La luna ya había escalado los montes cercanos, y a espaldas del escenario iluminado con tibias luces un rebuzno reivindicaba que estábamos en plena huerta. Sabíamos que era el escenario porque había micrófonos, cables, atriles, un set de batería, unos teclados, algunas guitarras. Después del más largo paréntesis de nuestras vidas nos habíamos congregado, casi secretamente, para nacer de nuevo a la música. Nos saludábamos, gentes venidas del norte y del sur, con ese único propósito, y sentíamos ser los elegidos. Paco Oncina, como un brujo silencioso, nos había abierto las puertas de su templo huertano y Bantastic Fand estaban a punto hacer posible la resurrección de las almas. Ya solo faltaban unos minutos.
A estas alturas del milenio, empezada ya la segunda década, quien no conozca a Bantastic Fand no debiera esperar más. Es necesario. Venían a presentar su tercer disco de estudio, dos años después, porque la vida se paró con la pandemia. Canciones intemporales y epidérmicas que no habíamos tenido tiempo de escucharles más que en nuestras casas, recluidos a la fuerza. Bienvenidos a la libertad, o algo así, dijo Nacho Para, y la música se apoderó de la noche.
Oficiaron un rito al que ansiábamos someternos, el de la comunión con lo que es bello, el del regreso a la realidad en la que podíamos por fin reconocernos a nosotros mismos sin miedo, que es la mejor definición de la felicidad. Se hermanaron con la noche para ser una vez más rabiosamente honestos. Fueron ellos mismos, como siempre lo han sido, desgranando sus canciones nuevas y algunas viejas y bien envejecidas en barrica, versiones de los dioses lares, desde Dylan a Lennon, gozando en cada una, alargándolas a veces en busca del momento extático que podía surgir de la guitarra de Fernando Rubio o de las teclas de Carlos Campoy, oculto en las sombras.
Nacho Para, siempre carismático, Paco del Cerro, el hombre feliz tras los tambores, y Fernando Rubio, brillando en cada nota, fueron el triángulo mágico que recordábamos. Y Paloma del Cerro ya no hace coros solamente, canta por derecho propio, y se agiganta desde su sonrisa tímida. En su voz es estremecedor “Smiling”, del último disco, sustentado en el bajo de Chencho Vilar. Hace falta buscar mucho para encontrar bandas en las que canten cuatro de sus miembros, hace falta mucho arrojo para mirarse a la vez en el espejo de The Band y en el de los Beatles.
Acabó la noche, con guiños a Neil Young (“Southern Man”, arrollador) y a la madre del misterio (“I Shall Be Released”, en la voz de Fernando Rubio). La vida sigue. Ya no estamos donde estábamos hace dos años. Ahora te aferras al sabor de lo auténtico, se te queda en los labios, sigue ahí cuando despiertas.
Fotos y vídeos por Juan J. Vicedo.