Bryan Adams. 18 hasta que muera.

Bryan Adams nos devolvió anoche a la nostalgia de los conciertos multitudinarios en el Wizink Center. Con un público madrileño entregado, mascarilla puesta o en ristre, que abarrotó de nuevo el antiguo Palacio de los Deportes de la Comunidad tras más de dos años sin vestirse de gala para recibir a un músico de la talla del canadiense. Había muchas ganas, por razones obvias, de «respirar» cierta normalidad y Adams contribuyó de lleno a ello con su actitud. Ni siquiera quiso mencionar el monotema, del que todos estamos agotados, se limitó a expresar la felicidad y el orgullo de reencontrarse con su público en un recinto en formato arena.

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Sorprende la «limpieza» de la puesta en escena. El escenario está inmaculado, ni siquiera hay amplificadores detrás de los músicos. En el suelo sólo están unos cuantos paneles finos de iluminacón y los carriles dolly que permiten a la camara moverse, automatizada, por detrás del escenario y hasta un lateral para grabar el show. Eso, junto a la existencia de dos cámaras frontales en el foso, hace pensar que Bryan publicará material audiovisual de esta gira. Se trata de una sobriedad elegante que permite a Adams moverse fácilmente por el escenario y que facilita la labor a su banda: piano, batería, bajo y su mítico guitarrista Keith Scott, con el que colabora desde allá por el año 1983 cuando se publicó «Cuts Like A Knife». Todo este entorno gobernado por una gran pantalla luminosa trasera que proyecta con un brillo espectacular imágenes de lo que está pasando en el recinto o montajes muy orginales sincronizados con algunas de las piezas que van recorriendo.

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Tras los ajustes de sonido iniciales para eliminar decibelios y distorsión durante los dos primeros temas, la ejecución del show es impecable. Bryan viene a presentar su último EP: «Never Gonna Rain». Un trabajo con cuatro cortes entre los que destaca «So Happy It Hurts», que usa como una de las canciones que cierran el show en su bis. Hasta llegar a ese final, el EP suena a (bendita) excusa para descargar un grandes éxitos sobre la audiencia. Las interpretaciones son perfectas, ajustadas a lo que se espera de un músico de su talla que se rodea de los mejores. Un sonido profesional que hibrida perfectamente con la frescura del que lleva irradiando juventud de espíritu desde los 80. No repasaremos todo el setlist porque para eso os dejamos la playlist del esqueleto que lo conformó al final de esta crónica. Pero merece la pena destacar el momento en el que la banda interpreta «Have You Ever Really Loved A Woman», perteneciente a la banda sonora de Don Juan de Marco, interpretada por Johnny Depp. Se proyectan en la gran pantalla las imágenes del vídeo clip mientras Keith Scott imita la ejecución a la guitarra española del gran Paco de Lucia, que es de hecho el alma de la canción. La pieza sirve para rendir homenaje al maestro y todos aplaudimos sobre su imagen impresionada en el luminoso mientras a alguno se nos escapa una lágrima.

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Y es que Bryan Adams siempre ha sido un rockero elegante y resultón. Más lejos del típico look grasiento del rock americano y más cerca de ese yerno músico responsable. Pero no nos engañemos, este tipo es un gamberro. Así lo demuestran los riffs rockandroleros y las distorsiones sucias de su guitarra cuando el tema requiere de esa rabia. El mismo envoltorio le vale para atacar temas del «Reckless», quizá su mejor disco, o para entonar baladas cerca del pastel de las comedias, animaciones, y dramas románticos a los que ha puesto banda sonora durante todos estos años. Hollywood no iba a dejar escapar a un tipo con la facilidad compositiva de Bryan. Sabe poner un acorde detrás de otro de modo que las canciones se queden en tu psique con el paso de los años pase lo que pase. Están ahí y como si de un ejercicio de hipnosis se tratara, basta con hacer sonar la primera sucesión de notas para que cantes el tema de cabo a rabo. Sí, es esa sensación que tenemos de que un tema nos es familiar incluso cuando es la primera vez que lo escuchamos en toda la vida. No se le puede recriminar a Bryan haberse vendido a este modelo. Tonto sería si no lo hubiera hecho. El caso es que la calidad siempre está ahí y además le permite financiar el proyecto musical que le dé la gana. Por eso tenemos un cancionero, un legado de calidad en el que hay más rock que baladas. Tampoco me vale que me digan que al final todas sus canciones son noñas porque hablan de Amor. Señores, ya lo dijo Billy Wilder (y si no respetamos a Billy Wilder, a quién coño respetamos): «todas las películas son una historia de amor». Si os fijáis es así, da igual lo que nos cuenten sus creadores, siempre subyace una historia de amor. Y esto vale también para los trovadores como Bryan, que se ha mantenido fiel a sus creencias mientras nos ha hecho la vida más feliz a base de la gloria del celuloide.

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Un amigo mío dice que Bryan Adams «ha ido virando su estilo desde el rock guitarrero hasta las baladas acústicas de banda sonora» y no le falta razón. A ver quién tiene narices de renunciar al acceso a un mercado mainstream con un producto de calidad cuando eres un tipo con el talento de Bryan. Podemos verlo como una estrategia todo lo comercial que se quiera, pero ¿no es mejor poblar el panorama musical de productos comerciales de calidad que cierren la puerta a la basura musical que nos rodea, y atraigan a un público más joven hacia las sendas del rock? Desde mi punto de vista el peaje merece la pena. Por otro lado, a ver quién tiene huevos de no ponerse a cantar el tema más comercial de Adams al sonar su primera estrofa, o a ver quién reprime el movimiento de pie al ritmo para terminar entregando todo el cuerpo a un baile alocado. Al final todos somos Kevin Kline saliendo del armario en «In & Out» y entregándonos a un baile loco,  desmedido y reparador. El caso es que hasta los más puristas estaban ayer en el Wizink, a pesar de los pesares y «sufriendo» de sus placeres culpables.

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Para mi sus mejores lonchas son «Cuts Like a Knife», «Reckless» y «Waking Up The Neighbours», aquella era en la que estaba más cerca de la influencia de John Mellencamp, más cerca de la gloria Springstiniana que de ser el tercer mosquetero del trio con Sting y Rod Stewart. Tampoco hace falta que recordemos que este último es un semidios al que se le ha permitido todo. Porque ya me contarás como se puede ser un «Faces» (me paro un momento que se me pone la piel de gallina y acabo de mencionar a una de las bandas que hacen que tenga sentido mi existencia), para terminar deambulando por la escena «crooner» (Sinatra que estás en los cielos, perdónanos). Después de eso a Bryan Adams no me lo toques. El canadiense está hecho de otra pasta. Lo cual me trae a la cabeza una de mis cuestiones favoritas: ¿Qué narices pasa en Canadá? ¿Por qué me gusta tanto ese país que me tiene enamorado desde que lo pisé allá por 2005?

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¿Qué tienen las tierras canadienses que nos han venido regalando puntualmente deliciosas joyas musicales desde que el folk, el country, y el rock existen? Creo que por derecho propio, cuando hablemos de música americana, debemos referirnos a todo el norte de América. Las canadienses son tierras mucho más libres que las yankees, y que nos ha dejado maravillosas personalidades dentro de nuestro adorado mundo. La lista es infinita: Leonard Cohen, Neil Young, Joni Mitchell, el super grupo progresivo Rush y, por supuestísimo, la banda por antonomasia, THE BAND. Sólo esos cinco ya son los pilares de la música americana moderna con los que podríamos conformar un tejido suficientemente consistente para estar disfrutando y hablando durante horas de influencias que han marcado época. Aunque la lista no se queda ahí, más alejados del folk y la tradición, encontramos nombres de indudable calidad como el mismo Bryan Adams, Alanis Morissette, Celine Dion, Michael Bublé, Arcade Fire, Sarah McLachlan, K.D. Lang, Paul Anka, Nelly Furtado, Avril Lavigne, The Sadies, y más recientemente Whitney Rose, The Sheepdogs, Elliot Brood, Daniel Romano, Lindi Ortega, Jerry Leger, Colter Wall, Blue Rodeo, o Kathleen Edwards. Si no habéis escuchado algo de todos estos mencionados en la última línea, os recomendamos que lo hagáis.

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Sea como sea ayer nos volvimos a casa felices, cantamos hasta desgallitarnos, fueran temas rockeros de la primera época o trallazos como ese «18 Til I Die». Todos los cuarentañeros, que no cuarentones, que estéis leyendo esta crónica tendréis la misma sensación de comunión por la que sabéis que ayer en el Wizink podría haber, al menos, 20 de vuestros amigos y allegados de infancia. Esa sensación de comunidad, de reunión al abrigo de un sentimiento puro, es lo que nos deja Bryan Adams. Yo también quiero tener 18 hasta que me muera y seguir despertando a mis vecinos mientras canto a pulmón abierto himnos rockeros. Salud!

Setlist del concierto de Bryan Adams el 1 de Febrero de 2022 en el Wizink Center de Madrid:

Texto, fotos y vídeo: Javier Naranjo

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