Junior Mackenzie: «Now That We Are Dead» (2021)

Junior Mackenzie, Now That We Are Dead nuevo disco
Junior Mackenzie, Now That We Are Dead nuevo disco

23 de febrero, martes. Después de tres semanas combatiendo el virus, tengo el alta médica desde hace unos días. No sé si soy el mismo de antes o si volveré a serlo. Son casi las nueve de la noche y suena el teléfono: es Juan Fortea y me dice que hay nuevo disco de Junior Mackenzie a la vista. Esa llamada es un click en mi cerebro, un pasadizo que me devuelve al pasado y lo une con el futuro. El presente, la nueva normalidad que se han inventado los gobiernos, es un asco, un pozo en el que no queremos vivir. Saber que ese disco existirá es para mí un fogonazo de ilusión. Junior Mackenzie es uno de los elegidos, un mensajero que esparce felicidad. Es como Quinn the Eskimo, ese individuo mítico que en la canción de Dylan deja un rastro de alegría a su paso y cuyo nombre no puede ser ese, porque los esquimales se llaman Inuk, Nanuk o cosas parecidas. Junior Mackenzie tampoco se llama así, su nombre es Juan Fortea y nació en el Mediterráneo, aunque su música pantanosa y embriagadora está más cerca de Louisiana que de Benicàssim. Mackenzie, o Fortea, es un tipo que un día tocó con una guitarra prestada nada menos que por Richard Hawley y, como él, es capaz de componer canciones en que la furia se hermana con la belleza.

Me pide que le escriba una nota de prensa, a mi manera, y le digo que sí. ¿Cómo decirle que no a este hombre que se empeña en hacernos felices? En las semanas siguientes escucho las grabaciones y hablamos alguna vez más del disco, de su sentido. En estos tiempos confusos ha alumbrado en su casa, cerca del mar y el horizonte, una obra en la que coexisten el espacio de soledad del que surge la creación y la rabia de seguir viviendo ahora que –como él dice- estamos muertos.  NOW THAT WE ARE THE DEAD es un canto de esperanza que brota con aroma de góspel, se retuerce en un bosque poblado de voces, texturas de cuerdas y sintetizadores y guitarras que gimen luminosas en busca de una salida. Introspectivo en “Unforgiven”, cinematográfico en “Key In The Sea”, onírico y terrenal a partes iguales en “Loneliness”, afilado como el acero en “Don’t Become A Liar”, epidérmico en la colaboración con Aurora García, vocalista de Aurora and The Betrayers, en “Bird with No Feathers”. Cada uno de nosotros puede buscar y encontrar en su escucha incontables matices, perderse en laberintos íntimos o dejarse arrastrar por acelerones repentinos de música poderosa. Este es un disco de orquestaciones brillantes que habla del mundo en que vivimos y de las heridas del amor, que mide la intensidad para que la emoción simplemente se apunte pero nunca se desborde. Sus canciones parecen no querer abandonarnos: con voz distinta que sin embargo también es la suya acaricia en “Sunny Days” el reinicio de una historia personal en la que cualquiera puede reconocerse. I try to smile most of the time. Es el último verso de un disco que hace posible que volvamos a sonreír, que sintamos la electricidad que agita la somnolencia de estos días sin brújula.

Estas son las cosas que escribí para él uno de los últimos días del invierno, saltando entre las ruinas de nuestro mundo. Ahora que el álbum llega por fin, con el otoño asomando tras las nubes, es momento de volver a él, a ese conjunto de música maravillosa, al temblor que me recorrió al escuchar estas canciones que meses después siento como viejas amigas. Mientras tanto el planeta ha seguido girando, el sol sale cada mañana, y Junior Mackenzie tomará de nuevo la carretera. Con el fiel Mauricio Bedoya al bajo y el infatigable Ben Wirjo a la batería, con Pablo Barrios que se hizo cargo de los teclados días antes de la reclusión forzada en nuestras casas, y con una guitarrista vibrante, Lucía Zambudio, que no llegó a tiempo de tocar en este disco. Juan Fortea nos está diciendo que la vida sigue, renovándose, no importa que estemos muertos o vivos. Y vivos o muertos, vale la pena escuchar a Junior Mackenzie.

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