Si tuviera que elegir un ejemplo de remake innecesario escogería el regreso de un Conan que ni era bárbaro ni mucho menos se llamaba Arnold Schwarzenegger. ¿No hubiera sido mejor rodar una tercera parte de la saga iniciada por el actor austríaco a principios de los ochenta? Sin duda hubiera sido mucho más coherente volver a los orígenes, pero pongámonos en situación: en el 2011, dos productoras norteamericanas poseían los derechos de Conan el Cimerio, personaje creado por el escritor Robert Erwin Howard durante los años treinta del siglo pasado y que daría nacimiento al género novelístico de “espada y brujería”. Con un joven y fornido Schwarzenegger, tanto “Conan el Bárbaro” (1982) como “Conan el Destructor” (1984) dieron buenos resultados en taquilla y formaban —y forman— parte de la iconografía de la década más kitch de la cultura popular. Devolver a Arnold a uno de sus papeles más determinantes era una idea sencillamente perfecta ya que la nostalgia constituye siempre un valor seguro. Además, por aquel entonces su carrera política como gobernador de California llegaba a su fin por lo que el retorno a los platós respondía a una lógica de lo más elemental.
Pero algo falló, el actor dejó pasar esa oportunidad y se optó por Jason Momoa, actualmente conocido por interpretar a Aquaman, como un nuevo Conan, y con Markus Nispel tras las cámaras. Mal asunto. Nispel era un director gris y sin personalidad especialista en reflotar otras franquicias como “Viernes 13” o “La matanza de Texas”. Lo que ocurre es que lejos de alcanzar su objetivo, las hundía, como prueba la falta de continuidad de sus intentonas. En el caso que nos ocupa, el resultado final fue tan mediocre que se le volvió a ofrecer a Arnold Schwarzenegger la oportunidad de regresar al universo de Erwin Howard en un proyecto que conocería dos nombres: “Conan el Conquistador” y “La leyenda de Conan”.
La idea era presentar a un envejecido Conan, algo así como el Luke Skywalker de la última trilogía galáctica. Este nuevo enfoque sí sedujo a Arnie, que desearía mostrar una faceta interpretativa inédita siendo un venerable rey que habría ganado en sabiduría aquello que en la juventud le enseñó el combate.
Pero aquí los productores toparon con los propietarios de los derechos de autor, que no acababan de ver claro el asunto. Con tantos problemas, Schwarzenegger —que también parece haberse olvidado de la reivindicable “Depredador” (1987)—, siguió adelante con las cada vez peores continuaciones y refritos de “Terminator”.
En este caso, las dos primeras entregas protagonizadas por aquel robot implacable procedente del futuro fueron un éxito. Sobre todo, la que vio nacer al androide; con pocos medios, James Cameron realizó en 1984 una de las mejores películas de ciencia ficción de todos los tiempos y, cuando tuvo un gran presupuesto a su alcance, nos regaló una no menos fantástica “Terminator II: el juicio final” (1991). Ambos films han envejecido mucho mejor que aquel bárbaro en taparrabos que recorría desiertos en medio de venganzas, sexo y problemas existenciales y que ahora tiene un futuro, cuando menos, incierto. Quizás el devenir del célebre guerrero transite por Netflix, que ha adquirido los derechos del personaje y está buscando director y reparto para una serie televisiva. ¿Llamarán a Arnold o Conan seguirá perdido?