, era un poco improvisada. La base rítmica, formada por dos músicos ingleses, solventó el bolo con solvencia. A la guitarra solista Charlie Whitten, guitarrista austero pero muy elegante que le acompaña por todo Europa y que le da a cada canción justo lo que necesita. Por cierto, estén atentos: será parte de la banda con la que Andrew Combs girará por España. 

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Debido al pequeño aforo del escenario Attic, nos perdimos el comienzo del concierto de Molly Tuttle, pero la espera valió la pena. La californiana es una figura emergente de la escena y nos dio justo lo que esperábamos. Arropada por batería, bajo y violín, demostró su enorme virtuosismo a la guitarra. Es ya una de las instrumentistas más grandes de la actualidad pese a su juventud, como corroboran varios prestigiosos premios. Su versión del White Freightliner Blues de Townes Van Zandt fue uno de los momentos más destacados del festival. Las canciones de su disco debut sonaron mejor que en la grabación, más camperas y menos mainstream. Tiene un largo camino por delante, pero sin duda es uno de los nombres que escucharemos mucho en próximos años.

 

Tenía mis reservas con Lilly Hiatt. Tras un tiempo de inactividad, no estaba claro lo que podría ofrecer en su show. Las últimas noticias sobre ella la situaban trabajando en un supermercado de comida orgánica y alejada de la vida peligrosa, ¿cuál sería su estado de forma? Pero pronto despejó todas las dudas. Arropada por una banda jovencísima, con una chica a la batería y un gran guitarrista, desde el inicio con The Day David Bowie Died supimos que iba a ser un buen concierto.

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Con una gran actitud rockera y una sonrisa permanente en la cara, la californiana afincada en Nashville -e hija de quien todos sabemos- dio un concierto impecable. Tiene un disco recién acabado y, ciertamente, tenemos muchas ganas de escucharlo. Mientras tanto, el grueso del concierto estuvo formado por temas de Trinity Lane, revisitados con más matices rock que country. Impecable su set, uno de los mejores del día. Curiosamente, habían pasado tres horas y sólo habíamos visto artistas femeninas. Algo completamente normalizado en este festival y del que deberían tomar nota los organizadores españoles.

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Lo de Son Volt fue otro nivel. La banda liderada por Jay Farrar dio el que para mi fue el concierto del festival. Una pena que nunca hayan girado en condiciones por España así que, siendo una de mis bandas favoritas, era una cuenta pendiente. La banda sonó increíblemente engrasada en todo momento, demostrando el buen momento en el que se encuentran. Jay, que cada día se parece más a Roy Orbison, dio una lección de elegancia. Los duelos de guitarras que se cruzaron durante muchas partes del concierto Chris Frame y Mark Spencer fueron espectaculares, culminados con un Union espectacular.

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Pero donde la cosa se puso seria fue en el round final, encarnado un clásico tras otro (Caryatid Easy, Route, Drown, Afterglow 61, Tear Stained Eye y Windfall) fue, para los que tenemos los primeros discos de la banda grabados a fuego en nuestro cerebro un momento apoteósico. Un verdadero tour de force que se acabó de redondear cuando empezaron a sonar los acordes del clásico de Uncle tupelo, Chickamauga. Un concierto para el recuerdo.

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Uno de los discos que no han parado de sonar en mi reproductor este año ha sido el de Senora May. La de Kentucky, con su folk delicado basado en canciones sencillas y cotidianas, se ha hecho un hueco en el corazón de los aficionados. Presentándose por primera vez en Europa, lo primero que hizo antes de empezar el concierto es desmentir su relación con Tyler Childers. Colaboradora habitual, varias personas le habían preguntado por él en apenas dos días por el viejo continente. Sola con su guitarra acústica, supo emocionarnos con las canciones de su primer disco, “Lainhart”, que hace referencia a su apellido de soltera. Pues, a pesar de su juventud, ya está casada. Las ausencias de su marido músico fueron momentos de soledad de las que fueron surgiendo estas historias dedicadas a gente normal, como por ejemplo uno de sus cinco hermanos, marine de los EEUU. Aunque las comparaciones con Cat Power o Lucinda Williams se antojan excesivas todavía, el concierto fue notable. Para paladares finos.

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Llegaba la hora de uno de los conciertos más esperados de la noche: Robert Ellis. Ataviado con su ya famoso smoking blanco y maquillado con purpurina, el autodenominado Texas Piano Man dio un show con un repertorio basado fundamentalmente en su último disco. Le bastó para demostrar que anda en un momento muy dulce. En un mundo mejor estaría liderando las lista de éxitos con ese pop atemporal que interpreta con toneladas de clase.

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Comenzando con Fucking Crazy, no se levantó del teclado (el primer piano de verdad que tocaba en la gira, una muestra más del mimo con el que se organiza este festival) en casi toda la actuación. Dos covers, Amarillo by Morning el hit de George Strait; y un inesperado What a Wonderful World, una elección tal vez un tanto obvia pero que supo llevar a su terreno con elegancia. Para finalizar un potentísimo Nobody Smokes Anymore, que le emparenta directamente con la habilidad compositora de Randy Newman. Talento, mucho talento, enormes composiciones y sentido del espectáculo. Eso es, hoy en día, Robert Ellis.

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Para finalizar, la organización había puesto, como es habitual, propuestas ideales para que aquello acabara como una verdadero fiesta. Ya con alguna que otra cerveza de más en el cuerpo, las primeras filas se llenaron de gente dispuesta a bailar con dos propuestas diferentes pero ambas valiosas, así que disfrutamos un rato de cada una de ellas. En uno de los escenarios, Quaker City Night Hawks dieron una lección de rock sureño. Bandas como ésta mantienen la llama que encendieron los grandes. Mucho boogie, mucho blues,… y, en resúmen, mucha contundencia. Tocaron casi la totalidad de su último trabajo, pero Intercalando temas de sus dos primeros discos. Sam Anderson pone el rock y David Maestler el soul, lo que hace más versátil el registro de la banda. Una banda a descubrir. 

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Por otro lado, aunque acababan de pasar por España recientemente, Garrett T. Capps y sus Nasa Cowboys nos habían dejado tan buen sabor de boca que quisimos acercarnos a verlos. Era su segundo año consecutivo en el festival y lograron un triunfo absoluto. Con su aire de geniecillo despistado y esa formación atípica con loops y un tipo simplemente bailando y tocando las maracas, la verdad es que no decepcionó.

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Momentos ruidistas un tanto surrealistas encajaron a la perfección en un show festivo y marcado por las buenas canciones. No faltó su continua reivindicación de la escena de san Antonio, reiterado en su cover del clásico de Doug Sham, Goodbye San Francisco, Hello Amsterdam. Como final de fiesta, como por nuestras tierras, su revisitación de She´s about a Mover del Sir Douglas Quintet, acompañado de Robert Ellis y de James Steinle, mientras la organización se desesperaba al haber sobrepasado el horario (también fue el único en empezar tarde, un personaje peculiar Mr. Garrett). Un perfecto final de fiesta para la edición del Take Root 2019..

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Además de estos conciertos, por razones de coincidencia horaria nos perdimos unos cuantos y vimos pedacitos de otros. Josh Rouse, en el escenario grande, defendió su impecable repertorio en solitario. Vimos el final de su show y sonó a gloria. Lera Lynn, guapísima y muy cercana, presentó alguna de sus nuevas canciones y también cantó sus inevitables hits. Un verdadero talento, con una voz asombrosa. Dolió no poder seguir toda su actuación por coincidir con Son Volt y, también, perdernos esa cover del Black Hole Sun de Soundgarden que hizo.

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También nos asomamos un momento a ver a los Long Ryders, que sonaron bastante mejor que en su desafortunada aparición en el Huercasa. Drive by Truckers, dolorosa coincidencia con Robert Ellis, estuvieron tan contundentes como siempre. Es una banda que nunca falla. Según nos contaron, fue un repertorio que recorrió toda su discografía, obviando curiosamente su último trabajo. Llegamos a tiempo de ver su dueto con Lilly Hiatt en My Sweet Anette, y el cierre, un tour de force con Marry Me, The Living Buddha y 3 Dimes Down. Y na pena no poder ver a The Delines, Erin Rae o Wille Watson. Otra vez será.

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En definitiva, otra gran edición de un festival que siempre deja un gran sabor de boca y del que siempre se sale con ganas de volver. Un año sin un gran cabeza de cartel (la que había dio la espantada) pero, como siempre, con un nivel medio apabullante. Público muy respetuoso, como señaló Robert Ellis al presentar una de sus canciones, precios razonables (una caña grande de Heineken bien tirada a 4€ no se encuentra en un festival español tan fácilmente) y mucha comodidad para seguir los conciertos. Además, en una ciudad mediana y acogedora, donde vale la pena pasar un tranquilo fin de semana, paseando por su casco antiguo y su mercado y saborear platos típicos como el Groninger koek o el Haring. Volveremos. 

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