The Mad Reeds, let the good times roll

   La dichosa pandemia y su toque de queda han obligado a las pocas salas de Madrid que se arriesgan a programar conciertos, a abrirse hueco en horarios que antaño estaban reservados para el vermú, el paseo, la lectura del periódico o, simple y llanamente, a no hacer nada (actividad esta última sumamente saludable.) Aunque si algún rasgo positivo tienen estos horarios, es la incorporación de los niños a la vida musical y no hay mejor escuela que la música en vivo. Así, el pasado sábado 17 de abril, a las 12 del mediodía, con un cielo y un sol que ayudaban a olvidar miserias, algunos afortunados nos dirigimos al Teatro Tribueñe a ver la reaparición en escena de The Mad Reeds, la banda liderada por Emilio Arsuaga, que gusta de hurgar en las raíces de la música de los Estados Unidos. 

   Con un tercio de cerveza en la mano, en una sala tan solo iluminada por los focos, uno ya no se acuerda de la hora que es ni si dejó la lavadora puesta.  Aunque, a decir verdad, el mono de conciertos, también le meten a uno de lleno en situación. The Mad Reeds eran conscientes del hambre acumulada del público y ejecutaron un primer pase directo al hígado, sin apenas pausas, como si todos los temas fueran uno solo. Bien dirigidos por Emilio Arsuaga que, aparte de cantar, cada vez mejor, por cierto, intercaló momentos a la armónica, guitarra e incluso a ambas a la vez.

    Abrió la jornada “I´m here to stay”, canción de cosecha propia y que da título a su primer disco, seguida de una versión harto fiel de “Crawfish Walk” del gran Johnny Sansone. Conviene aquí hacer mención a este descomunal músico –en todos los sentidos- de Nueva Orleans por el que The Mad Reeds sienten una adoración y un respeto infinitos, así como el que suscribe. Tal es así, que también le rindieron homenaje en el segundo pase, visitando su excelente y variado repertorio con versiones de la fronteriza y rockera “Just Say Yes” y la hipnótica y sinuosa instrumental “Quagmire” en la que Emilio Arsuaga demostró su pericia con la armónica cromática. Y no podemos mencionar Nueva Orleans sin reseñar que Louisiana está en el punto de mira de este curtido grupo a la hora de construir su repertorio. Algo que es de agradecer en una escena bluesera, por lo general, muy “Chicagocéntrica”.  Todo bien con el blues de Chicago, no se me enfaden ni me hagan muecas, ojo. Entre un guiño a Jimmy Reed (“Honest I do”),  swamp blues y swamp pop discurrió la primera mitad terminando con otro tema propio “Hey Rosalie”, primo-hermano de “Hey Little Lee” del inolvidable Slim Harpo. Más Louisiana de libro, por si había alguna duda.

   Un primer pase, corto, preciso y al turrón, como digo, seguido de un descanso para estirar las piernas –hay que ir acostumbrándose a estar sentado en estos eventos- y hacer honor al mítico “Visite Nuestro Bar”. No está de más agradecer en este punto el agradable trato del personal de la sala.

   El segundo pase no fue tan hilado como el primero, y sí algo caótico por momentos, pero tuvo unas cuantas ráfagas brillantes en las que uno se creía yanqui gritando “Come on, man!” y chocando la birra al desconocido de al lado. Si algo prevaleció en este segundo choque fue la variedad, dando muestra de que esta banda no solo se siente cómoda con el blues eléctrico sino que gusta de transitar otros terrenos como el country, el rock and roll clásico o la americana. “Can´t hold out much longer” (Little Walter) fue la encargada de reinaugurar el concierto tras el descanso y dejó claro que si este grupo se empeña en tocar blues , lo puede hacer con una intensidad contagiosa. Magnifico solo de armónica del Sr. Arsuaga, por cierto.

   

   Este segundo pase no hubiera sido igual de colorido sin la presencia de dos invitados de lujo que ya empiezan a ser habituales en los conciertos de The Mad Reeds:  Greg Izor e Isabel Urzáiz, la cual se sumó al grupo en el segmento country para hacer unos precisos y elegantes coros en “Act Naturally” y “Love´s gonna live here” (Buck Owens), “Lonesome Fugitive” (Merle Haggard), “What´s Made Milwaukee Famous (Has Made a Loser Out Of Me)” (Jerry L. Lewis) y  en la maravillosa y emocionante “Twilight” (The Band). Ni que decir tiene que los coros aportan otro color, y si bien en el blues no son tan comunes, en el country son casi obligados. Más coros, por favor.

     Por su parte Greg Izor,  ya un madrileño más, aportó su poderío y maestría a la armónica pero también tuvo tiempo para lucirse a la voz y a la guitarra en una acelerada y disfrutona versión de “Tonight the Bottle Let Me Down” (M. Haggard). Cuando una canción está bien hecha se le puede dar la vuelta, estirar o encoger sin miedo a romperla. Hay que saber hacerlo, eso sí, y en eso el Sr. Izor es un maestro que posee un conocimiento musical enciclopédico. No sabemos la suerte que tenemos de tenerle viviendo por estos lares, su presencia aquí es equiparable al plan Marshall, pero en lo musical.

   Suerte también la de poder ver al gran Javier Díaz Castillo “Hammond” al piano, en vías de recuperación de su lesión en el hombro. Cuenta el que suscribe por miles las veces que ha podido disfrutar de su arte a las teclas pero mentiría si no confesara que nunca le he visto tocar mejor, aportando justo lo que la canción necesita y empastando a la perfección con la guitarra de César Crespo en labores rítmicas, sin estorbarse mutuamente. Su solo en “Seasons of My Heart” (George Jones) “abusando” de los intervalos de sexta y octava fue para enmarcar, pura ambrosía.

   Para el público en general, pero sobre todo para los guitarristas, ver a César Crespo sobre un escenario se está convirtiendo en una experiencia enriquecedora y sorpresiva ya que no deja de crecer, ganando terreno en un sinfín de estilos y, además, Crespo es de esos que no devuelve melones, cuando le pasan balones, sino que devuelve cortos de cine, pequeñas escenas musicales. Para gustos, colores, pero a uno cada vez le gustan menos los solos como una excursión sin brújula y agradece una historia bien hilada, con exposición, nudo y desenlace. En ese sentido, los solos de guitarra de Crespo se ajustaron a este canon que parece fácil pero que no lo es en absoluto. Siempre inventivos, diferentes y contando algo relevante que eleva la canción a otro nivel.

   Dejo para el final lo que uno siempre ha considerado más importante en una banda: una buena base rítmica. Sin unos buenos cimientos todo se desmorona. Carlos Arsuaga, batería, y Tío Marino, bajista, van de la mano y permiten al grupo arrancar, girar, detenerse y aminorar la marcha sin despeinarse. Son un seguro de vida y uno disfruta de lo lindo viéndoles marcar el paso a ritmo de un “shuffle” contenido o apretar las tuercas como lo hicieron para la rematar el concierto con “Real Gone Lover” del poco reivindicado Smiley Lewis.

   Ver a The Mad Reeds es disfrutar de las raíces musicales de EEUU y esta crónica no hace justicia a la experiencia. Vayan mejor a verlos. El próximo 29 de abril a las 20:00 en la Sala Rockville de Madrid tienen otra oportunidad.

Texto Lowell Bland

Fotos Ana Hortelano

Videos Ana Hortelano y Carlos Arsuaga

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