Moonage Daydream: Tratando con el caos

Moonage Daydream David Bowie review reseña

Cuando tienes en tus manos la vida y obra de David Bowie, y además una ingente cantidad de archivos, incluyendo material inédito o poco conocido, ¿qué puede salir mal? Moonage Daydream nos deja un conjunto de momentos espléndidos, muy disfrutables, con el beneficio añadido de la gran pantalla, y sin embargo, después de más de dos horas de bombardeo audiovisual la pregunta tiene sentido, algo ha fallado en este documental con aires de blockbuster. Brett Morgen, siguiendo la senda trazada por el propio Bowie, ha pretendido tratar de tú a tú al caos, una idea osada porque Bowie fue capaz de hacer una incomparable obra artística de ese modo, pero lo hizo porque era un genio como pocos.

Morgen, aunque su propuesta sea visualmente atractiva, ha sucumbido al peso del personaje y su legado, ha jugado al aprendiz de brujo y el caos se ha tragado su trabajo de cuatro años y lo ha vomitado. No es fácil, sino todo lo contrario, acercarse a una de las figuras más descomunales de la cultura del último medio siglo. No solo es el volumen de información sino lo que nos dice, lo que se oculta o se revela en ella, lo que pareciendo trascendente no lo es. Lo anecdótico y lo esencial conviven en Bowie y a veces se asemejan hasta confundirse. No olvidemos que él se llamó una vez a sí mismo “el actor” y razones no le faltaban. Poner orden en ese almacén de imágenes, pensamientos y trozos de vida que constituían el punto de partida de Moonage Daydream es un reto que Morgen aborda de modo peculiar, y del mismo modo que David Bowie se sirvió de la técnica del corta y pega para escribir canciones, él la usa hábilmente para negociar con la entropía, secuenciando a alta velocidad centenares de piezas de un puzle, primando lo visual y el impacto para el espectador. El resultado es en apariencia perfecto porque todas las piezas encajan, pero en la imagen que forman Bowie está desdibujado.

La razón de esa falta de definición está en el propio planteamiento de Moonage Daydream, en el objetivo al que tiende, que no es tanto contar como entretener. No es de extrañar la importancia que se da al período Let’s Dance, no porque no la merezca, sino porque fue este precisamente el momento en la carrera de David Bowie en que se presentó a sus seguidores como un gran entretenedor. Así, durante dos horas la pantalla se llena con todos los recursos del gran espectáculo, música e imágenes, sound and visión, que buscan satisfacer la curiosidad de unos, los que conocen algo de Bowie, y la necesidad de otros, devoradores incansables de todo lo que nos pueda llevar a algún lugar del universo Bowie en el que todavía no hayamos estado. En ese objeto de lujo que quiere ser Moonage Daydream hay espacio para telegrafiar algunos mensajes sobre su vida y obra, sobre su relación con el mundo y con el hecho mismo de la existencia. Son transcripciones que se pierden a menudo en la vorágine de imágenes, porque hay una intención declarada de que Moonage Daydream no sea un documental convencional.

https://youtu.be/2ywSXwupOdU

Esa intención de no contar una historia, de dejar de lado la narrativa, lleva a que, paradójicamente, se acabe narrando en titulares, en extractos frecuentemente inconexos, perdiendo de vista a muchos de los actores imprescindibles. Salvo las referencias a su relación con su madre, Peggy Burns, y la importante conexión con su hermano Terry, y un ligero acercamiento a  lo que supuso Iman como punto de inflexión, la atención se centra en Bowie como creación de un personaje, y se pasa de largo respecto de la importancia que en ese proceso tuvieron, por ejemplo, Angie Barnett, Marc Bolan, Lindsay Kemp, Lou Reed o Iggy Pop, sin los cuales difícilmente puede entenderse su trayectoria artística. Algo parecido sucede con la persona que da vida al artista y con él al mito, David Jones, el niño de posguerra que se encarna en mensajero de las estrellas. En Moonage Daydream los rostros y las máscaras se suceden a gran velocidad, sin que haya un suficiente enfoque narrativo que sitúe al espectador en un contexto que permita vislumbrar las circunstancias que llevan a que no sean muchos sino uno solo el provocador Ziggy, el cadavérico habitante de Los Ángeles, el misterioso hombre del sombrero de ala, el artista que pinta lienzos y se entrega al sonido industrial, y el sereno hombre que en su madurez nos habla con su seductora y calma voz del lugar del ser humano en el cosmos. Hay un propósito confuso sostenido en un débil hilo cronológico, con el que Morgen teje y desteje para que lleguemos a creer que realmente no existe, pero lo cierto es que está ahí, con sus borrados de huellas y sus vueltas y revueltas que no impiden adivinar que lo que vas a ver a continuación va a tener que ver con Low o Scary Monsters o con Let’s Dance, y así sucesivamente hasta que a partir de Outside y Earthling parece no haber nada más que el vacío que lleva a Blackstar.

En ese viaje audiovisual la acumulación de contenidos llega a ser redundante, y se percibe una tendencia a lo fácil en el abuso de los efectos visuales lisérgicos y cósmicos y en el deliberado manejo de los decibelios para subrayar la intensidad de las escenas. Hay por otra parte un excesivo recurso a las disertaciones de Bowie sobre cuestiones de índole filosófica, presentadas de forma aleatoria, que conducen inevitablemente a explicar su obra desde clichés budistas sobre la impermanencia y el cambio, un reduccionismo que maltrata la realidad de un hombre que estuvo empeñado en una insaciable búsqueda intelectual. Bowie no es Yodah pero en Moonage Daydream acaba pareciéndolo. Se pierde la oportunidad de explicar quién fue a través de lo mucho que expresó en entrevistas a los medios, de mostrarlo en lo que sucedió en períodos decisivos como Los Ángeles, Berlín y sus últimos años en Nueva York, que no se pueden explicar con un simple cóctel de imágenes y de declaraciones aisladas. En lugar de ello se opta por salpicar la mezcla con interesantes tomas alternativas de sus canciones o filmaciones desconocidas de sus conciertos.

Cuando las luces se apagan todavía quedan en la mente las canciones y ese sinfín de colores con el que se han acompañado. Tal vez no se pretendía otra cosa. Prácticamente nada se añade a lo que ya sabíamos de Bowie, y para quienes se acerquen con la intención de ampliar su conocimiento del mito poco obtendrán, porque es casi imposible seguir las imágenes sin tener la asignatura previamente aprobada y con nota. Sin duda, y ya se ha visto en las abundantes reseñas elogiosas desde su estreno en Cannes, Moonage Daydream toma prestada de su protagonista la capacidad de deslumbrar, pero la falta de coherencia narrativa y el exiguo espacio para la reflexión lo convierten en un intento pretencioso de explotar el fenómeno Bowie. No es sino un espectacular tráiler de dos horas que anuncia un documental que no veremos, porque no existe.

Juan J. Vicedo es autor del libro “Siluetas y Sombras. Bowie” (Sílex, 2021)

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