El espíritu rolinga puso la sala Apolo patas arriba de la mano de Juanse y Pablo Memi en una de las cinco paradas que la Mustang Cowboys ha tenido en España para recordar a Ratones Paranoicos.
The Rolling Stones. Siempre los Rolling Stones. Tan presentes en la vida de Juanse cuando vio la primera luz y decidió que si la banda no venía a ellos, él la haría llegar con sus propias canciones a sus compatriotas. O como lo estuvieron en el momento en que yo conocí a Ratones Paranoicos. Y es que fue durante el concierto de Madrid donde el que escribe tuvo la primera noticia de ellos. Hasta entonces, mi concepto de rock argentino se limitaba a Tequila, Los Rodriguez y Charly Garcia. Pero aquel día, la reacción al anuncio de la gira de Juanse despertó una malsana curiosidad y la sensación de que yo debía formar parte.
Su paso por Barcelona tuvo a la sala Apolo como punto de encuentro entre el músico y una hinchada dispuesta a darlo todo con cada tema que tocaran los muchachos. Poco imaginaban los cimientos del edificio lo que se les vendría encima. Y menos cuando los que recibiamos a Lion Machine 23, la banda de Daland Gutierrez (hijo de Juanse), éramos cuatro gatos. Durante media hora aproximadamente, el trío mostró los temas de su “Get Smash or Die Trying». Una propuesta mucho más cercana al brit pop de Oasis que al punk descafeinado en el que los etiquetan que no sirvió para contrarrestar el frío de la sala.
En un abrir y cerrar de ojos la sala pasó a tener un aspecto mucho más interesante. Se fue llenando de charlas, gritos y del calor que una «gran joda» puede ofrecer. Porque lo que se venía, iba a ser muy intenso. Y es que ya se lo avisaron a Desi antes de empezar cuando se disculpó por tener que llevar las mochilas de fotografo. “Disculpanos vos a nosotros» le dijeron, «Somos argentinos en Europa y esto va a ser lo más grande”. En cuanto Juanse y Pablo pusieron un pie en el escenario, Apolo se vino abajo. Y lo hizo casi literalmente. Fue sonar las primeras notas de “Vicio”, y noté el suelo de la sala oscilando con una intensidad mesurable en la escala Richter.
Con “Ceremonia en el hall” apareció el primer pogo. La locura ya estaba desatada y no habría nada que la pudiera parar durante la próxima hora y media larga. Sobre el escenario una banda que parecía que hubieran llevado toda la vida tocando juntos. Con Juan Manuel Colonna en los parches y Ponch haciendo casi todo el trabajo de guitarras, junto a Pablo Memi hicieron que la locomotora sónica arrollase con todo. Juanse es Juanse, y con eso le basta. El legado musical que ha dejado en el rock argentino hace que sean las canciones las que enciendan por sí mismas al público. “Ya Morí”, “Estrella”, “Rock Del Pedazo”, “La Nave”, “Isabel” (Tremendo el groove de Pablo Memi en ambas), “Carol”... Iban sonando y no había momento de tregua para el respetable.
La locura desatada con ese devaneo punk que es “Enlace” hizo que casi besara la lona arrastrado por otro pogo. Pero para ese momento ya le había dado fiesta a mi «yo como espectador europeo». Crowdsurfing, gente lanzada literalmente desde el escenario, y la certeza absoluta de que acabaríamos cayendo a la planta de abajo del edificio. No había treguas, solo momentos para conseguir llegar a la barra y conseguir una cerveza que repusiera el líquido perdido por los saltos y los bailes. Para cuando llegó “Caballos de Noche”, la máxima de «Si no puedes con tu enemigo, únete a él» se cumplió de todas y entré en la espiral de un nuevo pogo. A estas alturas de concierto, ya solo me faltaba un fernet en la mano.
Aquello era una fiesta por todo lo alto. La terna final compuesta por “Rock Del Gato”, “Cowboy” y “Sigue Girando” convirtieron Apolo en una sucursal del Obras en plena locura por unos minutos. Pero allí todos sabían que aún quedaba más leña para quemar. Así que mientras la banda se tomaba un respiro, el respetable dedicaba su particular homenaje a la Reina de Inglaterra y a no dejar que la fiesta decayera. La salida en tromba con “Líder Algo Especial” contó con la colaboración de «su primer espermatozoide útil». Así presentó Juanse a su hijo Daland, al que tuve al lado parte del concierto, para cantar con él y lanzarse al público desaforado para hacer crowdsurfing.
No faltó a su cita la “Route 66” en la que Juanse dejó constancia, además sus dotes a las seis cuerdas, que el castigo de las sustancias no pasa desapercibido, y ya se le pudo ver cansado y con la mirada algo perdida. Nada que no le impidiera dejarse los restos para dedicar una vez más esa oda a la figura de Diego Armando Maradona que es “Para Siempre”. Juanse estaba disfrutando de su momento. Bajó del escenario para recorrer a hombros la sala y unirse al público que repetía el estribillo haciendo de la sala una pequeña Bombonera. Mientras la banda seguía tocando. Una vez arriba y con los últimos guitarrazos, llegó el momento de la despedida.
Las luces encendidas dejaban ver con claridad las heridas sufridas de algunos en el fragor de la batalla, los abrazos, la sensación de haber vivido algo único aun en pequeño formato… pero también cierta oscuridad. Visto desde la pasión del público argentino, el del martes fue uno de los mejores conciertos del año. La combinación de diversión y peligrosidad, el entusiasmo, la locura… elementos que hacía mucho tiempo no vivía en una sala.
El problema surge si a ese mismo concierto asiste otro público más europeo, el mismo se queda como uno más del año. Unos buenos músicos (lo de Memi no tiene nombre) acompañando a una gran figura de la música argentina a vivir una segunda juventud lejos de las masas de su país natal. Pero si me dan a elegir entre uno y otro, me quedo con la mecánica del corazón. A la razón la enviaré a la barra a por unas Quilmes y unos fernets con cola para mis amigos.
Fotos: Desi Estévez
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