La Ley Fosfórica: el penúltimo vals de Sendoa

   Sendoa Bilbao (Portugalete, 1980) se ha consolidado en plena pandemia como un agitador cultural que enriquece el panorama musical desde sus guaridas inexpugnables. La penúltima aportación conocida lleva por nombre La Ley Fosfórica, exquisito programa radiofónico (Portu Radio, en 105.7 de FM) de periodicidad quincenal que va a cumplir medio centenar de entregas, tras comenzar en octubre de 2020, arrostrando la apatía de los confinamientos.
 
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   El título Ley Fosfórica procede de la idea de “encender lo que llevamos dentro para dar paso a la creación, la llama que enciende nuestra inspiración, eso que surge en el momento en que una cerilla roza con el cartón y se produce la chispa”. Para comprender a fondo el concepto hay que viajar hasta 1856, cuando Henry Bessemer inventó un sistema para transformar el hierro en acero. Fue un momento clave para la revolución industrial. Desde Inglaterra llegó a Euskadi, entre recelos de los industriales porque el contenido de fósforo en el hierro debía ser bajo. Eso pasaba en pocos sitios de Europa, como Suecia o Vizcaya.
 
   Tras varios vaivenes con intervención de la familia Ybarra, la baja calidad del mineral (fosforado, pobre en azufre y rico en manganeso) se convierte en la gran virtud de la materia prima vasca. El esplendor se encontraba precisamente en la utilización de minerales de baja ley fosfórica, como los de la cuenca minera vizcaína. La siderurgia europea se fijó en Vizcaya y esa tierra se convirtió en la California del hierro europeo hasta mediados del siglo XX. En otras palabras, lo peor puede conducir hasta lo mejor.
 
 
   Por La Ley Fosfórica han desfilado personajes de gran nivel, aunque habitualmente fuera del radar de las grandes emisoras, y desde ese espacio se ha indagado musicalmente en asuntos de honda raigambre humana, lejos también de los intereses típicos de los grandes medios. Los ingredientes son tan sencillos como poderosos: exquisita selección musical, referencias cinematográficas, pequeñas historias y testimonios de los protagonistas de cada espacio. El oyente puede “agarrarse a esos fragmentos artísticos que permiten mantenerse a flote”, según Sendoa.
 
   Ha montado programas sobre la Escritura (con canciones sobre cómo se hacen las ídems), Ropa de Invierno, Vagabundia (almas errantes, músicos callejeros, outsiders e historias en el margen, la noche y dormir a la intemperie, el refugio en el alcohol, cartones y una tonada en la oscuridad), La Mar, El Universo (sobre el firmamento, estrellas, satélites y otros cuerpos celestes), Fiesta, Largo Camino de Vuelta a Casa, Un Duro Día de Trabajo, Bibliofilia, Juventud, Verano, Fuera de la Ley, Todo es Raro, Punto y Final, Espejito, Espejito, La Amistad, Salvaje, Suciedad (donde se asoma Dirty Rock), Monstruos… Así hasta el medio centenar que pueden disfrutarse en Ivoox. Los espacios se focalizan en torno a un asunto central mediante esos títulos, y sobre la selección musical pivotan música y textos con un objetivo definido: cada programa pretende que la música se acomode en el interior del oyente.
 
   Las experiencias en radio fueron muy tempranas para Sendoa. A los seis años ya había pisado un estudio y le divertía mucho escuchar música como la de Elvis Presley, habitual en su hogar entre los primeros recuerdos. “En mi casa se escuchaba música todos los días Mi aita (padre) había puesto altavoces por todas partes”. La influencia musical más cercana fue, además del padre, su primo Josu. Con ambas contaminaciones empezó a crecer y el veneno agudizó sus efectos tras estancias en un pueblo de Burgos, porque la familia (por lado paterno) se dedicaba allí a la fabricación de altavoces, amplificadores y equipos de música. Recuerda que “las bobinas las traían de Alemania y hacían la caja o el mueble, y equipaban emisoras de radio”. A los siete años telefoneaba a un programa de radio los sábados, con chistes y adivinanzas. Los padres le sorprendían en el aseo, “leyendo los libros como si fuese un locutor. Me decían que hablaba mejor cuando leía que al hablar”.
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   La voz serena y bien modulada de Sendoa se corresponde con sus bajas pulsaciones, en la línea con el ciclista Miguel Induráin. Estudió en la Escuela de Sonido, en Andoáin, allá por 2001, y su primera experiencia radiofónica de calado fue en La Percha, en la Radio Libre de Hernani. Improvisaban ficción y divertimento, con muchas risas. Esa atalaya le permitió conocer a muchas bandas y adentrarse aún más en el bosque melómano.
 
   La trayectoria adhirió a su piel varias sensibilidades, desde el mundo audiovisual (realización de cortos incluida) hasta tocar y cantar en bandas, aventurarse en la crítica musical o trabajar en una agencia de publicidad. También componía canciones con guitarra, armónica y voz. Ya le gustaba mucho “Leonard Cohen, Mark Lanegan o Tom Waits, las voces muy graves y los mundos extraños, poder divagar sobre los sueños, sobre un bosque en la oscuridad, tus fantasmas. Empiezas a saber lo que es una buena resaca, los anhelos, lo que te falta”. Sendoa se distanciaba así de su hábitat musical, ya que sus amigos estaban metidos en el heavy. “Tenía ganas de hacerme comprender. Muchas veces me veía atrapado en un pueblo como Portugalete”, explica.
 
   En esas etapas acumula experiencias, pero sus trabajos en las barras de los bares pinchando música se alzan entre las más valiosas para su aprendizaje radiofónico. Estancias en garitos como El Parsimonia o El Tercer Tiempo, le acercan sonoramente hacia el territorio soul. Una amiga llevaba un bar en Lavapies y “me acogía para un concierto en Madrid y me quedaba una semana por aquí. Surgían magias de casualidades, libertad de estilos y disfrutaba mucho. Pasaron años. Volví a trabajar en publicidad y en bares. Empecé de portero, luego camarero y después pinchadiscos. La agencia de publicidad cerró y pasé por trabajos de mierda, como vendedor de aparatos, pero lo dejé enseguida. No me veía ahí. Seguía en los bares y en la música. Estuve llevando el bareto de mi amiga (el Parsimonia, en calle San Simón) y ella me dejaba una habitación, hará unos nueve años. Me enamoré del movimiento en el barrio. Fui dando tumbos y pude trabajar luego en el Tercer Tiempo, otro bar que llevaba treinta años pinchando blues y soul. Aprendí a buscar temas fuera de lo común de gente como Aretha Franklin y me preocupaba descubrir canciones al público lejos de los grandes éxitos. Fui trabajando dos estratos por debajo de la música más conocida”. Pasa así unos nueve años en trabajos tan basureros como nuestro tiempo y arrimando su corazón al madrileño barrio de Lavapiés.
 
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   Sendoa interpreta casi como un golpe de suerte su paso por tantas barras de bar. Eso le ha permitido conocer con alta fiabilidad las reacciones de público ante la elección de temas en cada momento y lugar. “Estar en un bar es ir metiéndote en una película. Vas viendo lo que va a ocurrir y puedes llevar a alguien a un climax o a un in crecendo. Hay música de cóctel, de jazz bailable y aprendes a traducir hasta el tipo de música en función de lo que bebe la persona a la que estás atendiendo”, resume.
 
   Ese banco de pruebas le ha resultado muy útil para dominar algunos resortes radiofónicos, favoreciendo la acertada selección al compás de todo tipo de ítems: qué va a beber esa persona, si está sola o muy acompañada, si el día sale lluvioso o soleado… Las enseñanzas en los bares le han permitido orientar a sus públicos tras la barra y también al otro lado del receptor. “Quizá una experiencia particularmente valiosa fue la de El Oro de los Pobres, en Onda Verde, una radio comunitaria madrileña en la que escribía el guion. Se emitía en directo (pueden oírse en Ivoox unas sesenta entrevistas realizadas esa época) y pude conocer a poetas, músicos y escritores. Fue hace unos seis años. Aprendí ahí a estar ante la nada y ante el todo”, rememora.
 
   Comienza entonces a preocuparse a fondo en explorar el proceso creativo que experimentan esos entrevistados y amplía su círculo de conocidos. “Era guay, porque el invitado se iba con un programa sobre su vida y muchas veces los artistas no piensan en exceso en el proceso creativo, sino que se dejan llevar”, señala.
 
   Hay paralelismo con La Ley Fosfórica en el título El Oro de los Pobres: ambos vienen a decir que un pobre quizá no lo sea tanto. Hay similitud conceptual en los títulos y vocación por lo que no vale: una inclinación natural hacia el esfuerzo por encontrar valor en lo defectuoso. “Hace falta picar la piedra para encontrar la luz. Entonces alguien que no tiene nada, realmente, al trabajar y buscar puede encontrar algo. Puede llegar a todo lo contrario de no tener. Hay que sacarlo y pulirlo”. En ese tiempo multiplica sus contactos con gente del mundillo musical, como Carretera Perdida, Ruta 66, Crazy Minds o El Giradiscos.
 
  Luego cerró Onda Verde y la necesidad de volver a escribir se fue abriendo paso. Fue entonces cuando surge otra oportunidad. Abre una nueva radio en Portugalete, su tierra natal, y eso le ilusiona de forma especial porque llega en plena pandemia por el Covid19 (“fue muy duro en términos personales”) y le permite renovar conexiones familiares, además de reencontrarse a través de su programa con los amigos del País Vasco. Así nace, en octubre de 2020, La Ley Fosfórica, con una selección de canciones “crepusculares”, dada la hora de emisión. En el programa, gana importancia el cine que “ofrece premisas para que el programa se oiga de otra manera”.
 
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   Las portadas son otro de los puntales del programa. Sintetizan en un concepto visual la idea de cada programa. Las diseña el propio Sendoa, con herramientas como Pinterest (base de datos de imágenes), quien combina durante horas las letras e imágenes hasta encontrar la evocación perseguida. Es otro vínculo con la era dorada de la radio y refuerza la evidencia de que los podcast están dando alas a los programas de calidad, independientes y concebidos como trabajos no perecederos, sino con permanencia en el escenario radiofónico gracias al talento con el que están hechos. O como explica Sendoa: “Son intemporales, porque son humanos”.
 
   “Eso me hacía ilusión familiar, porque podían encender la radio y escucharme. Era un homenaje a lo que yo había vivido, a mis padres, a mi primo. Era una selección de canciones crepusculares de los años cincuenta o sesenta o setenta, música de cantautores vascos”, resume. Las composiciones apelan directamente “a lo que sientes y te rompen por dentro. Es un homenaje también a la radio antigua y se busca que las personas escuchen la canción de una manera diferente, explicando cosas de su composición o interpretación”. Y añade: “Los músicos me contaban el proceso creativo de ciertas canciones. Son programas temáticos en los que encaja, por ejemplo, ver quién ha escrito una canción sobre el mar. La buscaba, contactaba con el músico y como estábamos en plena pandemia, pedía un audio por guasap”.
 
   ¿Se acaba esta aventura de La Ley Fosfórica tras medio centenar de entregas? “Más que final, lo dejo en puntos suspensivos. Estoy contento con el formato, me parece acertado. Mezclo la música con las historias y películas y hay una cuidadosa selección de canciones. Busco gente interesante para que no se quede en el tintero. El podcast se escucha mucho en Madrid y en otros países (Francia, Argentina, México…) y me encanta que le haya gustado a gente con buen gusto. Creo que en el programa cincuenta se baja el telón, pero también hago programación musical de Macanudos (su nuevo laboratorio gastronómico-cultural, en la calle Ave María, sobre la base de Lavapiés)”, concluye.
 
   Este penúltimo vals de Sendoa se difumina como una puerta hacia nuevas aventuras y brilla como un homenaje a la radio pura, al deseo de comunicación que lleva por bandera el amor a la buena música, entrelazada con momentos de la vida y en busca de la plenitud.
 

 
Texto: Miguel López
 
Fotos: Ana Hortelano
 
Ilustraciones: Sendoa Bilbao
 
 

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