“Hilario Camacho, El Trovador de Chamberí” es una biografía necesaria que llega estos días a las librerías, editada por Sílex y con amplio despliegue fotográfico. Su autor, Álvaro Alonso, ha dado en el clavo al elegir a un personaje fundamental para el devenir musical en nuestro país. Hilario (1948-2006) simboliza una transición musical en los años setenta, paralela al cambio político, que llevó a autores y públicos hacia territorios inexplorados por estos lares. Sólo un puñado de los llamados cantautores no claudicó poco después ante el dinero, siempre interesado en convertir el arte en negocio. El trovador madrileño pagó un alto precio por su fe en Dylan y en los sonidos de la Costa Oeste que llegaban a los oídos juveniles, sumados a una literatura liberadora que dio forma a su vida musical, pero el rock había llamado a su puerta y la abrió.
“Esta lucha por encontrar su lugar como artista, a caballo entre la canción del autor, el pop, el folk, el jazz e incluso el rock progresivo, dificultará el poder encontrar una etiqueta bajo la cual definirlo”
Era muy difícil ser hippy en España durante esos años. Escribe el periodista musical: “Esta lucha por encontrar su lugar como artista, a caballo entre la canción del autor, el pop, el folk, el jazz e incluso el rock progresivo, dificultará el poder encontrar una etiqueta bajo la cual definirlo”. Eso es justo lo que intentó Alain Milhaud, recientemente fallecido, cuando produjo el primer disco, “A Pesar de Todo”: poner una etiqueta a alguien inclasificable. Productor y músico establecen una relación paterno-filial que serpentea a lo largo del libro. Es un “descalabro comercial” y desde entonces el músico siente fobia por el éxito y la popularidad, pero bien señala Alonso que “el primer elepé de Hilario Camacho es toda una carrera”. Los críticos le adoran y un grupo reducido de público se mantiene fiel hasta el final, pero eso no entra por el tamiz monetario de las discográficas.
“A pesar de todo” entra por derecho propio entre lo mejor de nuestra historia músical. Pronto se apelotonan joyas inmarcesibles salidas de su guitarra: El Agua en sus Cabellos, Mis Pies Pisan la Roca (de Flaco Barral), Los Cuatro Luceros, Como Todos los Días, Tristeza de Amor, Ven Aquí, María, Cuerpo de Ola (una historia que recuerda a Viridiana de Buñuel), Dolores… Varios álbumes que saldrán en años venideros son también oro puro: “De Paso”, “Final de Viaje” o “La Estrella del Alba”.
“La canción popular es la expresión del pueblo embellecida por el poeta y cantada por el juglar”
El escaso eco del primer elepé, un lujo rarísimo en esa España que olía a calcetín, es un golpe duro para Camacho, siempre adelantado a su tiempo. Pero este hombre disponía de la mejor arma para superar todas las tormentas: la poesía. Machado, Blas de Otero, Miguel Hernández (escupido hoy por las mismas fuerzas oscuras de entonces) o Guillén daban munición a los rebeldes como él. A estos nombres se suman otros combatientes liricos del otro lado del charco: Ginsberg (con ecos en De Paso), Corso, Kerouac, Whitman o Ferlinghetti. “La canción popular es la expresión del pueblo embellecida por el poeta y cantada por el juglar”, proclamaba Camacho en la primera entrevista que le hicieron, allá por 1968 y rescatada de la hemeroteca por Alonso junto a una apabullante cantidad de reseñas periodísticas que jalonan el libro.
Son años de vértigo y el músico se desliza a gran velocidad hacia la contracultura. Se convierte en uno de “los escasos bichos raros en el panorama ibérico”, resume el escritor. Cantó canción protesta cuando era peligroso de verdad, al igual que otros francotiradores que desfilan por El Trovador de Chamberí. El compromiso le condujo hasta los calabozos justo el día de los cinco últimos fusilamientos de Franco, en septiembre de 1975. Hilario está imbricado en la fiebre política de su tiempo y su ciudad, continuando luego con su apoyo a los objetores de conciencia y los insumisos. No permitió nunca que la política le fagocitara, como ocurrió con bastantes coetáneos. Cualquiera sabe hoy día que quien no entra en nómina sufre el silencio, hoy afortunadamente roto por esta biografía necesaria.
Sus inquietudes le hacen también asomarse al cine o al teatro. Frecuenta a grandes artistas plásticos como Octavio Colis, Ángel Aragonés, Genovés o Jaime Compairé, entre otros, porque Hilario tenía como regla “incorporar un artista plástico en letras y en proyecto”.
Es también un libro muy madrileño, desde el título (Chamberí es un barrio del foro) hasta el recorrido por la casas y calles de Madrid donde el trotamundos dio mil vueltas en busca de su identidad. Las páginas huelen a un mundo que ya no existe de billares, guateques, bares (El Chorizo Loco, Elígeme), boleras, cines de barrio (El Quevedo, Flor, El 2 de Mayo…). Refugios como el Club de Amigos de la Unesco de Madrid, el Ramiro de Maeztu y el paisaje humano (periodistas musicales y nombres míticos como Gonzalo García Pelayo o Enrique González Duro) también encuentran su espacio en este volumen. Se agradece como lector el amplio índice onomástico para seguir el rastro de ese torrente de personajes que protagonizaron en la sombra aquellas décadas.
De Madrid saltó a Menorca y a varios países europeos con el pulgar al aire, la mochila y la guitarra a cuestas, comme il faut. Genial la descripción de Alonso sobre un viaje en el seat 600 por Europa, en plan road movie, o la de ese refugio entrañable que encontró en Béjar, quizá el mejor espacio musical de Castilla.
Desde sus orígenes familiares, con una madre que cantaba de maravilla, Álvaro Alonso explica el abrazo vital y mortal que Hilario dio a la música como modo de existir. La orfandad deja una cicatriz de por vida y alivia el dolor desde sus composiciones más tempranas. Una ristra de amores que nunca cuajan por completo le conduce hasta la depresión y la poesía, que absorbe su atención por completo: un ariete contra el hedor franquista que ahogaba toda expresión libre.
Cincuenta entrevistas con familiares, músicos (Pablo Guerrero, Flaco Barral, Luis Pastor, Amancio Prada, Jorge Pardo…) o productores, entre otros, dan solidez a este libro, que llega un año después de la biografía dedicada a Gene Clark. Y al igual que su ópera prima, es un fastuoso trabajo de campo, con una tremenda pluralidad de fuentes y testimonios que conforman una aportación con rigor incuestionable.
Álvaro Alonso sigue el rastro del músico y husmea los conciertos de una trayectoria errática tirando a clandestina. Las huidas permanentes (del éxito, de una mujer, de sí mismo…) dificultan esa persecución, pero Alonso es un sabueso de la información y logra descubrimientos de arqueólogo musical: veinte demos notables, canciones, poemas, textos y fotografías que han salido de cajones cerrados durante años.
El escritor también cuenta la historia de discos nonatos y es delicadísimo en el tratamiento de sus estancias hospitalarias o la narración de su muerte. Investiga y cuenta con detalle las últimas horas del trovador de Chamberí, en agosto de 2006. No desvela el misterio de su fallecimiento, pero deja al lector todos los datos: la escoba rota, la comida del gato…
Quizá el libro se quede corto en describir la asombrosa voz de Hilario Camacho frente a la extensa dedicación a su alto nivel para el tratamiento musical de las composiciones. Pero es sin duda un trabajo completísimo y enriquecedor, además de mover al lector hacia reflexiones de calado: el éxito y la calidad, la traición, los arribistas que vampirizan su talento y ascienden, el peso de las heridas de la infancia, los amigos generosos hasta el final…
El autor cita a Jesús Ordovás, maestro de periodistas: “Hilario estaba con un pie en el rock y con el otro en el aire”. Ese instante volátil queda reflejado para siempre en este admirable y, repetimos, necesario «El Trovador de Chamberí».
Texto de Miguel López
Fotos de Ana Hortelano