Estuvimos con la banda californiana a su paso por La Riviera madrileña. Un público volcado, plagado de cuarentones, que nos identificábamos y contábamos por decenas. Síntoma inequívoco de que sobre el escenario se interpretan temas de una cierta antigüedad. En este caso, nos tenemos que quitar el sombrero mientras iniciamos la genuflexión. Counting Crows son un mito viviente, muestra de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Los Counting son el reflejo de aquellos maravillosos años, aquellos en los que un tipo, un don nadie («Mr Jones» en el argot yankee), podía parir un disco lleno de piezas deliciosas que se convirtieron de inmediato en parte de la imaginería colectiva noventera. Un disco redondo, plagado de himnos y composiciones magistrales. Temas que al escucharlos te esbozan la sonrisa y te erizan los pelos. Bendecimos el momento en el que Adam Duritz dejó su casco de albañil y se encerró a componer aquella maravilla que publicó bajo el nombre de «August and Everything After». Como dice un amigo mío: «la música se puede erigir como el ascensor de la clase social» y si no que se lo digan al bueno de Adam.
Está claro que ya no se hacen discos así. Igual de claro que esa loncha se cuela por derecho propio entre el top 5 de los mejores discos de los noventa. Y es que el disco en sí define la década. Sus melodías florecían en medio de la eclosión grunge, una reivindicación americana de un sonido más fino, más delicado, en definitiva más British. Cualquiera de los temas de Adam podría formar parte de un disco de R.E.M. y a nadie le extrañaría. Y con eso poco más hay que decir.
Las más «reconocibles» de las interpretaciones de su álbum debut fueron «Omaha», «Round Here» y un tremendo «Rain King» que nos puso los pelos como escarpia. Adam hizo su propia versión de cada uno de los temas que interpretaron de ese álbum. Y es que es normal que esté algo aburrido de tocar esas canciones del mismo modo tras llevar casi 30 años paseándolas por los escenarios. Ese pequeño detalle no eclipsa para nada la actuación de unos músicos que han conseguido madurar las composiciones de Counting Crows para llevarlas al borde de apisonadoras sonoras como The Eagles ó The Band. Ese es el único modo de poder entregar la versionaza que se marcaron del clásico de los Grateful Dead, «Friend of the Devil». Y es que suenan como una apisonadora, como una máquina perfectamente engranada. Qué pena que no se pueda tocar desde el principio de una carrera con esta madurez. Porque eso permitiría a este tipo de bandas conjuntar la fuerza y la autenticidad de la juventud con la depurada perfección de la experiencia, pero eso es una quimera. Hemos vuelto a pasear de la mano de Adam Duritz por aquellas maravillosas melodías. Atrás quedan las rastas y la juventud, pero queda el poso de todo aquello madurado al sol de California. Salud!
Texto y Fotos: Javier Naranjo