Las canciones de Paul Zinnard tienen el color de la cerveza que te tomas en tu pub favorito, son la espuma que se te queda en los labios en cada sorbo, la oscuridad del rincón donde te sientas ajeno a los relojes. Son canciones que se alimentan de atardeceres y de noches y te acompañan en el recuerdo cuando vuelve a amanecer. Son hipnóticas. Siempre lo han sido. Hace años que en una grieta de un sueño veo a John y a Claire, me muevo en círculos sin llegar a despertarme y todavía sigo allí cuando ya es de día. Pero esa, “John and Claire”, es una canción vieja, del disco “Clean-Cut and Rude”, de 2014.
Ahora hay un nuevo disco que gira y gira en mi mente, “Trance”, y los primeros cuatro minutos me atraparon hace ya una semana, y sé que no podré escapar. El piano que te golpea suavemente, infatigable, repetitivo, el compás de la batería que te ata a la canción, la voz inconfundible de Zinnard / Carlos Oliver que te seduce paseando su fraseo por la historia, esa historia en la que el sol se pone en cada estrofa. Cuatro minutos. Escucho una vez más que no hay camino de vuelta a casa y la canción termina. Es poco, tengo espuma en los labios, quiero beber otro sorbo de música. Entonces, tras el silencio, como si Zinnard y la banda entera hubieran adivinado mi orfandad, “Into Your Room” resurge del lugar donde no existe el olvido. Dos minutos y medio más de misericordia, de senderos con texturas jazzísticas, de voces que son ecos y finales que son eternidad. Y la rendición a los pies de la canción, el abandono sin condiciones, venga lo que venga. Lo que viene es “I Was A Boy”, que te arrastra en el interior del mismo remolino, y “I Wish I Could’ve Loved You More”, un océano de aparente calma en el que se ocultan coros que salpican el estribillo y te llevan a la juguetona insatisfacción de “Satisfaction”, al abismo de otro tiempo que regresa en “Some Kind of Secret Love”, una canción que suena como si la hubiéramos rescatado de los tiempos en que Jagger no tenía arrugas, Dylan hacía piruetas sobre un tripi y The Band estaban secando la tinta de su cancionero. Y un intervalo, un vacío en el alma: “My Son”, con su aire de triste balada, y ese verso a la vez tópico y hermoso (“with a suitcase in their hands”) te hace asomarte a la ventana de una soledad que no es la tuya.
Podía acabar ahí el disco pero hay más, y sin embargo ¿para qué hablar, qué más pueden aportar las palabras? Si intento evocar la desnuda autenticidad de “Now I Know” y el sol que resplandece en el tránsito a cada estrofa, si quiero describir la emoción que anida en el regreso a la infancia que es “Underneath The Sun”, ¿realmente hace falta? Es mejor que no te quite más tiempo, que escuches “Trance”, que entres en todas esas canciones, y en “Lovers Go Mad” y “Upside Down”. Tal vez te descubras visitando lugares parecidos a los que a mí me ha revelado, o tal vez no. Déjate hipnotizar.