The Soul Jacket, galopando en la brisa del Fillmore Huertano

¿Se puede hacer corto, muy corto, un concierto de dos horas, pensar que no es posible que sea el final, que se deben haber saltado algunos de los títulos de esa lista que tienen en el suelo, justo a tus pies, al lado del teclado?

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The Soul Jacket pasaron por el Fillmore huertano de Elda-Petrer como un tren que no se detiene en el camino, enlazando canciones que como vagones de carga corren ágiles sobre las vías, música poderosa que pide que si no vas a gozar con ella te apartes a un lado porque te arrollará y no sabrás que ha sucedido.

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Vinieron haciendo esa diagonal larguísima desde Galicia al Mediterráneo, pero en realidad vienen de mucho más lejos, los sonidos que nos traen nacieron en lugares remotos del otro lado del Atlántico, se cocinaron en grandes marmitas de soul grasiento. “Gonna Do It” abre su último disco y también abrió la noche, con el diálogo de las guitarras y el crepitar metálico de los platos, aviso de lo que se venía encima, un imparable aluvión de ritmo que combina muchas músicas del último siglo y las funde en una sola. A eso Levon Helm le llamaba rock’n’roll, y nosotros podemos llamarle como queramos, pero es música que no se deja atrapar por los nombres y galopa sobre la brisa en noches como esta.

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The Soul Jacket te llevan por los terrenos pantanosos de Luisiana y por los cálidos vientos del funk, por las afiladas aristas del rock y los dulces devaneos del reggae, y por las esquinas oscuras de las calles en las que las paredes de los garitos rezuman groove. Hay una conexión sólida en todo lo que hacen, desde el trepidante “Scratch My Back” a la musculosa versión de “Just Dropped In”, un hilo conductor que lo enhebra y que nace del corazón de la música.

La brillante alternancia de Jorge Mizer y Guillermo Gagliardi, dándose réplica constante con las guitarras, el dúo rítmico que forman un espectacular Mauro Comesaña a la batería y Jann Zerega al bajo, manteniendo en su sitio las costuras de las canciones en desarrollos libres y salvajes que las alejan de las versiones en estudio, el adictivo sonido del órgano de Xabier Vieitez, y el talento de Toño López para cohesionar con su voz el conjunto hacen que cada minuto de música sea un bien preciado, cada canción que escuchas una invitación a disfrutar, a apurar el goce del momento. Cuando se despiden con una festiva “Everybody runs”, el tren está abarrotado de gente que baila.

Fotos y vídeos por Juan J. Vicedo.

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