Antonio Hernando: Aullidos y Viajes Infinitos en territorios waitsianos

    Pocas cosas tan gratificantes como los descubrimientos musicales insospechados. Y si son cerca de casa, con más júbilo y perplejidad se reciben. El más reciente se llama Antonio Hernando y a la alegría del hallazgo se suma el desconcierto de no haber topado antes con su obra.

   Antonio Hernando (jienense, cosecha 1986) acumula bastante polvo del camino en su sombrero y no se sabe cuándo empezó a cuartearse la funda de su guitarra. Empieza a componer casi cuando le salían los dientes y no tarda en fundar un primer grupo de rock: Petete & Trauma. Salta a la carretera, su verdadero hogar arrebatado ahora por el bicho, y sus giras se multiplican hasta sumar medio centenar de conciertos por año. Se asoma en 2009 a la pérfida Albión y graba su primer disco en Oxford, ese sitio que todo el mundo mira ahora con esperanza por las vacunas. Una pista: el título de la puesta de largo fue Haciendo Ruido, arropado por músicos ingleses. Vuelve a Madrid como cuartel general mientras cubre giras intensas y extensas para mover su criatura, hasta que saca Los Tres en Raya, junto a otros cantautores (Álvaro Laguna y Dani Fernán). Aparece el disco en directo LIVErtad 8 (sí, el mítico local del foro que resiste en plan Caledonia) y se embarca en nuevos proyectos que avanzan hacia conceptos colectivos, de banda, grupales y comunales. Los empeños cuajan en Rumbanouche’n’roll» (2013) y La Banda de Trapo, ya en 2015, cócteles funkies y rumbosos con aromas granadinos, la tierra prometida con una catedral llamada Discos Marcapasos, la Alhambra de los músicos. Y más que sonido de banda, esa apuesta parece más propia de una big band. El disco homónimo de La Banda de Trapo suma una docena de composiciones propias a la que se adhieren más de veinte músicos, entre los estables (un eufemismo en el mundo musical) y los invitados.

«La voz arrastrada -casi raspa- describe situaciones y personajes en un disco “marcado por la náusea del verso”

   Antonio es culo inquieto (se constata en los vídeos que rulan por la web) y husmea sin desmayo por tugurios de Reino Unido, Austria, Polonia, República Checa, Eslovaquia, Bulgaria, Marruecos Italia, Francia o Portugal, por no ocupar todo el texto con la lista de miembros de la ONU. Aswing Son las Cosas (2015) se asoma con descaro a los Balcanes y al ska. Desde lo acústico e individual, Hernando compra billete de ida sin vuelta a lo colectivo, a la fanfarria, a los metales y la percusión sin complejos, al cabaret, al circo, a la caravana gitana, a la vocación feriante, a la alegría vital que retumba, a los ritmos cambiantes y chocantes… Y desemboca con naturalidad en territorio Tom Waits.

   Ese siguiente paso son Los 30 Aullidos (2017), con producción de Miguel Marcos. Esta decena de piezas coincide con las tres décadas de edad del compositor bajo aullidos que serpentean por el álbum. Aullido es palabra sagrada. Allen Ginsberg sacude a la comunidad literaria y musical cuando saca su largo poema en 1956, editado por City Lights Books; Dylan se pega al poeta, consciente de que no hay nada más prometedor en la vida que sumar versos y acordes; Howlin´Wolf, sin apenas saber leer y escribir en sus comienzos, ya se había adelantado al poeta como lobo aullador. Asoman en el disco espacios explorados por el genio californiano, tanto en sonido como en las letras. Desde la apertura con Memoria de Elefante hasta Camino (el cierre del disco), las canciones transitan por senderos apuntados genialmente por Waits tras Swordfishtrombones. La voz arrastrada -casi raspa- describe situaciones y personajes en un disco “marcado por la náusea del verso”.

   Tras dar más vueltas que una peonza por varios países europeos, sigue su nueva entrega que, cómo no, se titula El Viaje Infinito (2019), aventura que sufre el castigo pandémico al igual que su CD de versiones Entre Bleecker y Bourbon Street (2020), con referencias explícitas al autor de Closing Time y a Chester Arthur Burnett, por no desgranar el santoral (Lennon, Dylan, Young, Cohen, Reed…). En ambos asienta un sonido propio que no tiene nada de sota, caballo y rey. Las letras alcanzan densa carga poética y se alejan del estribillo fácil. Los sonidos se asoman a vericuetos propios de los delirios waitsianos. No abundan en España valientes que sigan esos tortuosos berenjenales. Se ha dado algún grupo de versiones en Cádiz, también algún extraordinario músico en Asturias se ha atrevido (Héctor Tuya y los Raindogs) y existen algunos escarceos en Barcelona o en Madrid (el clásico El Piano está Mamao o Luis del Roto deambulan por ese filo de la navaja). A estos destacables intentos se suma Antonio Hernando, quien se ha adentrado en ese estilo de proporciones infinitas con coraje y decisión sorprendentes. Las letras de sus últimas entregas constituyen también una catarata de imágenes a lo Kerouac, como escritura automática que no puede posar la mirada y se entrega a todo el paisaje cambiante. Son spoken word a veces, opresivas atmósferas otras, y con calidad siempre. Forman las canciones de Antonio Hernando un descubrimiento para los amantes de esos territorios donde se escuchan los aullidos noctívagos mientras las botas se desgastan al compás de la carretera.

Texto por Miguel López

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