Las dos épocas de aquello que se llamaba cine «de romanos»

Las dos épocas de aquello que se llamaba cine de romanos
Las dos épocas de aquello que se llamaba cine de romanos

Hasta hace muy pocos años —aproximadamente entre finales de los noventa y el 2016—, la sempiterna falta de nuevos guiones en la meca del cine hizo que renacieran los “péplums” o, como se conocen popularmente, las películas “de romanos”. No era la primera vez que eso ocurría; a mediados de los años cincuenta, Hollywood había encontrado en las antiguas Grecia y Roma más el añadido de sus mitologías y de la misma Biblia, los cimientos de films que actualmente siguen siendo legendarios. Aquellas historias de griegos, egipcios y romanos invadieron las pantallas de todo el planeta con la misma facilidad con la que las legiones de Julio César sometían a sus rivales en los campos de batalla. Así pues, ¿por qué no repetir la misma jugada?

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Pero ambas épocas mantienen diferencias notables: con efectos digitales de última generación al alcance de las productoras se habían acabado todos los problemas que suponía rodar una batalla como la de “Espartaco” (1960), con extras haciendo de esclavos o legionarios romanos. Todo ese despliegue de medios no fue preciso en la serie con ese mismo nombre que se emitió entre el 2010 y el 2013 por la cadena Starz y que luego pudimos ver en España. Bueno, he ahí la cuestión: probablemente no fuera necesario intentar emular a Kubrick, lo que de por sí resulta bastante ridículo. Además, si nos fijamos en el papel protagonista la diferencia entre Kirk Douglas y el desconocido Andy Whitfield era poco menos que abismal.

Más grotesca si cabe fue la ocurrencia de rodar una nueva versión de “Ben-Hur” (1959), que en su origen era la tercera relectura cinematográfica —existen dos películas mudas— de la novela homónima de Lew Wallace. Con William Wyler en estado de gracia y un Charlton Heston algo más que pletórico, el film no sólo arrasó en taquilla, sino que se llevó once Oscars. La escena de las cuadrigas, a la que George Lucas hizo un homenaje en “Star Wars: Episodio I –  La Amenaza Fantasma” (1999), se quedó grabada a fuego en las retinas de generaciones de espectadores. Por eso precisamente me pregunto, ¿era necesario rodar un horrendo remake en el 2016?, ¿por qué un actor de la talla de Morgan Freeman se involucró en tamaño despropósito? No existen respuestas a estas preguntas y dudo que Freeman quiera contestarlas una vez finalizó la promoción correspondiente.  

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Tanto en una época como en otra, el rigor histórico nunca fue de la mano de aquellas Romas digitales o de cartón piedra, pero el espectáculo estaba servido si las cosas de hacían con mimo. No íbamos a caer en el clásico texto donde el cine clásico ridiculiza al actual, pues entre aburrimientos soporíferos como “Troya” (2004) o “300” (2006), verdaderos anuncios de gimnasio y culturismo, “Gladiator” (2000) brilló con luz propia. Y la razón es que los grandes medios y presupuestos, a lo largo y ancho de la historia del Séptimo Arte, deben ir acompañados siempre de talento.

Ridley Scott contó con Russel Crowe y Joaquin Phoenix, dos actores que acostumbran a cumplir o, dependiendo del proyecto, incluso a deslumbrar. Lo mismo que en 1956, Cecil B. De Mille dirigió, en su monumental  “Los diez mandamientos”, al omnipresente Heston y a dos auténticos fuera de serie llamados Edward G. Robinson y Yul Brynner.

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