Reaparece con nuevos bríos editoriales la biografía de Jimi Hendrix que Jesús Ordovás publicó hace casi medio siglo en la pionera colección Los Juglares (Ediciones Júcar). El título ahora es Jimi Hendrix, El Salvaje (La Linterna Sorda, número 15 de la colección Guardianes del Sueño), un acertado concepto bravío que condensa la corta vida y largos milagros del músico de Seattle, uno de los primeros en fundar el panteón de los 27.
La novedad editorial corrige y extiende aquella entrega auspiciada por el también legendario Silverio Cañada. Destaca el cuidado trabajo gráfico que enriquece sobremanera la lectura, con algunas instantáneas inéditas, y un diseño atractivo al servicio del guitarrista cósmico, un prodigio fugaz que ya era inabarcable cuando murió, pero agigantado con el paso del tiempo, en parte por las comparaciones con otros virtuosos de las seis cuerdas que han intentado inútilmente destronar al mito de todos los mitos.
“Aquellos negros, desligados de sus lazos tribales y transportados como animales a través del Atlántico, no solo sobrevivieron a las hostiles condiciones de vida a que fueron sometidos, sino que dejaron un extraordinario documento viviente de sus sufrimientos, sus costumbres y sus sentimientos en esas canciones espirituales, que más tarde sus descendientes perfeccionaron, creando los blues, una forma de música popular melancólica, profunda e increíblemente paradójica”, escribe Ordovás (Ferrol, 1947). Valga este párrafo para subrayar la vigencia absoluta del texto ahora rescatado. El escritor que ahora acumula más obras musicales en las estanterías de nuestro país no se ciñe a enumerar músicos, canciones o influencias: la ambición le lleva a retratar el modo de vida del que surgió Hendrix como fruto histórico, desde el racismo imperante hasta las corrientes literarias sobre las que cabalgó el movimiento contracultural coetáneo.
¿De qué va Ordovás? Desenfunda su revólver de sociólogo y trasciende al momento. Sobrepasa la aureola cada vez más densa que envuelve al joven capaz de revolucionarlo todo en un suspiro de tiempo y deja atrás la fascinación ambiental por el ángel negro caído, diseccionando los mimbres de ese momento convulso (drogas, abusos discográficos, sexo a mansalva, racismo, descontrol inefable…). La explicación de las claves culturales que dan cuerpo a la música inmortal del biografiado está brillantemente trazada, porque no se limita a contextualizar los hechos. El autor persigue y retrata el hábitat de ese tiempo que conoció muy joven en su propia piel, como delata alguna de las fotos publicadas en El Salvaje. “La mayor parte de sus canciones no cobran sentido separadas del mosaico temporal al que pertenecen”, escribe Ordovás, quien logra explicar admirablemente por qué Hendrix fue, es y será tan sustancial en el santoral del rock.
El recorrido discográfico y festivalero (Woodstock, Monterey), las giras, la persecución policial, la aventura londinense, la experiencia psicodélica (“haber encontrado a dios oyendo crecer la hierba”), las costumbres (“estropajo por cabellera”), los escritores (con análisis de la influencia de Ginsberg o Kerouac) o el peso creativo del LSD en su obra (conviene repasar Rock Ácido de California, otro título de referencia del escritor) quedan reflejados perfectamente en esta biografía.
El libro destripa ese remolino de sensaciones y detalla también la influencia de Dylan o Beatles; la revolución en las cabezas; la ambición del artista por llegar más lejos; el desgaste fulgurante por la fama (“El público muchas veces no es consciente de lo que representan para los grupos musicales los viajes en avión, las continuas actuaciones, las comidas a destiempo, el uso de barbitúricos y anfetaminas, los cambios de hotel y los ensayos”); la excentricidad y el despilfarro; la frustración y la huella de la tradición blues; la interacción con otras bandas de la época a las que inspira (“los grupos creyeron que todo consistía en ver quién era capaz de tocar más tiempo seguido sobre unos mismos acordes”); el esclavismo impuesto por las discográficas, o el conflicto entre lo nuevo y lo viejo. El autor organiza todo eso y mucho más para facilitar una reflexión equilibrada sobre la desequilibrada magia musical de James Marshall Hendrix (1942-1970).
La necrofilia que siempre acompaña a Hendrix -incluida la sospecha de suicidio- se aborda con rigor periodístico, una vez que ha quedado atrás el anzuelo económico que propagó la pregunta de las diez mil vueltas: “¿Quién mató a Jimi Hendrix?”. Los testimonios de primera fila se concentran en el penúltimo capítulo. Son declaraciones de grandes protagonistas con el cadáver aún caliente: Eric Burdon, Noel David Redding, Eric Barrell, Gerry Stickells o, entre otros muchos y muchas, Chas Chandler. Desfilan entrevistas muy frescas, cercanas, pura historia periodística, en buena parte cosechadas por Melody Maker. Las guindas las ponen una entrevista al propio Hendrix, ya cerca del final, y la amplia selección de traducciones espléndidas de las principales composiciones a cargo del propio Ordovás.
Esta obra sobre un clásico del rock como Hendrix, escrita a su vez por un clásico de la literatura musical como Ordovás, representa una muestra de la grandeza que elevó a los cielos ese tiempo musical aún repleto de misterios. Disfrutar de ambos en estas páginas permite comprobar que clásicos así nunca abandonarán el lado salvaje de la aventura musical. Esa es la lección de los grandes clásicos del rock.