Van Morrison en Madrid: Plenitud sin misticismo

   El León de Belfast mostró una extraordinaria forma para sus 76 años en el concierto que ofreció el pasado 29 de marzo, en el Wizink (Madrid). Tras una larga espera de cuatro años (con aplazamientos en octubre de 2020 y diciembre del año pasado), los vanáticos madrileños pudieron recibir las poderosas ondas musicales que irradia el mito viviente.

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   La sabiduría del dinosaurio condujo el espectáculo con maestría y profesionalidad extrema, pero el amplio recinto condicionó un set list pensado para el disfrute de la mayor parte del público (entusiasmo a raudales cuando atacó «Days Like This», «Magic Time» o «Someone Like You») y lejano a los suspiros nostálgicos de la cofradía espiritual que le adora desde hace medio siglo. Más bluesero que jazzístico, la impresionante banda sonaba de maravilla en las primeras filas y fatal en las zonas alejadas. El dominio acumulado en el palo del blues se mostró con descaro en «Baby Please Don´t Go» y «Got My Mojo Working», momentos excelsos en los que exhibió su virtuosismo con la armónica. En ese momento, más que en ningún otro, resaltó sus clásicas demandas de mayor ritmo a sus compinches con enérgicas caídas de brazos. Esas órdenes gestuales se notaron más que en el centenar de conciertos anteriores en nuestro país, probablemente por la notable pérdida de peso que se notaba a la legua.

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   El público pudo apreciar por primera vez en España algunas canciones de «Latest Record Projet» (la homónima y «Double Agent») o la fallida aspirante al Oscar por Belfast («Down to Joy»), pero las interpretaciones más contundentes fueron las correspondientes a clásicos renovados, desde la grandiosa relectura de «And It Stoned Me» hasta la inmortal «These Dreams of You», pasando por «Carrying a Torch». Estas piezas están entre lo mejor de las 23 canciones que se sucedieron sin tregua durante la velada, con picos en «Broken Record» y bajones en «Precious Time», valga la redundancia, en la línea habitual de la última década. Ejercicio aritmético: si se dividen las 22 canciones que sonaron tras la apertura clásica, «Caledonia Swing», entre los 87 minutos de concierto con él sobre las tablas, se comprenderá el título de esta crónica. El reloj no apareció, pero la gestión del tiempo no fue astral. Una plenitud, pero del planeta Tierra. Quizá «Cleaning Windows» brilló con la mejor luz caledónica de la noche cuando Van entonó: “I went home / And read my Christmas Humphrey’s book on Zen / Curiosity killed the cat / Kerouac’s «Dharma bums» and «On the road», justo en el centenario de su amado escritor beat.

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   La previsible recta final (tras «Think Twice», «Help Me» y «Brown Eyed Girl») derivó en una larga despedida, en la que los siete músicos que acompañaron a Van the Man se fueron al monte sonoro, con improvisaciones de enorme calidad en cada uno de sus solos. Fue la «Gloria», valga la redundancia, desde una óptica nueva, con la voz deslumbrante de Elle Cato y un Dave Keary a la guitarra en estado de gracia, que dejaron al público encantadísimo, aparentemente preparado para adquirir la novedad discográfica que se asoma a la vuelta de la esquina: un disco que probablemente se titule «What´s it Gonna Take». De confirmarse este movimiento, el carácter bromista del gruñón quedaría al descubierto: eso del Volumen I de «Latest Record Projet» parece seguir el cachondeo de «Philosopher´s Stone» Volumen I.

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Texto Miguel López y Fotos Ana Hortelano

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