La nueva vuelta de tuerca de la irlandesa sirvió para que la sala Apolo disfrutase de una Imelda May más intensa e introspectiva.
Viendo el excelente resultado de los últimos conciertos, cada vez le estoy cogiendo más gusto a descubrir en vivo a músicos. “Una gran voz” y “rockabilly” eran los únicos referentes que tenía de la irlandesa Imelda May. Pero lo cierto es que escuchando su reciente “11 Past the Hour”, ese segundo concepto quedaba bastante diluido. Así que en mi camino a la Sala Apolo no sabía qué Imelda me iba a encontrar en el escenario.
De momento, sobre el mismo descansaba el decorado teclado rojo de Rachael Sage. La cantautora y poetisa neoyorquina, acompañada de la violinista Kelly Halloran, intercaló canciones y poemas durante una escasa media hora. Se encontró con una sala que se iba llenando a ritmo lento y que, a mi parecer, no estaba abierta a atender su arriesgada propuesta.
Yo mismo me dejé llevar en un principio por su estética para dejar escapar cierto bufido resignatorio. Pero lo cierto es que temas como “Sparks” o “Sisters Song” confirman aquello de que no se puede juzgar un libro por las tapas. Y es que un tema como “The Other Side” bien podría firmarla su coterráneo Willie Nile. Todo eso sumado a los acompañamientos de violín terminó por llamar la atención de quien les prestó un poco de atención.
Que no suene a reproche, porque lo normal es que la atención vaya de pleno sobre el artista principal, y se notaba en las ganas que tenía el público de escuchar a Imelda May. Eso si, quien vino buscando su lado rockabilly pronto pudo intuir que la velada iría por otros derroteros. Los dos cuervos enfrentados que había en la pantalla y su aparicion de riguroso negro cambiando aquel tupé por una tiara lo dejaron bien claro.
El que hubiera hecho los deberes antes del concierto, ya podía intuir que con aquel “Life Love Flesh Blood” la irlandesa había iniciado una clara reconversión. Algo que con este “11 Past the Hour” queda totalmente confirmada. Fue el título que da nombre al disco el que abrió el concierto, y con el que comenzó a seducirnos desde el escenario. La susurrante voz se iba colando a través de la piel hasta llegar al tuétano a medida que avanzaba el tema. A traves de una puesta en escena cautivadora y elegante Imelda fue subiendo la intensidad del concierto. De esa forma llegó “Levitate” hasta detonar en “Black Tears”, con una esencia tan oldie que te lleva a pensar en un “Blue Moon” del siglo XXI.
Quien a estas alturas de concierto aún no había sucumbido a los encantos de su voz debería de mirar si lo que corre por sus venas es realmente sangre. Aunque con un tema como “Breath”, en el que dejó salir el torrente de voz que tiene, seguro que terminó por rendir al más duro de la sala. Imelda no dejó de lado su lado de poetisa y fue incluyendo sus poemas intercalados entre temas. Tiempo que aprovechaba para variar ligeramente su look antes del siguiente bloque de canciones.
Tras la intensidad inicial, llegó un momento bastante más relajado con “Just One Kiss” y “Big Bad Handsome Man”, pero pronto volvió a retomar la senda inicial. Para “Sixth Sense”, que podría perfectamente formar parte de un BSO de Tarantino, los chasquidos de dedos acompañaban al marcado contrabajo. Tuvo tiempo de declarar su amor a Barcelona ya que según ella de alguna manera aquí comenzó a darse esa vuelta de tuerca en su estilo. Eso antes de que la oscuridad se volviera a ceñir sobre el repertorio de Imelda May con una siniestra “The Longing”. En ella parecía que su voz hubiera sido poseida por una mezcla entre Chrissy Hinde, Nick Cave e incluso Marilyn Manson.
“Human” y “Different Kind Of Love” pusieron la parte más positiva del concierto. En la primera el cerebro volvía a pensar en Pretenders y en la segunda en Alanis Morrissette cantando un tema para Toy Story. Y no deja de ser interesante que alguien sea capaz de provocarte esos latigazos y hacerte viajar por tantos paisajes diferentes sin perder un ápice de calidad. Uno de los momentos más emotivos del concierto llegó con el recuerdo a su madre fallecida a finales de año a quien dedicó “Never Look Back”. Con ella nos invitó a todos a mirar siempre hacia delante.
Quizás por eso las miradas a su pasado más lejano fueron tan escuetas. Solo “Johnny Got a Boom Boom”, demostración de bodhran incluida, y una reconvertida “Mayhem” se colaron al final del concierto junto con “Made to Love”. Pero aún quedaba tiempo para más. Los bises comenzaron con otro recuerdo a un buen amigo para ella como fue Meat Loaf. Con él trabajó en el pasado regrabando “I Would Do Anything For Love” del que nos ofreció una potente pero reducida versión. Casi sin dar descanso empalmaron el tema con otro clásico como es “Tainted Love”, para dar la puntilla final del concierto con “Diamonds”.
En definitiva, casi dos horas en las que pudimos disfrutar de esta Imelda May, porque tiene pinta que la irlandesa no va a saber quedarse en una sola casilla. En sus palabras se nota que tiene ganas de seguir experimentando y evolucionando. Y con ella muchos de los que ocuparon una sala Apolo de la que calculo que no llegaría ni de lejos a tres cuartos de entrada. Algo que después de haber visto su concierto me parece bastante pobre, sobre todo viendo imágenes de otras fechas españolas. Sólo espero que la declaración de amor a Barcelona no se vea afectada por algo así. Lo digo porque hay muchos que queremos seguir siendo seducidos por la irlandesa en cualquiera de sus evoluciones.
Fotos: Desi Estévez