El Desenchufazo podría salir en el Guinness de los Récords como uno de los discos que más tiempo ha tardado en pasar desde las cintas hasta convertirse en álbum. Este elepé de raíces uruguayas ha visto la luz hace unos meses tras estar sus grabaciones en paradero desconocido más de 48 años, probablemente en garajes, trasteros, desvanes, cajas de cartón o vaya usted a saber dónde.
Cuando faltaban décadas para inventar la palabra unplugged en el rock, un grupo de activistas culturales (con Flaco Barral, Hamlet Danny Faux y Esteban Leivas al frente) lo apostaron todo a organizar conciertos de autoafirmación musical uruguaya, tras quedar impactados por un “acusticazo” pocos meses antes en Buenos Aires, Argentina. Como escribe Faux, “habíamos escuchado a Bob Dylan y a The Byrds electrificar el rock, pero no conocíamos el proceso a la inversa”. El experimento se llamó Desenchufazo, toda una ironía en aquel tiempo dominado por los cortes constantes de fluido eléctrico en la capital americana.
Estas locuras suelen comenzar en bares; en concreto, en Bar Asencio, un garito que servía en los años setenta como punto de encuentro para los músicos, escritores y “paracaidistas” en la calle Ejido de Montevideo. El impulso inicial a este elepé cuajó a finales de 1972, cuando se celebraron dos conciertos alejados de aquellos voltios que ya empezaban a dominar el panorama musical por todo el orbe, al calor del heavy y otras hierbas.
El cartel diseñado para la ocasión especificaba: “Segunda experiencia totalmente acústica”, pocas semanas después del primer encuentro con el público de Montevideo; Las canciones seguían la estela sonora de Harry Belafonte, Phil Ochos, Peter, Paul and Mary o Joan Baez, pero en español y con textos de alta calidad.
La convocatoria congregó nombres de oro en Uruguay, como Yabor (dos canciones del disco), Miguel López (Mi partida), Eduardo Darnauchans, Jorge Vallejo (No Destrocen Mi canción), Creación y Testimonio (A los Niños y Sugerencia), Flaco Barral (Rincón de la Bolsa) o Daniel Bertolone (No es un Tema o El Tren se Llevó a mi Nena), entre otros. En total, trece cortes que se interpretaron en vivo los 7 de noviembre de 1972 y el 27 de diciembre del mismo año. Las colas de espectadores fueron de aúpa, en buena medida por la militancia rockera de varios promotores en sus programas de radio, un tanto a la manera Ordovás en los años gloriosos de Radio 3 y como las largas filas que se ven en la película de Scorsese ante el Winterland.
El contexto político marcó a sangre y fuego aquellos tiempos en el cono sur americano. El creciente apoyo popular que recibió el izquierdista Frente Amplio asustó a los poderes de la región y un golpe militar en 1973 ahogó en sangre toda expresión cultural o política hasta 1985. Esteban Leivas recuerda en un texto del álbum que guardó el máster con las grabaciones el 27 de marzo de 1973 y era “incapaz de imaginar la historia tremenda” de este vinilo nonato, porque esos primeros conciertos fueron también los últimos en ese formato y varios participantes iniciaron un éxodo que en algún caso les condujo a España de por vida. Esas actuaciones experimentales se transformaron así en un último vals tras el ominoso silencio de décadas en el país.
El milagro revive inesperadamente cuando un grupo de supervivientes se embarca recientemente en la ingente labor de rescatar esos documentos sonoros y reparar los daños del tiempo sobre el material. En la labor artesanal de salvamento han participado varios conjurados. Flaco Barral se ha dedicado en cuerpo y alma a retocar cada instante de las grabaciones en su estudio La Morada del Colibrí, entre 2027 y 2020. “Se digitalizaron las cintas limpiando los cabezales de cada canción. Más tarde se limpiaron ruidos y se restauraron algunos pasajes”, siempre con la idea de no “alterar los registros originales”, señala. La trabajosa restauración ha llegado solo hasta cierto límite, porque los autores han querido respetar el momento recogido en las cintas y hay alguna canción (Madre del Mundo, el último corte) que aparece en el flamante disco con fallos de calidad, pero “se ha decidido mantenerlo en el mismo por su carácter testimonial”.
El disco que ahora sale, con apoyo del Fondo Nacional de Música, destinará sus ingresos a la Escuela Pública de Educación Artística Nº265 Virgilio Scarabelli Alberti, en Montevideo. La buena música que fabrican los buenos corazones siempre se abre paso. Como dijo el Drácula de Coppola, “he cruzado océanos de tiempo hasta encontrarte”. Que ustedes lo disfruten.
Fotos Ana Hortelano.
Podcast: Reproducir en una nueva ventana | Descargar