Podría ser una fiesta de cumpleaños en tu casa, o una actuación callejera en un parque. Alguien coge una guitarra y canta unas canciones, por varias simples razones: porque sabe tocar la guitarra y sabe cantar, porque las canciones son muy buenas, y porque nos quiere hacer felices. No hablo de Ken Stringfellow, hablo de Villanueva.
Sí, el telonero, esa especie a la que se suele hacer poco caso. Ahí estamos todos en semicírculo, con la poca luz de la sala y una cerveza en la mano. Stringfellow es uno de los que escucha al cantante invitado, apoyado en la pared, disfrutando también él. Stringfellow, ex – Posies, ex – REM, ex – Big Star, ex – etcétera. Esto ya da la medida humana del protagonista de la noche. Y ya es su turno. Va a ser una noche diferente, irrepetible, sin micros, sin vatios de sonido, sin focos. Solo él, abajo del escenario, al que ha renunciado, al que no ha previsto subirse. En mitad de la sala, rodeado por el público, canta a viva voz una a una las canciones de su ya lejano álbum “Touched”.
Canciones doloridas y a la vez encendidas de optimismo, prendido en el corazón de los versos. Una voz que tiene tanto desgarro como luminosidad, que se te agarra a las entrañas. Stringfellow, con su blanca guitarra Gretsch, se pasea desgranando su canción, tan cerca que puede ver el blanco de los ojos de cada uno de nosotros. O se retira unos pasos atrás, nos confía el cuidado de la guitarra cuando la deja en una esquina, y se sitúa tras el Yamaha, levanta una nueva canción desde el teclado. Van pasando todas, clavándose en el alma, tan dentro. En esos momentos su rostro muestra el perfil curtido por tantas músicas, la luz blanca talla la verdad de cada frase que sale de su boca, sus manos se ciernen sobre las teclas, extraen notas muy hondas que en su garganta son grito y estremecimiento.
Stringfellow administra con sabiduría la tensión dramática de su verbo y sus acordes, y cuando se cuelga de nuevo la guitarra desaparece en la oscuridad del abrazo de la gente, su voz recorre como cuchillo o mariposa el silencio de una sala habitualmente alborotada. No lo es esa noche, un estornudo se oye, escuchas el lejano chirriar de la puerta de la calle si alguien entra o sale. Un silencio sagrado, impensable. Como en tu casa, como en un parque en el que los pájaros ya duermen. Qué hermoso el final, cuando canta “Here’s to the future”. A partir de ahí se une a él Vera Lu, cantante del lugar, y nos regalan un cesto de canciones mágicas a dúo. Sus voces caminan juntas por veredas de música country, por espacios delicados y sutiles. Él, seductor de corazones hambrientos de belleza, se deja seducir por la voz aterciopelada de ella, por sus silencios medidos. Es lunes y tenemos que irnos a casa. Ken Stringfellow lo asume: solo dos canciones más. Y sin embargo, podríamos seguir allí hasta ver amanecer. A veces amanece en un interior.
Foto y vídeo por Juan J. Vicedo.