Bill Fay, otro de los narradores y malditos acaba de publicar nuevo disco, Countless Branches. El británico fue uno de aquellos grandes cantautores que aparecieron en la década de los 60 cuando la invasión británica se había asentado en los Estados Unidos, y formaciones americanas copiaban lo que llegaba desde el otro lado del Atlántico.
Casi nadie prestó atención a una nueva generación de cantautores inglesa como Nick Drake, John Martyn, Roy Harper, Nick Garrie-Hamilton o Bill Fay. Todos ellos con un denominador común, sus discos pasaron desapercibidos, por no decir inéditos, en el momento de su publicación, pero a lo largo de los años diferentes artistas han reclamado el crédito que merecían sus brillantes composiciones.
Sin embargo, donde la música de Drake estuvo plagada de tragedias, Fay ofrece una especie de tierno optimismo y esperanza para aquellos que se tambalean en una era en la que nada parece tener el más mínimo sentido. Fay se muestra a sí mismo con una inclinación particularmente espiritual en términos de su conexión con el mundo que lo rodea, las personas y los lugares que lo han convertido.
Fay había realizado dos discos a finales de los 60 que fueron un completo fracaso y, por lo tanto, su compañía, Deram Label, le rescindió el contrato. Tweedy encontró uno de esos álbumes en la colección de vinilos de su padre y se enamoró de su música. Incluso grabó «Be not so Fearful» con su banda paralela, Loose Fur, que comparte con el batería de Wilco, Glenn Kotche, y su productor, Jim O’Rourke.
Totalmente retirado de la música, volvió a escena, cuarenta años después, en un multitudinario concierto en el Shepherd Bush Empire de Londres cuando la banda de Tweedy le invitó a cantar una de sus canciones. Desde entonces, se ha convertido en una figura de culto y acaba de grabar un disco sublime, el primero desde 1971, en el que como homenaje ha incluido una versión de Wilco.
Fay acompañado en Countless Branches de su piano, guitarras, teclados y cuerdas, se dedica a contar su propia realidad desde esos 77 años ya cumplidos. Voz sin pretensiones y que te golpea en la cabeza. Fay escribe melodías que capturan el oído a la primera escucha, escritas sobre secuencias de acordes bastante sencillas, recordando muchas veces a Cat Stevens.
Fay ofrece en todo el disco una paleta sonora similar y relajante que rara vez se eleva por encima de un silencio suave, en un mundo, el nuestro que se disuelve gradualmente en una serie de patrones de colores impresionistas. Gracias Bill por tan soberbio disco.