Counting Crows dejó claro que su calidad y buen hacer va mucho mas allá de un hit masivo. La banda californiana cantó sus pequeñas historias en una sala Razzmatazz que rozó el lleno.
De entre los recuerdos que se van acumulando, siempre hay algunos que quedan, a saber porqué, más marcados que otros. El verano de 1993 estaba buscando en su paleta de colores los rojizos tonos del otoño para vestirse. Por aquel entonces, algunos compañeros del instituto nos dejabamos caer por el centro de Barcelona. Era una quedada casi ceremoniosa: parada en Virgin Megastore para escuchar novedades y bucear entre sus estanterías y merienda en algún fast food acompañado por la clásica locura adolescente previa a ese extraño abismo que supone hacerse mayor. Entrar en la tienda, buscar uno de aquellos auriculares y seleccionar con quién ibas a pasar unos minutos. Springsteen y su “MTV Plugged” o aquel “Break It Down Again” de Tears For Fears eran fijos en aquella rutina.
Pero un tal “Mr Jones” decidió unirse a aquellas tardes. Quizás fuera la sensación de dia que empieza a acortarse o los paseos por las callejuelas de Barcelona. Sea cual fuere el motivo, conecté con Counting Crows, liderados por Adam Duritz y sus inolvidables rastas. Aquella historia duró hasta su segundo trabajo “Recovering Satellites” que disfruté hasta que separamos nuestros caminos. Aunque reconozco que aquel “Accidently In Love” hizo que cambiara mi cassette de “August and Everything After” por una edición en CD a precio ridículo con los dos primeros álbumes.
Más de uno se estará preguntando: ¿Por qué este viaje al pasado? Muy sencillo. Porque esa sensación de nostalgia fue la que sobrevoló durante todo el concierto en la sala Razzmatazz. Un espacio que se iba llenando a cuentagotas cuando el propio Adam Duritz salió a presentar a David Kennan. Durante cerca de media hora las raíces irlandesas quedaron claras en las canciones del cantautor. Una música perfecta para acompañar las charlas de la gente mientras Counting Crows se preparaban para salir a escena. Ideal para un pub irlandes, pero que supo a poco para aquel lunes vestido de domingo.
Puntuales, los músicos salieron al escenario. Cierto es que han pasado treinta años y la gente cambia, pero la imagen de Duritz sin aquel look tan característico sorprendió a aquellos que, como yo, dejaron de seguirles la pista. Pero eso no es más que un complemento. Lo que nos interesaba a todos eran las canciones y cómo estaría la banda. Un emotivo “Round Here” pilló a más de uno por sorpresa como inicio de concierto. Aunque subieron ligeramente las revoluciones con “Scarecrow” y la archiconocida “Mr Jones”, aquel viaje pintaba más a vuelta a casa en coche con la ventanilla bajada y disfrutando del paisaje que a frenesí. Es curioso que el tema más conocido de la banda suene tan pronto, pero algo me dice que eso solo confirma que necesitan pasar por el trámite lo antes posible.
Visiblemente sorprendido por el recibimiento, agradeció al público su presencia y nuestra gastronomía. El piano de “Colorblind”, con ese tono y cadencia, se acercó a las épicas baladas de Springsteen como “Racing In The Streets” o “Drive All Night”. Y esa sensación fue mi compañía el resto del concierto. Adam Duritz pasó a ser más un contador de historias que un cantante y todo tuvo mucho más sentido. “Butterfly In Reverse”, “Omaha” y “If I Could Give All My Love” fueron una muestra de ello.
Este tour, además de para presentar su reciente EP, también le ha servido para sacar temas como “I Wish I Was A Girl” del baúl de los recuerdos por insistencia de su pareja. Y que acompañen a otros como “Miami” o “When I Dream Of Michelangelo”. Esta sirvió a la banda para dejar la electricidad de lado y tirar de acústicas, banjos e incluso un libro microfonado para hacer las veces de batería. Se les notaba muy agusto en el escenario, disfrutando incluso de los problemas del directo. Como por ejemplo bromeando cuando David Bryson comenzó el tema en otro tono.
Era el momento de presentar en directo “Butter Miracle, Suite One”. Duritz y los suyos dejaron muy claro que aún siguen componiendo grandes canciones. Veinte minutos donde los ecos de los finales de los 70 planeaban sobre nuestras cabezas. Un cuadro sonoro en el que las pinceladas de Bowie, Reed, Joel o Springteen (“Bobby And The Rat Kings” es un buen ejemplo) le iban dando forma a una obra sin dejar de sonar a Counting Crows. Pero la escucha es un acto pasivo, y el público quería formar parte de la fiesta de nuevo. Pues nada mejor para eso que “Rain King”, donde Razzmatazz pudo cantar el estribillo a pulmón mientras Duritz y los suyos miraban, casi enchidos, lo que su música había conseguido.
En cuanto colocaron un pequeño piano en el centro del escenario sabíamos que el invierno se adelantaba un par de meses para regalarnos esa extraña melancolía positiva de “A Long December”. Sin el clásico parón para descansar, los músicos se quedaron en el escenario para terminar su actuación. Y el público sabiendo que esto llegaba a su final decidió que mejor acabarlo como una fiesta. Y si no bastaba con echar un vistazo a la platea y las 1500 sonrisas que bailaban y aplaudían a ritmo de “Hanginaround”. La despedida no podía ser con otro tema que “Holiday in Spain” y la emoción contenida del momento en que se nombra esta ciudad.
Con este brillante cierre y el clásico “California Dreamin’” sonando por los altavoces, Duritz y los suyos se despedían prometiendo que volverían pronto. Y espero que lo hagan, y le den la vuelta al repertorio para que suenen otras joyas que se quedaron en el tintero. Que se vuelvan a dejar fuera “Accidently In Love”, a pesar de que es un tema que me gusta, sólo para ver la cara de los amantes del postureo del siglo XXI. Espero que traigan una segunda parte de su suite. O nos vuelvan a recordar a esos contadores de historias cocinadas a fuego lento. Que le den una nueva oportunidad a la gente de Bilbao que vieron como se cancelaba por problemas en la voz que parece ser fueron evidentes ya en Madrid. Pero que vuelvan para seguir contando más historias… además de cuervos.
Fotos: Desi Estévez