Las listas más relevantes sobre libros musicales del 2021 coinciden en destacar que Townes Van Zandt, La Eternidad en una Canción (Sílex Música) sobresale entre los mejores de esta segunda cosecha pandémica. Aciertan sin duda, pero quizá no contemplan suficientemente la dimensión internacional de esta obra cuya calidad cuesta entender por la distancia temporal y geográfica respecto al retratado. Algo así solo puede ser fruto de un loco obsesionado por ese artista folk desaparecido hace cuarto de siglo. Y los amantes de la lectura saben que hurgando en esa categoría de cordura a contracorriente se encuentran los mejores escritores.
El libro de Álvaro Alonso brilla con fulgor especial entre las biografías publicadas sobre el músico texano, fallecido en la Nochevieja de 1996 tras una vida de descontrol absoluto que el escritor aborda con respeto reverencial, pero sin tapar nada, tal como hizo en sus investigaciones previas sobre Hilario Camacho (Sílex Música, 2020) o Gene Clark (Lenoir Ediciones, 2018). La imagen interior del autor, con el sombrero en el pecho y en trance sobre la tumba del músico, lo dice todo al respecto, así que punto y aparte.
Consciente de la bibliografía previa (desde el pionero John Kruth hasta uno publicado aquí por José Miguel Gala), el autor opta por la estrategia From Lost to the River, en terminología de Goma Espuma. Se inventa un personaje literario al que llama General Hood que dialoga con el músico en las horas previas a su muerte, precisamente en Nochevieja, como ocurrió con Hank Williams (referencia clave en la cosmogonía del compositor). El fenómeno (o mito) de que la vida pasa velozmente por la cabeza de alguien en el umbral del óbito es el punto de partida para la postrera conversación que mantienen el fantasma Hood y el propio Van Zandt, donde se desgranan los episodios de una existencia autodestructiva, en un tiempo convulso de viajes, drogas, alcohol y carretera que causó bajas a mansalva en las filas de la música popular. El atormentado poeta de Texas, carne de psiquiatra, navegó en las aguas revueltas de los años setenta y ochenta, y naufragó finalmente tras demostrar una capacidad extraordinaria para tirar todo por la borda en los momentos de repunte. Alonso suma a ese lado sombrío la parte absolutamente cachonda y divertidísima de un fabuloso bromista que a veces escapaba del dolor.
El recurso literario da mucho juego e insufla fluidez narrativa para que el lector digiera con naturalidad la asombrosa documentación (contrastada hasta el delirio) por Álvaro Alonso, una hemorragia en plan Big Data más propia de un extraterrestre que de un doctor en filosofía afincado en nuestro país. Jugando con un título de Woody Allen, lo que consigue el lector es conocer “Todo lo que Siempre Quiso saber sobre Van Zandt y Temía Preguntar”. Eso incluye desde el tipo de furgoneta que compró para las giras hasta la dirección exacta de multitud de casas en las que vivió fugazmente. Solo le ha faltado publicar el set list de lo que cantaba bajo la ducha, algo que probablemente ha averiguado.
Este libro disecciona los instantes decisivos del autor de varias canciones míticas para el cancionero americano (Pancho and Lefty, For the Sake of the Song, Tecumseh Valley, Rex’s Blues, Snow Don´t Fall o To Live´s to Fly, entre otras). Retrata también a una pléyade de músicos fuera del radar, artistas que no llegaron “a casi nada”, más la fragilidad psíquica del protagonista (se siente vértigo tras el reseteo cerebral del electroshock), la muerte temprana, el proceso de composición o el vínculo con Lightnin´Hopkins y otros grandes del blues (Mississippi John Hurt, Blind Lemon Jefferson…).
Los atractivos de las 448 páginas se atropellan entre sí. Las valiosas traducciones (Mariano Antolín Rato y Fergus P. Harrington) desvelan la carga profética de muchas letras; el prólogo de John Lomax III (nieto y sobrino de los legendarios folkloristas, amén de representante de la “figura de culto” un par de años); las fotografías inéditas de trascendencia documental; el revelador índice onomástico, y, por encima de todo, la espléndida escritura reflejan un nivel creativo y periodístico con escasos parangones.
¿De dónde sale esta asombrosa biografía en un país como España? Todo apunta al cumplimiento de una misión propia de los templarios. La falta de reconocimiento del poeta tejano ha dolido a muchos amantes del genio eterno. Dijo Steve Earle, en plan desafío total, que «Townes Van Zandt es el mejor escritor de canciones del mundo, y me plantaré sobre la mesa de café de Bob Dylan con mis botas de vaquero para decirlo». El propio Robert Zimmerman dijo que era preciso escucharlo, porque era “un poeta filósofo”. Álvaro Alonso se ha sumado a esa cruzada y solo ese impulso irrefrenable explica un descomunal trabajo dedicado a la figura de un personaje al que describe en primera persona, del plural y del singular, con palabras así: “¿Qué era yo? Un hombre cuyo valor no superaba los diez dólares por noche. Un cantautor sin fortuna que después de cinco discos apenas era conocido en unos cuantos clubes de la ciudad. Una mierda pinchada en un palo”.